Un poco de historia
- Siglo I a.C: los romanos usan montacargas con un sistema de poleas empujados por seres humanos, animales y agua.
- 1880: fábricas en Inglaterra usan ascensores movidos por engería creada por vapor.
- 1853: Elisha Graves Otis
presenta una válvula de seguridad para evitar que los montacargas se
caigan, abriendo el camino para la creacion de ascensores para personas.
- En la década de 1950: se implementa un sistema de seguridad para cerrar las puertas, eliminando la necesidad de un operador.
Cuanta más gente se sube, más incómoda es la situación.
Es uno de los viajes que muchos
de nosotros hacemos con más frecuencia al día. Y, sin embargo, cuando lo
hacemos, no podemos evitar experimentar una cierta sensación de
ansiedad.
Se trata nada más y nada menos que del viaje en
ascensor, un recorrido que a pesar de durar unos pocos segundos nos
suele resultar ligeramente incómodo.
"Casi todos nos encerramos en
nosotros mismos. Entramos, presionamos el botón y nos quedamos
perfectamente quietos", le explicó a la BBC Lee Gray, investigador de la
Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos.
Tal es el interés que despierta en Gray el estudio y análisis de esta actividad que la gente lo llama "el hombre del ascensor".
"El elevador se convierte en un espacio
interesante, en donde las normas de comportamiento se vuelven extrañas",
explica. "Son ámbitos socialmente curiosos a la vez que muy raros".
Las conversaciones que comenzaron en el hall
tienden a extinguirse rápidamente en la densa atmósfera del ascensor.
Por lo general entramos y nos damos vuelta para ponernos de frente a la
puerta.
Si alguien más entra, puede que tengamos que
movernos. Y aquí es donde los pasajeros comienzan a hacer -sin pensarlo-
una seguidilla de movimientos semejantes a los pasos de un baile
preestablecido.
El baile del ascensor
Al igual que en los puntos en los dados, la gente tiende a pararse en un lugar específico.
Cuando estamos solos podemos hacer lo que queremos: la pequeña caja es toda nuestra.
Si hay dos personas, cada uno se ubica en una esquina. Pararse en diagonal, es la forma de crear la mayor distancia posible.
Cuando entra una tercera persona, de forma
inconsciente formamos un triángulo. Y, cuando se incorpora una cuarta
persona, cada uno se para en una esquina. En caso de que ingrese una
quinta, la desafortunada siempre se tiene que situar en ese incómodo
centro del ascensor.
A partir de aquí, la cuestión se complica. Las
personas que ingresen en ese momento deberán medir la situación apenas
se abran las puertas y tomar una decisión inmediata. Una vez dentro, el
protocolo para la mayoría es simple: mirar hacia abajo, o al teléfono.
Pero ¿por qué nos comportamos de forma tan extraña en esta caja que sube y baja?
"Por
lo general, cuando nos juntamos con otra gente, dejamos entre persona y
persona una distancia de por lo menos un brazo. Y eso no es posible en
la mayoría de los elevadores, por eso nos encontramos en una situación
muy inusual"
Babette Renneberg, psicóloga clínica de la Universidad Libre de Berlín
"Uno no tiene espacio suficiente", le dice a la
BBC Babette Renneberg, psicóloga clínica de la Universidad Libre de
Berlín, en Alemania.
"Por lo general, cuando nos juntamos con otra
gente, dejamos entre persona y persona una distancia de por lo menos un
brazo. Y eso no es posible en la mayoría de los elevadores, por eso nos
encontramos en una situación muy inusual. Es poco natural".
En un espacio tan pequeño y encerrado se vuelve
vital, dice, actuar en una forma que no pueda ser interpretada como
amenazadora, rara o ambigua. La manera más fácil de lograrlo es evitando
el contacto visual.
El miedo al encierro
White estuvo encerrado 40 horas en un ascensor.
Pero hay algo más.
"En alguna parte de nuestra mente nos sentimos
ligeramente ansiosos", dice Nick White, un oficinista de Nueva York que
tuvo la mala suerte de quedarse atrapado en un ascensor durante cerca de
40 horas.
"No nos gusta estar encerrados. Queremos salir del elevador lo antes posible porque es un lugar un poco repulsivo".
Durante su agonía, White empezó a pensar en otro
espacio encerrado que tenemos escondido en algún lugar de nuestra
mente: una tumba.
Sería comprensible que White se negara a subir
otra vez a un elevador. Pero si trabajamos en una ciudad y no nos
conformamos con un trabajo de recepcionista, ésta no es una alternativa.
"Siempre me acuerdo de lo que pasó cuando me subo a uno", admite. "Es algo sobre lo que tienes muy poco control".
Lee Gray, de la Universidad de Carolina del
Norte, concuerda que esta sensación de no tener control sobre algo es la
principal causa de ansiedad.
"Te encuentras dentro de una máquina que se mueve y que no controlas. No puedes ver el motor y no sabes cómo funciona", señala.
Medio seguro
Esta sensación de pasividad y de estar en las
manos de una máquina es más intensa en la era de los ascensores
"inteligentes", que no tienen botones.
Después de pasar por un control de seguridad o
de apretar un botón en un tablero central, los pasajeros se dirigen
hacia un ascensor que está programado para detenerse en el piso al que
van, sin necesidad de que éste presione ninguna tecla. El sistema está
diseñado para reducir el número de paradas innecesarias.
Aunque es un sistema más eficiente, no todo el mundo se siente cómodo con él.
Pese a que generan una cierta dosis de ansiedad,
Gray asegura que los ascensores -inteligentes o no- son más seguros que
los autos, y mucho más seguros aún que las escaleras mecánicas.
"Es de hecho uno de los medios de transporte más
seguros. Si miras a los miles de millones de viajes que hacen al año,
verás que hay muy pocos accidentes".
Todos lo sabemos, y por eso seguimos tomándolos a diario, a pesar de que nos hagan sentir un poco nerviosos.
"Aprendimos que podemos subirnos a un ascensor
sin correr riesgos", dice Renneberg. "De alguna manera es el triunfo del
racionalismo por sobre nuestros instintos más animalísticos".
Quizá la próxima vez que viajemos en uno, podamos reflexionar sobre esta idea.
Eso sí, ni se le ocurra compartirla con sus compañeros de viaje.
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