Conferencia del Prof. F. J. Rubia en la Real Academia Nacional de Medicina – 16 de abril de 2009
La música tiene un efecto conmovedor en nuestra psique. Sabemos
que una determinada música puede calmarnos y otra puede tener el efecto
contrario. Se ha utilizado en el pasado en la terapia de la epilepsia,
en la enfermedad de Parkinson, para disminuir la presión arterial, en el
tratamiento de niños afectados por el trastorno de hiperactividad con
déficit de atención, en la depresión, en el tratamiento del estrés y en
el insomnio.
El musicólogo y filósofo Julius Portnoy ha encontrado que la música puede cambiar las tasas metabólicas, aumentar o disminuir la presión arterial, los niveles de energía y la digestión de manera positiva o negativa dependiendo del tipo de música. La música puede aumentar la secreción de endorfinas por el cerebro y de esta manera producir placer así como relajación. Incluso se han hecho experimentos con plantas que crecieron más rápidamente que lo normal escuchando música clásica suave. Hay autores que han dicho que de todas las artes, la música es la que es capaz de modificar la consciencia de manera más poderosa.
El musicólogo y filósofo Julius Portnoy ha encontrado que la música puede cambiar las tasas metabólicas, aumentar o disminuir la presión arterial, los niveles de energía y la digestión de manera positiva o negativa dependiendo del tipo de música. La música puede aumentar la secreción de endorfinas por el cerebro y de esta manera producir placer así como relajación. Incluso se han hecho experimentos con plantas que crecieron más rápidamente que lo normal escuchando música clásica suave. Hay autores que han dicho que de todas las artes, la música es la que es capaz de modificar la consciencia de manera más poderosa.
Pero es más: se ha comprobado que la escucha por estudiantes de
la Universidad de Wisconsin durante 10 minutos de la sonata en re mayor
para dos pianos KV 448 tuvo efectos positivos en las pruebas de
razonamiento espacio-temporal, efecto que duraba unos 10 minutos. A este
fenómeno se le llamó el Efecto Mozart y los resultados de este estudio
fueron publicados en la revista Nature en 1993.
La cuestión, pues, es: ¿cuáles son los mecanismos que pueden explicar estos efectos sobre nuestro cerebro?
Sabemos que el sonido incide sobre nuestro oído estimulando células situadas en el oído interno, células que traducen la energía mecánica en energía eléctrica, es decir, potenciales de acción, el único lenguaje que el cerebro entiende. Estos potenciales son todos iguales, provengan de la piel, de la retina del ojo o de las papilas gustativas de la lengua. Pero en el caso de los sonidos, los potenciales eléctricos, a través de vías específicas, llegan a la corteza cerebral auditiva primaria localizada en el lóbulo temporal. El cerebro clasifica los sonidos en bandas de frecuencia, en intensidades y duraciones, así como en graduaciones de frecuencia, intensidad y duración.
Sabemos que el sonido incide sobre nuestro oído estimulando células situadas en el oído interno, células que traducen la energía mecánica en energía eléctrica, es decir, potenciales de acción, el único lenguaje que el cerebro entiende. Estos potenciales son todos iguales, provengan de la piel, de la retina del ojo o de las papilas gustativas de la lengua. Pero en el caso de los sonidos, los potenciales eléctricos, a través de vías específicas, llegan a la corteza cerebral auditiva primaria localizada en el lóbulo temporal. El cerebro clasifica los sonidos en bandas de frecuencia, en intensidades y duraciones, así como en graduaciones de frecuencia, intensidad y duración.
Las células de la corteza auditiva primaria no sólo se excitan
entre sí, sino que también utilizan la inhibición para simplificar la
información acústica, aumentar los contrastes y suprimir los ruidos de
fondo. No hay que olvidar que el cerebro está sólo interesado en cambios
y contrastes. Un sonido igual y constante termina por no oírse, gracias
a dos fenómenos: la adaptación de los receptores y un proceso
inhibitorio llamado habituación. Tampoco le interesa al cerebro la
frecuencia exacta de un sonido. Cualquier violinista puede cambiar su
nota ‘la’ media de 440 a 450 herzios y el cerebro se adapta
inmediatamente a ese cambio. Como se mostrado, somos sordos respecto a
las frecuencias exactas de los tonos, al cerebro le interesan las
distancias relativas entre las frecuencias más que las frecuencias
absolutas. Esto es válido para todos los sentidos. En la visión, la
luminosidad absoluta no es interesante para el cerebro, sino sólo los
contrastes.
Por otra parte el cerebro no es ningún órgano pasivo. Envía
fibras hacia las células sensoriales del oído interno controlando su
sensibilidad. Y también participa activamente en los diversos escalones
que recorre la información auditiva, modificando y filtrando esa
información. Esto quiere decir que los tonos que percibimos no existen
en la Naturaleza, sino que son atribuciones que la corteza cerebral
asigna a las señales eléctricas que le llegan desde la periferia,
interviniendo además en cada uno de las estaciones de relevo, desde el
oído hasta el lóbulo temporal. Sin este sistema centrífugo, el efecto
llamado de “cocktail party”, o sea la capacidad de escuchar una
conversación en una fiesta, a pesar del ruido de fondo, sería imposible.
El cerebro no se contenta con el análisis de los sonidos, sino que se
preocupa más bien de la interpretación activa de esos sonidos.
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