¿Puede un gato sufrir de depresión? ¿O un caballo morderse a sí mismo porque se siente solo? ¿O un pez desmayarse de miedo?
La respuesta, en cada caso, es afirmativa. Muchas de las enfermedades que aquejan a los animales, tanto físicas como mentales, son las mismas que afectan a los seres humanos y responden, en muchos casos, a las mismas causas, según dos investigadoras en Estados Unidos.
Barbara Natterson-Horowitz,
profesora de cardiología en la Universidad de California, Los Angeles, y
la escritora Kahtryn Bowers son las autoras de un nuevo libro que
detalla las afecciones comunes a animales y seres humanos y las formas
en que expertos en ambos campos pueden beneficiarse de un trabajo
conjunto.
La obra se titula "Zoobicuidad, lo que los animales pueden enseñarnos sobre la salud y la ciencia de sanar" (Zoobiquity: What Animals Can Teach Us About Health and the Science of Healing).
Las investigadoras creen que veterinarios y médicos deben cooperar en forma estrecha e incluso crearon un término para este nuevo campo de investigación: "zoobicuidad".
"Como médica veía siempre muchas enfermedades diferentes, pero también ocasionalmente trabajaba como consultora en el zoológico de Los Angeles", señaló Natterson-Horowitz en una columna escrita especialmente para el diario estadounidense The New York Times.
En una ocasión, la científica debió examinar un mono con problemas al corazón y un veterinario le advirtió que no mirara al animal a los ojos porque éste podría aterrarse y sufrir insuficiencia cardíaca.
"Los casos vistos por los veterinarios eran muy similares a los tratados por mis colegas médicos. Intrigada por esto comencé a tomar notas de cada caso que veía en el hospital y a buscar correlaciones en estudios veterinarios. Comencé a preguntarme, por ejemplo, ¿sufren los animales de cáncer de mama?, ¿de ataques al corazón inducidos por estrés? ¿de tumores cerebrales y desmayos? Y en cada caso, la respuesta era siempre afirmativa".
"También descubrí que los gansos, gorilas y focas pueden sufrir de depresión cuando pierden a un ser querido y algunos perros tienen una gran tendencia a la ansiedad".
Algunas aves, por ejemplo, pueden arrancarse las plumas y picotearse a sí mismas si se las deja en completa soledad. "Tal vez un paciente humano que se inflige a sí mismo quemaduras con cigarrillos podría mejorar si su terapeuta consultara a un experto en el tratamiento de loros que se arrancan las plumas", señaló la científica en su columna.
"Y un dato que podría ser importante para el tratamiento de adicciones es que algunas especies de animales, desde aves a elefantes, consumen plantas con sustancias alucinógenas que parecen ofrecerles experencias sensoriales intensas".
"Más y más comencé a preguntarme, ¿podrían los médicos beneficiarse de intercambiar información con los veterinarios?", dijo Natterson-Horowitz.
"En el pasado existió esa cooperación. Hace uno o dos siglos, en algunas comunidades rurales, tanto animales como seres humanos eran tratados por el mismo terapeuta. Y tanto médicos como veterinarios citan a un doctor del siglo XIX, William Osker, como uno de los fundadores de sus campos. Pero en el siglo XIX la medicina humana y animal comenzaron a separarse, cuando debido a la urbanización menos personas mantenían contacto con animales".
Las autoras señalan que especialmente en el caso de los chimpancés, con los que los seres humanos comparten el 98,6% de su genoma, las similitudes deberían haber recibido más atención por parte de los expertos.
En un estudio publicado en 2011, Lucy Birkett y colegas de la Universidad de Kent, en Inglaterra, constataron en chimpancés en zoológicos una serie de comportamientos anormales asociados a la falta de estímulos y al confinamiento en cautiverio. Observaron, por ejemplo, a animales "comer su propia materia fecal, golpear su cabeza contra un objeto, arrancarse el pelo, morderse y cometer otras formas de automutilación".
"El típico adolescente de clase media es un poco como un caballo que sufre estando solo en su establo, con mucho tiempo extra y pocos desafíos. Los cuidadores en los zoológicos hacen que los animales exploren en busca de alimentos para evitar el aburrimiento. ¿Podríamos intentar que los adolescentes a veces cultiven y preparen su propia comida, una actividad que podría darles calma y un sentido de propósito?", señala Natterson-Horowits en el libro.
Los seres humanos compartimos además con los animales la compulsión a acicalarnos, un hábito que "evolucionó durante millones de años y nos une socialmente".
Según señala la investigadora en su libro "nuestra conexión esencial con los animales va desde el cuerpo al comportamiento, desde lo psicológico a lo social. Y esto es un llamado a que tanto médicos como pacientes se unan a los veterinarios en una nueva forma de pensar, que ve más allá de las camas de hospital hacia los establos, campos, océanos y cielos donde habitan los animales".
Fuente:
BBC Ciencia
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La obra se titula "Zoobicuidad, lo que los animales pueden enseñarnos sobre la salud y la ciencia de sanar" (Zoobiquity: What Animals Can Teach Us About Health and the Science of Healing).
Las investigadoras creen que veterinarios y médicos deben cooperar en forma estrecha e incluso crearon un término para este nuevo campo de investigación: "zoobicuidad".
"Como médica veía siempre muchas enfermedades diferentes, pero también ocasionalmente trabajaba como consultora en el zoológico de Los Angeles", señaló Natterson-Horowitz en una columna escrita especialmente para el diario estadounidense The New York Times.
En una ocasión, la científica debió examinar un mono con problemas al corazón y un veterinario le advirtió que no mirara al animal a los ojos porque éste podría aterrarse y sufrir insuficiencia cardíaca.
"Los casos vistos por los veterinarios eran muy similares a los tratados por mis colegas médicos. Intrigada por esto comencé a tomar notas de cada caso que veía en el hospital y a buscar correlaciones en estudios veterinarios. Comencé a preguntarme, por ejemplo, ¿sufren los animales de cáncer de mama?, ¿de ataques al corazón inducidos por estrés? ¿de tumores cerebrales y desmayos? Y en cada caso, la respuesta era siempre afirmativa".
Depresión y picoteos
Natterson-Horowitz señala, por ejemplo, que el melanoma ha sido diagnosticado en una gran variedad de especies, desde pingüinos a búfalos. Los koalas, por su parte, padecen actualmente una severa epidemia de clamidia, la enfermedad transmitida sexualmente."También descubrí que los gansos, gorilas y focas pueden sufrir de depresión cuando pierden a un ser querido y algunos perros tienen una gran tendencia a la ansiedad".
Algunas aves, por ejemplo, pueden arrancarse las plumas y picotearse a sí mismas si se las deja en completa soledad. "Tal vez un paciente humano que se inflige a sí mismo quemaduras con cigarrillos podría mejorar si su terapeuta consultara a un experto en el tratamiento de loros que se arrancan las plumas", señaló la científica en su columna.
"Y un dato que podría ser importante para el tratamiento de adicciones es que algunas especies de animales, desde aves a elefantes, consumen plantas con sustancias alucinógenas que parecen ofrecerles experencias sensoriales intensas".
"Más y más comencé a preguntarme, ¿podrían los médicos beneficiarse de intercambiar información con los veterinarios?", dijo Natterson-Horowitz.
"En el pasado existió esa cooperación. Hace uno o dos siglos, en algunas comunidades rurales, tanto animales como seres humanos eran tratados por el mismo terapeuta. Y tanto médicos como veterinarios citan a un doctor del siglo XIX, William Osker, como uno de los fundadores de sus campos. Pero en el siglo XIX la medicina humana y animal comenzaron a separarse, cuando debido a la urbanización menos personas mantenían contacto con animales".
Las autoras señalan que especialmente en el caso de los chimpancés, con los que los seres humanos comparten el 98,6% de su genoma, las similitudes deberían haber recibido más atención por parte de los expertos.
En un estudio publicado en 2011, Lucy Birkett y colegas de la Universidad de Kent, en Inglaterra, constataron en chimpancés en zoológicos una serie de comportamientos anormales asociados a la falta de estímulos y al confinamiento en cautiverio. Observaron, por ejemplo, a animales "comer su propia materia fecal, golpear su cabeza contra un objeto, arrancarse el pelo, morderse y cometer otras formas de automutilación".
Adolescentes
Las autoras señalan que es hora de reestablecer la cooperación entre los expertos de ambos campos."El típico adolescente de clase media es un poco como un caballo que sufre estando solo en su establo, con mucho tiempo extra y pocos desafíos. Los cuidadores en los zoológicos hacen que los animales exploren en busca de alimentos para evitar el aburrimiento. ¿Podríamos intentar que los adolescentes a veces cultiven y preparen su propia comida, una actividad que podría darles calma y un sentido de propósito?", señala Natterson-Horowits en el libro.
Los seres humanos compartimos además con los animales la compulsión a acicalarnos, un hábito que "evolucionó durante millones de años y nos une socialmente".
Según señala la investigadora en su libro "nuestra conexión esencial con los animales va desde el cuerpo al comportamiento, desde lo psicológico a lo social. Y esto es un llamado a que tanto médicos como pacientes se unan a los veterinarios en una nueva forma de pensar, que ve más allá de las camas de hospital hacia los establos, campos, océanos y cielos donde habitan los animales".
Fuente:
BBC Ciencia
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