En 2010 la televisión noruega emitió Hjernevask (“Lavado de cerebro”) una impresionante serie de siete documentales que cubrían diferentes aspectos del debate entre naturaleza y cultura, entre ellos la “paradoja de la igualdad de género”. Gracias a un estilo televisivamente desenfadado (similar al español “Salvados”, para entendernos), pero apoyándose en sólidas críticas científicas, la serie dirigida por el cómico Harald Eia consiguió alimentar la controversia pública y según algunas informaciones incluso podría haber contribuido a que el Instituto Nórdico de Género (NIKK) atravesara por un periodo de incertidumbre financiera.
¿Por qué en el país más igualitario de la tierra, según el Global Gender Gap Report, todavía hay un 90% de ingenieros, o un 90% de enfermeras? Quizás las políticas igualitarias y la mentalidad social no han progresado lo suficiente, o quizás es que las expectativas igualitarias extremas no se fundamentan en una teoría sólida de la naturaleza humana y de las diferencias sexuales.
Quizás las diferencias en las elecciones profesionales no se deban a las políticas, sino a diferencias naturales de la personalidad. Existe ya una considerable acumulación de evidencias que apuntan a que las diferencias en aversión al riesgo y rasgos de personalidad como la ansiedad o la neurosis pueden detectarse en la infancia, se mantienen estables en la vida adulta y son capaces de predecir diferencias en el comportamiento de los sexos en aspectos tan variados como la salud, las conductas relacionadas con el ocio y las preferencias laborales.
Como explican Schmitt y sus colegas (2008), estas diferencias sin embargo no son uniformes y varían mucho de cultura en cultura. Sorprendentemente, sin embargo, lo que se ha averiguado es que las diferencias en los rasgos de personalidad son mayores, no menores, en las sociedades prósperas, saludables, menos opresivamente patriarcales y más igualitarias. Si este hallazgo es realmente sólido, es difícil imaginar una contribución más decisiva en las ciencias sociales al debate sobre las diferencias de género.
Tanto en los datos de auto-informes y procedentes de otros, las culturas asiáticas y africanas generalmente muestran las diferencias de sexo más pequeñas, mientras que las culturas europeas y norteamericanas, en las cuales los standard de vida y de equidad de género son por lo general mayores, muestran las mayores diferencias (McRae et al., 2005). Con la mejora en la riqueza nacional y en la igualdad de los sexos, parece que las diferencias entre hombres y mujeres en rasgos de personalidad no disminuyen. Por el contrario, las diferencias se hacen considerablemente más grandes.Estas son la principales conclusiones que ratifica un trabajo publicado por David Schmitt y sus compañeros en Journal of Personality and Social Psychology (2008), basado en una base de datos recolectados en 55 países diferentes, incluyendo culturas europeas y no europeas, modernas y tradicionales, occidentales y orientales.
Construccionismo social Vs Psicología evolucionista
Hasta el momento, la explicación favorita de los científicos sociales, donde el construccionismo social es un modelo dominante, es que las diferencias de sexo a través de las culturas se deben a los roles sociales. Según el modelo de roles sociales, las diferencias de sexo resultan de la exposición a los roles de socialización, “un proceso en el que la cultura define los modos apropiados de pensar, sentir y comportarse para hombres y mujeres”, en consecuencia, se espera que a medida que las sociedades se vuelven más igualitarias y “progresistas”, las diferencias de sexo en la personalidad disminuyan.
Este modelo realmente tiene un tortuoso trabajo que hacer para explicar que la prosperidad y la igualdad sean responsables de más, no de menos diferencias de personalidad entre hombres y mujeres.
Quizás la explicación radica en la evolución de las diferencias sexuales, no en los roles sociales y en el papel de la socialización exclusivamente. Según este punto de vista, se esperan diferencias entre hombres y mujeres “en dominios en los que se hayan enfrentado con problemas adaptativos diferentes a lo largo de la historia evolutiva”. En particular, se piensa desde Trivers en que las diferencias en los niveles de inversión parental son justamente las responsables de que los hombres estén más dispuestos a tomar riesgos o a buscar posiciones de dominio social, mientras que las mujeres tienden a ser naturalmente más cautelosas y a estar más preocupadas por el cuidado de los niños.
De vuelta a la sabana
Para intentar explicar estas diferencias adaptativas, los psicólogos evolucionistas parten de la llamada “teoría del desajuste evolutivo” o “hipótesis de la sabana”. Según esta aproximación, las diferencias en la variación de los rasgos de personalidad a través de las culturas se debería “al grado de desajuste entre las condiciones medioambientales modernas y aquellas en las que evolucionaron los primeros humanos, es decir, en los entornos de los cazadores recolectores”. La hipótesis de la sabana predice que “cuando los entornos contemporáneos son diferentes a los entornos de los cazadores-recolectores, el desarrollo de las diferencias psicológicas innatas puede ser obstruído”.
A primera vista, los entornos contemporáneos nos parecen bastante alejados del ambiente adaptativo ancestral, en comparación con los entornos anteriores a la modernidad que normalmente consideramos “tradicionales”. Pero esta impresión puede ser errónea. Las sociedades contemporáneas podrían estar de hecho más próximas al paisaje adaptativo ancestral que las sociedades agrícolas típicas de los últimos miles de años. Psicológicamente hablando, las sociedades modernas podrían estar mandándonos de vuelta a la sabana:
De acuerdo con la hipótesis curvilineal de la variación cultural (Schmitt, 2005), los modernos estados-nación podrían estar psicológicamente más próximos a las culturas de cazadores y recolectores que las culturas agrícolas o pastorales menos desarrolladas. Las culturas agrícolas y pastorales, con disparidades enormes en la distribución de recursos, aislamiento familiar y relativa desigualdad de género, podría representar la mayor desviación psicológica de nuestro pasado como cazadores y recolectores.Esta hipótesis “curvilineal” sería consistente con el hallazgo de que la personalidad de los sexos diverge a medida que una sociedad es más próspera y políticamente igualitaria. En sociedades donde la vida es más difícil, “donde la longevidad es amenazada por una pobre salud, o donde las personas sufren de estrecheces económicas, el desarrollo de los rasgos propios de la personalidad está más restringido”, mientras que, como apunta Christina Hoff Sommers, allí donde hay más ocasiones para el desarrollo, la “riqueza, la libertad y la educación dan poder a los hombres y las mujeres para que sean lo que son”. Paradójicamente, una pareja de la igualitaria Noruega tendría hoy más probabilidades de desarrollar rasgos de personalidad diferentes que una pareja que viva en una sociedad patriarcal africana.
Tomado de:
La Tercera Cultiura