El uso de ovocitos y embriones donados crece al compás del retraso en la edad de la maternidad Muchos progenitores ocultan que no comparten ADN con los hijos.
Los pequeñuelos no paran. Se tambalean por el parque mientras su
hermano mayor, rubio al estilo surfero, corretea a su alrededor. “Les
encanta el tobogán, pero una vez que logran subir por su cuenta estás
perdida. No les puedes quitar ojo”, dice su embelesada madre. Se llama
Eva María Bernal. Habla con rotundidad y tanto entusiasmo que no suena a
frase hecha cuando explica que siempre quiso tener hijos, y que decidió
no esperar a hallar a un teórico príncipe azul. Primero llegó Rodrigo,
concebido por inseminación artificial con semen de donante. Y siete años
después nacieron los mellizos, Martín y Aitana, que acaban de cumplir
20 meses. “Cuando tuve al mayor no imaginaba que iba a ir a por otro,
pero en seguida me decidí. Tres meses después, la clínica se puso a
buscar al donante de Rodrigo para volver a inseminarme”, cuenta. Aquella
inseminación no cuajó. Tampoco las posteriores. Ni las fecundaciones in vitro,
con sus ovocitos o, cuando los suyos no funcionaron, con ovocitos
donados. En total, se sometió a una docena de transferencias. Hasta que
optó por la adopción de embriones. Y completó su trío. Tenía 46 años.
Como ella, cada vez son más las madres solas o las parejas que alumbran hijos que no portan su ADN —o no total—. Lo consiguen recurriendo a la ovodonación —utilizar ovocitos de una donante joven fecundados con semen también donado, o no— o a la adopción de embriones; una técnica que consiste en la implantación de embriones que otras parejas han obtenido en sus procesos de fertilización y que, tras concebir el número de hijos deseado, deciden donar los que no van a usar. Sistemas que ganan terreno al compás del retraso en la edad de la maternidad —30,3 años para el primer hijo— y del consiguiente aumento de las parejas con problemas de fertilidad (son ya un 17%). Así, en 2011, en España se registraron 4.500 embarazos por ovodonación, 1.000 más que cuatro años antes. Y el número de mujeres que optó por una transferencia de embriones donados se ha doblado hasta las 459 en dos años, según datos de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF).
Ambas técnicas suelen ser el último recurso antes de desistir. Recurren a ellas, por lo general, parejas —o mujeres solas— mayores de 40 años, con problemas de esterilidad severos y que ya han pasado por varios tratamientos de fertilidad fallidos; e incluso por varios abortos espontáneos. Son familias que se enfrentan a la disyuntiva entre renunciar a concebir hijos y que estos no lleven su carga genética. “Al final, para muchos pesan más las ganas de tener hijos. El hecho de que tengan su ADN se diluye, sobre todo si llevan un tiempo con programas de reproducción asistida que no han dado frutos”, apunta José Manuel Castilla, secretario de la SEF.
Lea el artículo completo en:
El Páis Ciencia
Como ella, cada vez son más las madres solas o las parejas que alumbran hijos que no portan su ADN —o no total—. Lo consiguen recurriendo a la ovodonación —utilizar ovocitos de una donante joven fecundados con semen también donado, o no— o a la adopción de embriones; una técnica que consiste en la implantación de embriones que otras parejas han obtenido en sus procesos de fertilización y que, tras concebir el número de hijos deseado, deciden donar los que no van a usar. Sistemas que ganan terreno al compás del retraso en la edad de la maternidad —30,3 años para el primer hijo— y del consiguiente aumento de las parejas con problemas de fertilidad (son ya un 17%). Así, en 2011, en España se registraron 4.500 embarazos por ovodonación, 1.000 más que cuatro años antes. Y el número de mujeres que optó por una transferencia de embriones donados se ha doblado hasta las 459 en dos años, según datos de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF).
Ambas técnicas suelen ser el último recurso antes de desistir. Recurren a ellas, por lo general, parejas —o mujeres solas— mayores de 40 años, con problemas de esterilidad severos y que ya han pasado por varios tratamientos de fertilidad fallidos; e incluso por varios abortos espontáneos. Son familias que se enfrentan a la disyuntiva entre renunciar a concebir hijos y que estos no lleven su carga genética. “Al final, para muchos pesan más las ganas de tener hijos. El hecho de que tengan su ADN se diluye, sobre todo si llevan un tiempo con programas de reproducción asistida que no han dado frutos”, apunta José Manuel Castilla, secretario de la SEF.
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