Es
frecuente entre las personas que quieren mejorar su peso, aunque
también entre algunos expertos en materia de dietética, dar una
importancia absoluta a las calorías. En ocasiones incluso las
estrategias utilizadas giran únicamente en torno al aporte energético (o
sea, a las calorías) sin otorgar relevancia a la calidad nutricional.
Ese es el caso, por ejemplo, de una noticia que saltaba a los titulares
hace un tiempo sobre un profesor universitario que había perdido 12 Kg comiendo exclusivamente pastelitos para demostrar que lo importante son las calorías y no el contenido nutricional.
Obviamente, la termodinámica es indiscutible pero somos muchos los que creemos que puede haber algo más tras este pragmático enfoque. Es por ello que hoy vamos a debatir acerca de un gran mito que, a su vez, ha generado la aparición de muchos otros.
Una caloría es una caloría:
El supuesto de “una caloría es una caloría” surgió hace varias
décadas y todavía hoy es tomado por muchos como un dogma. La frase viene
a significar que todas las calorías (ya provengan de hidratos de
carbono, de proteínas, de grasas o de alcohol) son iguales en referencia
a su efecto sobre el peso corporal.
Sin embargo, hay bastantes indicios que nos demuestran que esto no es
cierto. Al menos no al cien por cien. Y es que, actualmente podemos
afirmar que no todas las calorías son iguales, en parte gracias a estudios como el publicado el pasado verano en el Journal of the American Medical Association (JAMA) y del cual ya os hablamos extensamente aquí.
En él se concluía que, por ejemplo, una dieta baja en grasas reducía el
metabolismo en mayor medida que una dieta de bajo índice glucémico.
También a este estudio llevado
a cabo por la universidad estatal de Pensilvania (Penn State), que
encontró que una dieta que incluyera cereales de grano entero en lugar
de cereales refinados produce una mayor pérdida de grasa abdominal y
reduce un indicador de inflamación como es la proteína C reactiva, en
comparación con una dieta idéntica pero que incluye cereales refinados.
Otro estudio,
aunque esta vez llevado a cabo sobre monos en la Wake Forest
University, de Carolina del Norte, halló que una dieta rica en grasas
trans inducía obesidad abdominal y resistencia a la insulina a un grupo
de monos alimentados sin un exceso de calorías y en comparación con otro
grupo de monos alimentados de igual forma pero con grasas
monoinsaturadas en lugar de las trans. Es por ello que concluye que en
condiciones de alimentación controlada y a largo plazo, el consumo de
ácidos grasas trans es un factor independiente en la ganancia de peso
corporal (al menos en monos).
Contar calorías en la pérdida de peso:
Otra de las consecuencias que ha supuesto el dar tan absoluta relevancia a las calorías, es tratar la pérdida de peso como si de unas meras operaciones matemáticas de sumas y restas se tratara. Personalmente he visto mucha gente con su recuento personal del tipo: “Anoche
me zampé un helado de 320 kcal, pero ya he contrarrestado porque he
estado 28 minutos en la elíptica y me ha marcado que he quemado 400. Casi 100 más. Si llego a hacer 10 minutos más esta noche podría comerme otro helado“.
Imagino que muchos ya sabréis la (in)exactitud que puede llegar a
tener un aparato de gimnasio a la hora de contar las calorías
utilizadas, especialmente cuando algunos marcan que haciendo un
ejercicio idéntico se “queman” las mismas calorías dando igual si pesas
50 ó 110 Kg. Sin embargo, la fiabilidad del etiquetado nutricional
también es algo que en muchas ocasiones deja que desear, además de
que para poder contar las calorías de muchos alimentos será necesario
tener una buena base bromatológica para conocer la energía que aporta
cada uno. Aunque lo más significativo, sin duda, es la dificultad que entraña tener en cuenta las cantidades de cada alimento.
Incluso para los propios dietistas-nutricionistas
que contamos con una mayor formación que el público general y que además
trabajamos diariamente con cantidades, valores energéticos y demás nos
es casi imposible contar calorías con relativa exactitud. Realmente se
trata de un esfuerzo considerable que sólo sirve para hallar una cifra
algo aproximada y, en ocasiones, muy desviada de la real. Es por todo
esto por lo que repetimos hasta la saciedad que contar calorías no es productivo.
Aunque, en mi opinión, lo que sí puede ser útil es conocer el valor calórico aproximado de cada grupo de alimentos.
Pero no para empezar a sumar y restar, sino para saber cuáles son los
que poseen una baja/media/alta densidad energética y así establecer
prioridades en su consumo diario.
Conclusiones:
A la fin, si se trata de modificar nuestro peso corporal el número de
calorías tiene mucho que decir pues la termodinámica es innegable y si
pretendemos perder peso debemos “quemar” más calorías de las que
“introducimos”. No obstante, existen otros factores como la
saciedad, el metabolismo en reposo o el sistema hormonal que pueden
verse afectados de muy diversas formas por la composición de la dieta
aún aportando las mismas calorías. Estos factores pueden, pues,
repercutir directamente en el peso corporal, por lo que dar una
importancia absoluta a las calorías no debe ser la principal y única
herramienta de una estrategia dietético-nutricional. Sino, como hacía el
profesor que comía pastelitos, sólo tendríamos que comer “chuminadas”
pero en menor cantidad para conseguir una exitosa pérdida de peso.
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