Hace tan solo dos días, el Tour de Francia echó el cierre en su edición número 100. Aprovechando la resaca
de la prueba reina del ciclismo, el post de hoy tratará de Deporte y Química, dos magníficos símbolos de superación.
Gracias a la química, el deporte ha
experimentado una considerable evolución, y en la actualidad nadie duda
que si los deportistas tienen tan buenos resultados y baten
constantemente sus propias marcas, se debe en gran medida a los nuevos
materiales de los que están hechos sus equipamientos (más flexibles, más ligeros y más fuertes), capaces de hacer realidad el lema olímpico “más rápido, más alto, más fuerte”.
Lejos van quedando la madera, el hierro, el cuero y otros materiales
tradicionales, que han dejado paso a compuestos químicos de simple o
alta tecnología.
La bicicleta, tal y como la conocemos (dos ruedas, pedales que accionan la rueda trasera mediante una cadena, un sillín y un manillar que dirige la rueda delantera),
empezó a ser popular a finales del siglo XIX cuando John Dunlop inventó
la cámara de aire de caucho. Por aquella época, las bicicletas se
pusieron de moda en Francia y una mente brillante como la de Marie Curie
encontró en el deporte del ciclismo un aliado al que acudir para
relajarse. Este estilo de vida saludable pone de manifiesto que Marie
Curie creía en la idea mens sana in corpore sano, como recoge recientemente SINC en su reportaje “Genios en forma”.
“Como
cualquier otra pareja de recién casados, Pierre y Marie Curie
utilizaron el dinero que les dio uno de sus primos como regalo de boda
para comprarse algo que deseaban desde hacía tiempo: un par de
bicicletas. Era el mes de julio de 1895”. “Su pasión por el ciclismo
fue tal que, como viaje de novios, emprendieron una larga travesía en
sus flamantes bicis por la costa de la Bretaña francesa. El verano
siguiente ambos repitieron la experiencia en el interior del país y
siempre que podían utilizaban las dos ruedas para moverse por París,
donde residían. Una vez a la semana recorrían unos 12 kilómetros para
visitar a los padres de Pierre”. “En el libro de gastos de las cuentas
de la casa Curie, la columna dedicada al ciclismo muestra que gastaron
una considerable suma en la ropa adecuada para montar en bici, en
recambios y en pagar el impuesto de cada bicicleta todos los años,
puesto que poseer este vehículo, en esa época, se consideraba un bien de
lujo”.
Sin duda, Marie Curie
se sorprendería al ver las bicicletas modernas, donde gran parte de los
materiales tradicionales se sustituyen por materiales sintéticos de
origen químico. Por ejemplo, metales como el aluminio y el acero han
perdido terreno en beneficio de los materiales composites o resinas compuestas, tales como la fibra para-aramida (que hace el bastidor más ligero y sólido),
o la fibra de carbono, que aligera significativamente el peso del
cuadro. Estas mejoras se han ido incorporando a las diferentes partes de
la bicicleta, incluso a los sillines. Los actuales están recubiertos de
un gel hecho de un elastómero que los hace más confortables,
gracias a un mejor reparto del peso en su superficie. El gel, que se
encuentra entre el estado sólido y el líquido, se mantiene elástico
durante toda la vida de la bicicleta.
Como curiosidad, ¿sabéis quién ha sido el ciclista que aprovechando todos los avances de la química, más distancia ha recorrido con una bicicleta en una hora? El canadiense Sam Whittingham (2009) logró recorrer nada menos que 90 kilómetros (¡90 km en una hora!), utilizando una bicicleta reclinada, totalmente recubierta por un caparazón de fibra de vidrio que redujo al mínimo la resistencia al aire. Qué lejos quedan los 53 kilómetros del récord del belga Eddie Merckx (1972), o del español Miguel Induráin (1994)…
La Química del siglo XXI