A todos nos gustaría contar con un par de
manos extra, pero sería complicado mantener el control sobre tanto
brazo y no acabar enredándonos como un ovillo de espaguetis. Con todo,
hay animales que se apañan muy bien no ya con cuatro sino con ocho o
incluso más: los cefalópodos (pulpos, calamares…). ¿Cómo son capaces? ¿Su cerebro controla
los movimientos de cada una de las patas? ¿Es consciente de cuales son
propias y cuales ajenas? ¿Por qué no se enredan? A estas y otras
preguntas han intentado responder Binyamin Hochner y colegas desde sus
laboratorios en Israel, en un estudio recién publicado en Current Biology. ¡Los hallazgos son más que interesantes!
Los pulpos tienen 8 brazos recubiertos de ventosas que emergen radialmente de su cuerpo. Fuente: rjime31 en Flickr (CC).
Si se le amputa un brazo a un pulpo
(algo que, por brutal que suene, les ocurre también en la naturaleza
sin resultarles traumático), éste, cual rabo de lagartija forrado de
ventosas, se mantiene activo durante 1 hora moviéndose
del mismo modo que lo hacía cuando estaba en el animal intacto. Es más,
las ventosas siguen aferrándose a todo. A todo, salvo al propio pulpo.
Pero no nos adelantemos.
El brazo, en efecto, nunca se adhería a ningún otro,
ni del pulpo al que pertenecía ni a otro animal. Incluso evitaba el
contacto con placas cubiertas con piel de pulpo. ¿Por qué esa aparente
inhibición de volver a contactar con lo propio? ¿Hay alguna sustancia
química de por medio?
Hay otro protagonista en esta historia,
que hasta ahora no hemos tenido en cuenta. ¿Cómo reacciona el pulpo ante
ese brazo amputado rondando por ahí? Se sabe que el Octopus vulgaris (el pulpo común) es caníbal, y sin embargo sólo a veces tratan al brazo como una presa: lo más curioso es que parecen ser capaces de distinguir si el brazo es suyo o de otro pulpo.
Mientras
que el pulpo siempre agarra con la boca los brazos ajenos (izquierda),
sólo lo hace 6 de cada 10 veces cuando es su propio brazo (derecha). Fuente: Hochner et al. en Current Biology (2014).
Agarran el brazo ajeno, sí, pero de una manera peculiar que no les obliga a tocarlo con los brazos: ¡exactamente del mismo modo que llevan la comida a la boca!
Es momento de volver a la pregunta inicial: ¿por qué no se enredan los pulpos? Puede que ese aparente “reconocimiento de lo propio” ayude a explicarlo. Hay algo que no os hemos contado, y que cambia completamente la situación: cuando se retira la piel del brazo amputado, el pulpo lo agarra igual que a cualquier otra cosa. Está claro que esa sustancia química debemos buscarla en la piel, que no es moco de pulpo,
permitidnos la expresión, cuando hablamos de un órgano tan complejo en
sí mismo. Estos investigadores prepararon distintos extractos de piel de
pulpo y vieron cual atraía más a nuestro amigo. Y sí, había
diferencias, probando que efectivamente intervienen moléculas
específicas (que aparecen en unos extractos pero no otros), aunque están
aún por identificar.
Es decir, ahora sabemos que los pulpos no se enredan, no por ciencia infusa, sino porque algo en su piel impide que los brazos se peguen entre sí.
Y es más: aunque su cerebro no controla cada movimiento de sus brazos
como hace el nuestro (porque son muchos y se mueven demasiado
alocadamente), sí sabe distinguir los suyos propios de los de otro pulpo.
Naturalmente, la cosa no acaba aquí,
quedan incógnitas por despejar. El intrincado sistema de movimiento de
los pulpos ha servido de inspiración para la robótica, y quién sabe qué
otras aplicaciones puede tener este sistema.
Pulpo. Fuente: Santi Villamarín en Flickr (CC).
Referencia:
- Nesher, N., Levy, G., Grasso, F. W. & Hochner, “Self-Recognition Mechanism between Skin and Suckers Prevents Octopus Arms from Interfering with Each Other”, B. Curr. Biol. http://dx.doi.org/10.1016/j.cub.2014.04.024 (2014).
Fuente: