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12 de agosto de 2013

¿Puede ser un tren puntual aunque se retrase?

Desde el blog El mundo de las ideas, en el marco del XLIII Carnaval de Física, se propone a físicos, químicos y matemáticos divulgadores explicar cuál es su película favorita. Si bien es cierto que nos deja a los pobres biólogos fuera de la convocatoria, la autora agrega que también está invitado cualquier otro interesado en el mundo de la Física, así que haré como que soy de estos últimos y escribiré algo.
La verdad es que no tengo una película favorita, pero si tuviera que citar unas cuantas creo que en el fondo tampoco sorprendería a nadie, puesto que no haría otra cosa que nombrar alguno de los grandes clásicos del cine, y los que me conozcan ya sabrán que soy un individuo con buen gusto. Posiblemente la que más veces haya visto, siendo aún un crío, sea El maquinista de La General, en la que el gran cómico Buster Keaton interpreta a un maquinista sureño que, en plena Guerra Civil Americana, se adentra en territorio enemigo para recuperar su locomotora y, de paso, rescatar a su amada secuestrada, una zorrupia detestable que previamente lo había rechazado por no alistarse en el ejército.
Así conduce una locomotora el bueno de Keaton.
¿Pero qué carajos tendrá que ver todo esto con el Carnaval de la Física, os preguntaréis vosotros? Bueno, vale, me habéis pillado. El tema no es la película favorita, sino la partícula favorita. El problema es que tampoco sé tanto del asunto como ponerme a dar lecciones de física de partículas, así que entenderéis que intentase escaquearme. Además, igual que pasa con el cine, tampoco tengo una preferida. Pero mirad, ya que estábamos con ello, podemos seguir con las clásicas. No las películas, sino las partículas.
Es curioso como al oír hablar de física y de partículas, comúnmente nos vienen a la mente nombres como protones, electrones, neutrones, muones, bosones, gluones y muchos otros nombres extraños que designan minúsculas porciones de materia inferiores al tamaño del átomo. Sin embargo, en los primeros problemas de física a los que nos enfrentamos en el colegio, nos encontramos con otras partículas totalmente diferentes, y seguirán estando ahí, machaconamente, incluso cuando lleguemos a la universidad, si es que pretendemos estudiar Física. Son las partículas clásicas, y de ellas se encarga, cómo no, la Física Clásica.
Hay un chiste que cuenta que un granjero tenía a sus gallinas enfermas. Se le estaban muriendo y no sabía bien porqué, de modo que llamó a un químico. Este hizo toda clase de análisis al agua y al pienso en busca de toxinas, pero no halló nada. 
-Lo siento, no he logrado averiguar el problema.- Le dijo.
Así pues, el granjero llamó a un biólogo, quien diseccionó un par de gallinas muertas, observó las constantes vitales de las enfermas y examinó sus heces en busca de microbios patógenos, pero tampoco logró llegar más allá que el anterior.
-Lo siento, pero no parece nada que yo pueda solucionar. - Le contestó.
Finalmente, el granjero decidió probar con un físico, quien se sentó con un cuaderno y un lápiz en una esquina del corral y empezó a garabatear ecuaciones y a hacer cálculos.
-¡Eureka! ¡Di con el problema!
-¿Y bien? ¿Qué es? - Preguntó esperanzado el granjero.
-Mmmm... lo siento,- dijo el físico- pero la solución sólo es válida para gallinas puntuales en el vacío.
Estas gallinas no parecen estar enfermas.
Este chiste ilustra muy bien algo que nos encontramos sistemáticamente en Física: la simplificación de la realidad para analizarla y resolver problemas. Ciertamente esto es algo que necesariamente se hace en todas las ramas de la Ciencia, pues abordar el mundo real en toda su complejidad es una tarea prácticamente imposible y no queda más remedio que buscar aproximaciones, pero la verdad es que si en alguna disciplina esto se lleva al extremo, es en la Física. Así es como el físico de nuestro chiste buscó la solución a un problema con gallinas reales haciendo un análisis sobre gallinas con forma de punto y situadas en un aséptico espacio vacío, carente de todas los inconvenientes de un corral lleno de mierda.
La partícula clásica o puntual no existe como objeto real y tangible, a diferencia de esas otras partículas subatómicas que estudia la física moderna. Una partícula clásica es un concepto, una abstracción que se usa para simplificar la realidad sobre el papel, como las gallinas puntuales, y poder resolver ciertos problemas. Realmente, cualquier objeto puede ser considerado una partícula, desde una estrella o una galaxia a una célula o una mota de polvo, siempre y cuando para abordar el problema que deseamos resolver no necesitemos tener en cuenta aspectos relacionados con la estructura interna de ese objeto: si su forma, tamaño, textura, color, la distribución desigual de su masa entre sus diferentes partes o la presencia de elementos móviles en este resultan ser aspectos que podemos ignorar para buscar la solución que necesitamos, podemos suponer que es, sencillamente, un punto con una masa, una velocidad y quizás alguna otra característica que pueda interesarnos tener en cuenta. 

¿Os aburren los problemas de trenes? Pues nada, ahora podéis solucionarlos a cañonazos, como Dios manda. Aquí teneis un problemita de un proyectil arrojado desde un tren en movimiento sobre otro tren en movimiento. Podéis considerar el proyectil una partícula puntual.
Todos recordaremos los aburridos problemas del colegio con trenes que se cruzan o se persiguen, como en la película de Keaton que os contaba al principio. En esos problemas, lo único que nos interesa es saber cuál es la velocidad de los trenes. ¿Qué más nos dará el número de ruedas de las locomotoras, la forma de sus chimeneas, la temperatura de sus calderas, las piruetas del maquinista o los disparos de los soldados? Si nos dicen que circulan en línea recta a una velocidad y en una posición conocidas, y lo único que queremos averiguar es dónde se encontrarán, podríamos imaginarnos que sencillamente son puntos moviéndose sobre una vía. Ciertamente, dibujar el tren al completo es más divertido, pero hay que reconocer que no es tan práctico, sobre todo si se trata de un examen y el tiempo es limitado. Sin embargo, debemos ir con cuidado; a veces las simplificaciones excesivas pueden llevarnos a soluciones que no se pueden aplicar al complicado mundo real, como ocurrió con las gallinas del chiste.
En conclusión, no sé si la partícula clásica es mi favorita, pero he querido reivindicarla en este blog, porque me da la impresión de que cuando hablamos de partículas nadie piensa en ella, y la verdad es que todos podemos ser una sobre la hoja de un examen o en un programa informático. No lo olvidéis.
Por cierto, la película es de dominio público y podéis verla en YouTube. Totalmente acosejable.


Fuente:

12 de marzo de 2007

Urge la lentitud

Ahora que se habla tanto de la puntualidad es necesario reflexionar sobre el tiempo y si debemos de realizar nuestras actividades de manera lenta o de manera rápida. Recordemos que somos los únicos animales conscientes del tiempo. Tomese su tiempo para leer este artículo... ¿o está muy apurado?

Somos los únicos animales conscientes del tiempo. (Foto: EL MUNDO)


JOAQUÍN ARAÚJO

26 de febrero de 2007.- Nadie administra el tiempo peor que nosotros, los humanos. Acaso por ser sus hijos y sus padres al mismo tiempo. Ciertamente somos los únicos conscientes de su paso y de su aparente fin. Como creadores del reloj, los calendarios y la historia, damos valor al tiempo destructor en infinita mayor cuantía que al constructor, que por cierto es el mismo.

Que somos esclavos de la cronología parece no necesitar demostraciones. Menos aún que buena parte del mal llamado progreso ha quedado relacionado con la velocidad, creciente, a la que podemos desplazarnos. Es decir, al empeño inútil de robarle tiempo al tiempo. Pero semejante estado de urgencia permanente, por todo y para todo, se salda con destrozos formidables en el tiempo que no es nuestro y en el espacio que es de todos. Amplío.

Las profundas alteraciones en los paisajes y la extinción masiva de especies suponen la desaparición de los logros biológicos y geológicos del pasado. En cierto sentido, las infraestructuras borran para siempre parte de la historia de la vida a la que también pertenecemos.

Por si eso fuera poco, al ir agotando el territorio y lo que nos proporciona, reducimos las posibilidades del tiempo futuro: el de las generaciones no nacidas. Lo que no es nuestro, pues.

Para ser veloces hace falta una creciente red de rutas -por tierra, mar y aire-que conllevan la destrucción de paisajes y sistemas, de ciclos y procesos. La velocidad arrasa el territorio y sus funciones de forma todavía más contundente y extendida que el urbanismo. La adoración a la velocidad se salda, por tanto, con destrozos en lo espacial y en lo temporal, todo ello en nombre de un fugaz presente. Sin olvidar algunos aspectos inherentes al amor a la velocidad como es que pronto llegaremos a los 900 millones de automóviles –circula uno nuevo cada segundo- en el mundo, responsables, por cierto, de casi el 35% de la contaminación que destruye las cadencias del clima. Por eso mismo, urge hacernos los más lentos posible cuanto antes.

Seguiremos, pero para redondear la propuesta de esta semana sin duda la siguiente frase puede ayudarnos:

"La verdadera actitud creadora posees la sabiduría del tiempo. No es lenta ni apresurada. Entrega el control del tiempo al objeto y no al propio estado de ánimo. Esto es lo que a mi juicio, caracteriza la paciencia: adecuarse al ritmo del objeto. La ternura, como contó Marta, ha de ser lenta, la respuesta a la injusticia ha de ser rápida."
José Antonio Marina

Y como en anteriores ocasiones unos pocos aforismos propios:

La velocidad combate y casi siempre destroza a la sensibilidad pero más aún a la solidaridad.

No precipitarse es una táctica con futuro.

Lo más amenazado, hoy, es la comprensión y su enemigo la violenta capacidad de atropellarlo todo con la búsqueda de una mayor velocidad.

Se trata de usar al tiempo como aliado y no como enemigo.

La vida no es plana, ni rectilínea, ni rápida.

La conservación del tiempo futuro es desde luego el mayor desafío ético que el pensamiento ecológico propone.

También, todo lo humano es mejor si más lento. Con la sola excepción de la curación, caso de estar enfermo. O la muerte, caso de estarlo mucho. Lo de la injusticia; eso nos lo acaba de recordar J. A. Marina.

Tomado de :

Natura Blog (El Mundo)

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