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14 de mayo de 2013

Anaxágoras: El primer mártir de la ciencia

Anaxágoras de Clazomene. | EM
Anaxágoras de Clazomene. | EM
 
Los movimientos y la naturaleza de los astros eran un auténtico misterio para los primeros pensadores de la Antigüedad, del mismo modo que ahora es un enigma para nosotros cómo se las apañaban estos sabios para lograr, con los escasos medios que tenían, algunas conclusiones sorprendentes. A veces es difícil distinguir si realmente tenían ciertos conocimientos o, sencillamente, sus contemporáneos se los atribuían como muestra de admiración y respeto.

Es el caso de Tales de Mileto, considerado uno de los primeros pensadores en buscar explicaciones lógicas a la realidad. Vivió entre los siglos VII y VI a. de C. y los filósofos posteriores lo recordarían como el estereotipo del sabio distraído, desinteresado por las riquezas materiales y capaz de caerse a un pozo por ir pensando en sus asuntos.

En el año 585, según relatan los historiadores Herodoto y Plinio, sorprendió a todos sus contemporáneos con la predicción de un eclipse de Sol. La sociedad en la que vivía Tales, en los mismos albores de la Grecia Clásica, aún no sabía cómo predecir estos acontecimientos, si bien es cierto que otras culturas anteriores -como los babilonios o los paganos de Stonehenge- sí manejaban ciclos que les ponían sobre aviso de cuándo la Luna o el Sol se ocultarían repentinamente.

Es muy posible, de hecho, que Tales se basara en las observaciones de los babilonios. La interpretación habitual es que el filósofo de Mileto, que había viajado a Egipto a estudiar geometría, conocía el llamado ciclo de Saros, tal y como lo habrían detectado los astrónomos caldeos gracias a sus cuidadosas y continuadas observaciones del cielo.

Sin embargo, el matemático del siglo XX Otto Neugebauer rechazó que los babilonios tuvieran realmente este conocimiento. Como no hay ningún ciclo lunar que opere en un solo punto del globo, tendrían que haber tenido en cuenta la latitud y haber extrapolado sus resultados, o bien haber registrado los eclipses de toda la Tierra. Ambas opciones son improbables, lo que significa que podían saber cuándo se produciría un eclipse, pero no en qué lugares sería visible.

La tesis de Neugebauer arroja aún más misterio sobre la astronomía antigua en general y, muy en particular, sobre cómo fue posible que Tales se anticipara a aquel eclipse solar, el 28 de mayo del 585 a.C. Fue el mismo día que lidios y medas, agotados por continuas hostilidades e inspirados por la señal del cielo, decidieron que ya tenían bastante y arrojaron sus armas al suelo. La guerra, bajo un Sol en retirada, había terminado.

Proverbial inteligencia

Tales de Mileto. | EM
Tales de Mileto. | EM
Según cuenta Plutarco, fue también Tales el primero en averiguar que los eclipses solares se producen por el paso de la Luna frente a nuestra estrella. Este hecho es aún más improbable que el anterior, aunque, en realidad, Tales podría haber llegado a esta conclusión sin saber predecir eclipses, por lo que ambos hallazgos serían independientes.

En todo caso, era una práctica común en la Antigüedad atribuir a sabios célebres los descubrimientos que otros habían logrado. Quizá el nombre de Tales de Mileto, más que una persona, represente para nosotros toda una escuela o una manera de pensar. Al menos, nos sirve para situar el momento y el lugar en el que comenzaron a plantearse los primeros problemas matemáticos y científicos sobre los astros que rodean a nuestro planeta.

Tanto si estos hallazgos son atribuibles a Tales como si fueron responsabilidad de otros pensadores griegos inspirados por su figura, el hecho es que llegar a estas conclusiones en aquellos tiempos no solo debió requerir de una proverbial inteligencia, sino también de una capacidad extraordinaria para escapar de los paradigmas dominantes. Por un lado, afirmar que la Luna cubre con su esfera al Sol implica estar hablando de cuerpos sólidos, y no de dioses o de entidades sobrenaturales.

Sin embargo, la divinización de los astros aún seguiría en boga hasta casi diez siglos después de Tales, cuando los patriarcas del cristianismo erradicaron estas ideas por considerarlas herejías. Todavía podemos encontrar un pálido y devaluado reflejo de estas antiguas creencias en la actual astrología. Sin duda alguna, e independientemente de que se hayan exagerado algunos de sus méritos, Tales fue un pionero: por ello, y pasados más de veinticinco siglos de su muerte, se merece seguir abriendo la historia del pensamiento en todos los libros de texto.

Otros filósofos de la Grecia Clásica descubrirían -o, quizás, redescubrirían- enseguida los hallazgos atribuidos a Tales de Mileto. En concreto, el primero en dejar constancia de que los eclipses se producen por el paso de un astro frente a otro fue Anaxágoras de Clazomene. Este hallazgo, a su vez, se habría basado en el descubrimiento de que la Luna refleja la luz del Sol, a cargo de Parménides de Elea.

Teólogía mezclada con física

Las aportaciones de Anaxágoras a la filosofía antigua en general y al estudio de los astros se encuentran entre las más destacadas de la Grecia presocrática. Nacido en la actual Turquía en el año 499 a. de C., Anaxágoras fue, en cierto modo, el primer teólogo de la historia, al argumentar que la causa primera de todas las cosas no podía ser ningún compuesto o elemento material, sino una suerte de inteligencia superior que él denominó Nous. A pesar de ello, Anaxágoras no estaba en absoluto obsesionado con lo sobrenatural y también fue un brillante estudioso del mundo físico.

En el año 467 a. de C. tuvo la ocasión de observar el meteorito que cayó en Egospótamos, por lo que comprobó que los cuerpos celestes están formados por rocas y dedujo que la Luna y el Sol no son entes divinos, como creían sus contemporáneos, sino que se trata de cuerpos sólidos. Aunque acertó en lo fundamental, la estructura del Sol es mucho más compleja de lo que pensó Anaxágoras, quien imaginaba al astro rey como una gran roca incandescente. Esta cualidad física de los cuerpos celestes, en cualquier caso, era compatible con la idea del Nous, fundamental en toda su filosofía.

Anaxágoras y Péricles, pintados por Augustin-Louis Belle. | EM
Anaxágoras y Péricles, pintados por Augustin-Louis Belle. | EM
El cosmos se originó, de acuerdo con este pensador, con una masa de materia en la que todos los elementos estaban mezclados, y sobre la que actuó el Nous provocando un torbellino en su centro. Como consecuencia de esta intervención de la inteligencia suprema sobre el mundo físico, las sustancias ligeras se separaron de las pesadas, y estas últimas quedaron atrapadas en el centro del huracán hasta formar la Tierra, mientras que el éter ocupó los cielos. Sin embargo, y dada la inmensa violencia del remolino, el éter siguió girando en torno a la Tierra y arrancando de ella pedazos de roca, los cuales originaron la Luna y el resto de astros.

No cabe duda de que la descripción es demasiado inocente para los estándares actuales, pero, si se analiza con detenimiento, arroja algunos importantes hallazgos. Desde el punto de vista científico, destacan dos: la idea de la diferenciación de la materia a partir de un compuesto primigenio, presente en las actuales teorías de la formación del sistema solar, y el concepto de fuerza centrífuga, igualmente avanzado para su época. En el caso concreto de la Luna, además, tampoco es descabellado decir que se desprendió de la Tierra. De hecho, es la teoría más aceptada por los expertos en la actualidad.

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El Mundo Ciencia ( La Odisea del Espacio)
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