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17 de octubre de 2012

Dos libros denuncian estrategias peligrosas para la salud por parte de las grandes farmacéuticas


 

Son dos obras que no han de dejar indiferentes a nadie, ya que proceden de personas del mundo sanitario y que conocen bien el terreno por el que se mueven. Ambos libros vienen de fuera de nuestras fronteras y contienen acusaciones que deberían de ser tenidas muy en cuenta por las autoridades responsables de la política sanitaria de cualquier país.

El primero de ellos lleva por título “Guía de medicamentos útiles, inútiles o peligrosos” escrito por los especialistas Philippe Even y Bernard Debre. En esta obra se analizan nada menos que 4.000 medicamentos y se llega a la conclusión de que el 50% de ellos son inútiles, mientras que otro 20% son poco tolerados por los pacientes. Es una clara denuncia al bombardeo comercial de las empresas farmacéuticas, en las que aparecen un gran número de fármacos redundantes (cargados de enormes gastos de marketing para convencer a los pacientes de que su producto es el mejor) y otros que no han pasado adecuadamente los controles de calidad a los que se tiene que someter todo tipo de medicamento.

¿Y en qué fallan esos controles de calidad? Encontramos varias respuestas a esa cuestión en la segunda obra que recomiendo: el último libro de Ben Goldacre (autor del blog “Bad Science” y del libro que lleva el mismo nombre) titulado “Bad Pharma: how drug companies mislead doctors and harm patients”. Mientras que en su libro “Bad Science”, Goldacre nos hace una revisión del mundo de la pseudociencia, y los beneficios de la aplicación del método científico para el análisis de situaciones cotidianas, en “Bad Pharma” describe malas prácticas de las grandes corporaciones farmacéuticas para poner sus productos en el mercado, escapando a los controles que las autoridades imponen.

Esas estrategias son mayoritariamente de dos tipos, unas son comerciales y otras científicas. Dentro del primer grupo encontramos sobornos a médicos (directos o mediante asignaciones menos explícitas), campañas agresivas de publicidad e intentos de copar el mercado. Si esas prácticas parecen criticables, no son nada comparadas con las relacionadas con el ámbito científico. Entre ellas quizás las más peligrosas sean la ocultación de datos y el uso de testaferros. Algunas compañías ocultan sus resultados sobre la ineficacia o los efectos secundarios de un fármaco, y dado que los investigadores que participan en el ensayo poseen un acuerdo de confidencialidad, los resultados de dichos ensayos negativos quedan escondidos en un cajón. 

Hay otra estrategia para solventar el acuerdo del conflicto de intereses que imponen las revistas científicas. Éstas exigen que los investigadores que publican sobre temas biomédicos no tengan conflictos de intereses, o lo que es lo mismo, sus resultados no deben servir para que la compañía para la que trabajan gane dinero, o bien haga perder dinero a la competencia. Si existe ese conflicto, la revista no publicará los resultados. 

Para solventar esto, algunas farmacéuticas contratan investigadores que se limitan a firmar los trabajos, sin haber participado en la investigación ni en la redacción de los mismos.

Ambas obras denuncian estrategias nada éticas de las grandes corporaciones farmacéuticas, y señala el camino a los políticos responsables de la sanidad de un país: aumenten los controles sobre dichas empresas y sus productos. 

Fuente:

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