El amo de los 140 caracteres está a punto de ver cómo su red social se convierte en un imperio, comparable a Facebook y Google.
Jack
Dorsey no es un 'geek' (un friqui de la tecnología) cualquiera. Cuando
se presenta ante el entrevistador, luce un 'look' a la última.
Mocasines, calcetines multicolor, jersey negro de cuello abierto y
camisa de Dior con el cuello invertido de color azul pálido. A años luz
del uniforne 'vaquero-zapatillas-camiseta negra de manga larga' que es
la norma en Silicon Valley.
Habla
poco, con una voz suave y pausada. Pero su ritmo es rápido. Jack Dorsey
habla de la misma manera que tuitea: utilizando 140 caracteres,
puntuados por 'yup' (sí) y 'no'. Tiene un aire juvenil y soñador que
contrasta con su personaje de visionario inspirado que ejerce sus
responsabilidades como empresario con mano de hierro.
A
los 20 años se interesó por la botánica, los masajes, la moda... antes
de volver a sus ordenadores. En 2006 trabajaba en una compañía
informática al borde de ser devorada por Apple. Su jefe, Evan Williams,
estaba enloquecido. Un día se dirige a su colaborador de aspecto grunge,
con aro en la nariz y pendientes: «Jack, por favor, ¡encuentra una idea
para que salgamos de esta!». Respuesta de Jack: un servicio que permite
contar a quien queramos, en pocas líneas, dónde estamos y qué hacemos.
Acababa de nacer Twitter.
La
start-up está hoy a punto de convertirse en un imperio, comparable a
Facebook y Google. En pocos meses abandonará sus anónimas oficinas de
Folsom Street, en San Francisco, donde el jefe ocupa un cubículo sin
ventana en una sala diáfana de la sexta planta... Twitter se muda a un
edificio art déco, en plena reforma, en Market Street. El lugar es 10
veces más grande, para poder alojar a todos sus empleados -700 en la
actualidad-, que deberían duplicarse este año.
Nos
recibe un jueves, «el día de la semana que dedico a las relaciones
externas. Aprovecho para salir del despacho». Su vida cotidiana está
extremadamente organizada: cada día lo dedica a un tema. Nació hace 35
años en Saint Louis, Misuri, y siempre ha convertido su vida en un
prototipo, siempre ha sometido su universo a una cuadrícula. «Simplifico
la complejidad», afirma.
¿Cómo se le ocurrió la idea de Twitter?
Jack
Dorsey. Mi padre era ingeniero. En 1984, cuando yo tenía ocho años,
trajo a casa un ordenador, un Macintosh que acababa de salir al mercado,
y después un PC Junior de IBM. Me fascinaban las ciudades, su
movimiento, la animación que albergan. Coleccionaba planes de urbanismo
en mi habitación infantil. Y cuando los miraba, me preguntaba: «¿Qué
estará pasando en esa glorieta, en ese parque?». Creé programas
informáticos que pudieran darme la respuesta. Contribuyeron a crear
Twitter años más tarde.
¿De dónde le viene esa pasión por los ordenadores?
J.D.
Tuve la suerte de crecer en Saint Louis, en Misuri, donde son legión
los pequeños genios de la informática. Era fácil encontrar medios para
desarrollar esos programas. Siempre había alguien dispuesto a ayudarme.
Mis padres me apoyaron mucho.
¿Con qué soñaba?
J.D.
Me fascinaban los trenes, me pasaba el tiempo filmándolos... Y luego
buscaba a dónde iban, y construía un modelo con toda esa información en
mi ordenador. Siempre quise crecer muy rápido. Con ocho años, me hice mi
primera tarjeta de visita: «Jack Dorsey, consultor». No sabía lo que
quería decir, pero me parecía cool. Evidentemente, nadie me tomaba en
serio...
Antes de fundar Twitter, tocó un montón de teclas...
J.D.
Me gusta la diversidad. Primero, me apasionó la botánica, porque me
encantaban las flores. Me interesé por los masajes por una cuestión de
orden práctico: las muñecas me mataban, a fuerza de pasarme horas
tecleando en los ordenadores. Tenía que cuidarme. Los masajes me
permitieron descubrir las formas y el funcionamiento del cuerpo humano,
comparable a un programa informático, pero más complejo.
También quiso dedicarse a la moda...
J.D.
Siempre me fascinó la estética, un poco como a Steve Jobs, al que
lamento no haber conocido nunca. La belleza me inspira. Mire a Einstein:
no era el hombre mejor vestido de la Tierra, pero sus fórmulas
matemáticas eran de una belleza excepcional. Todo depende de dónde se
ponga el cursor.
Dicen
de usted que es un asceta que vive de manera austera, en un loft
minimalista cerca de su despacho.
¿Coge vacaciones alguna vez?
J.D.
No, descanso los sábados... y punto. Veo a mis amigos, bebo vino, sobre
todo champán, que me encanta. Hago carreras de marcha. Con eso me
basta. El resto de la semana, domingos incluidos, trabajo 16 horas al
día.
¿Cómo se le ocurren las ideas?
J.D. Camino muchísimo. Por la mañana, cuando me levanto, sobre todo.
¿Por qué limitó los tweets a 140 caracteres?
J.D.
Cuando creé Twitter, los teléfonos móviles menos sofisticados permitían
escribir SMS de 160 signos, no más, porque había que dejar un poco de
espacio para escribir el nombre de los usuarios. Por eso limité los
textos a 140 caracteres.
¿Cómo son sus jornadas?
J.D.
Me levanto a las cinco y media de la mañana e intento volver a casa a
las 10 de la noche. Mis jornadas empiezan siempre con un SMS que le
envío a mi madre. Vive en Saint Louis y, por la diferencia horaria, ella
amanece antes que yo. Generalmente, cuando me levanto, ella ya ha
tuiteado sobre sus actividades cotidianas, por lo que siempre estoy al
tanto de lo que hace.
¿Tienen una relación muy estrecha?
J.D.
Sí, y con mi familia en general. Con mi madre hablo por teléfono una
vez al mes. Pero como tuitea igual que yo todos los días, cuando hablo
con ella, estoy al corriente de todo. Eso me permite tener
conversaciones más profundas con ella.
Twitter
jugó un papel muy importante en la 'primavera árabe' sobre todo. Los
manifestantes lo utilizaron para derrocar dictaduras. ¿Se siente
orgulloso?
J.D.
Twitter es como la electricidad: uno puede utilizarlo como quiera. Todo
el mundo lo emplea: las celebrities, las personas anónimas; y por todo
tipo de razones: médicas, educativas, personales... políticas también.
Nunca había sucedido antes. Twitter favorece la democracia directa. Es
una revolución social y cultural que acerca a los ciudadanos al poder.
Viajó usted recientemente a París...
J.D.
París es mi ciudad preferida. Voy varias veces al año, desde que me lo
puedo permitir. En esta ocasión, me entrevisté con los candidatos a las
elecciones presidenciales. Las elecciones son siempre momentos muy
importantes para Twitter. El tráfico estalla. Lo constatamos en 2008 en
Estados Unidos. Fue en ese momento cuando Twitter despegó de verdad. Hoy
tenemos grandes ambiciones de desarrollo fuera de Estados Unidos.
Twitter se adapta perfectamente a los debates que les entusiasman a los
franceses...
Se dice que Mark Zuckerberg [el fundador de Facebook] sueña con comprarle la empresa...
J.D. Conozco a Mark. Estamos en contacto. Pero Twitter no está en venta. Desarrollo el negocio, es lo único que importa.
¿Twitter es rentable?
J.D.
No tenemos por qué responder a ese tipo de preguntas, no cotizamos en
Bolsa. Y si estuviera obsesionado por la salida a Bolsa, sería muy
triste. Ni siquiera pienso en ello. Para mí, la Bolsa es simplemente un
medio para obtener fondos para desarrollarnos; nada más.
Se ha convertido en un hombre muy rico. ¿Su vida ha cambiado?
J.D.
No. El dinero me importa poco. No tengo un barco lujoso. Conozco a más
gente. Pero permanezco concentrado en los mismos puntos de interés.
¿Qué le hace esforzarse, en el fondo?
J.D.
Todos nos hacemos las mismas preguntas: «¿Qué hago en este mundo?,
¿para qué sirve mi vida?». Mi respuesta es: crear. Mi pasión es inventar
soluciones. Si el producto gusta, entonces me rodeo de gente para
desarrollarlo. Como hay que pagarles un sueldo, entonces creo una
empresa. Y, créame, ¡soy muy feliz así!
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