Los Juegos Olímpicos están a la vuelta de la
esquina. Durante varias semanas, miraremos a los atletas del mundo
tratar de superar las plusmarcas en diferentes disciplinas. En una
competencia dominada por potencias como Estados Unidos, China o Rusia,
el caso de Jamaica es muy especial. Se trata de una
pequeña isla en el Caribe con una inusual propensión a ganar medallas en
las pruebas de velocidad. Tan sólo en Londres, Jamaica estará
representada por un trío imparable: Usain Bolt, Asafa Powell y Yohan
Blake. ¿Qué hay en ese diminuto país que produce a los hombres más
rápidos del planeta?
La pregunta no es nueva. En 2008, en el marco de los Juegos Olímpicos de Pekín, se habló sobre la predisposición genética
de los habitantes de Jamaica para ser veloces. La investigación citada
proviene de un trabajo conjunto de la Universidad de Glasgow y la
Universidad de las Indias Occidentales, en el que se halló que “70% de
los jamaicanos tenían una variación “fuerte” del gen ACTN3.”
Este gen produce una proteína en las fibras musculares de rápida
flexión, asociada con el rendimiento explosivo. La población en Jamaica
con esta variación es más alta que la que existe, por ejemplo, en
Estados Unidos (60%). Los hallazgos de la investigación bastaron para
que decenas de artículos circularan con una afirmación categórica: el éxito de los corredores jamaicanos está en los genes.
A los pocos días de haber sido publicada la investigación en 2008, espacios como Wired señalaron que la inferencia era inexacta. Brandon Keim, de Wired Science, cuestionó el determinismo genético con el que se estaba tratando el tema. A propósito, citó a Daniel MacArthur, autor del blog de divulgación Genetic Future,
quien realizó sus estudios de doctorado en Sydney acerca del gen ACTN3 y
su relación con el desempeño atlético y la fuerza muscular.
En su respuesta, MacArthur mencionó las razones por las que el tratamiento mediático de la investigación era exagerado. Al respecto, señaló:
Las historias toman ventaja de una percepción generalizada -no completamente injustificada pero controversial- de que los jamaicanos y otros grupos con ancestros en África Occidental tienen una ventaja genética cuando se habla de poder explosivo muscular. Tener evidencia científica aparente para justificar esta percepción es el sueño del reportero; los titulares se escriben solos.
El interés de MacArthur en el tema era personal, pues él fue coautor
de una de las primeras obras que señaló relaciones entre la genética y
los deportistas de élite. En su texto, explica que el gen ACTN3 codifica
la proteína α-actinin-3 (o Actinen A, como mencionan
erróneamente algunos medios), la cual se halla en las fibras musculares.
El gen se presenta en dos variantes: una, la 577R; la otra -considerada
“defectuosa”-, la 577X. La variante 557X previene la producción de la
proteína. Según MacArthur, las personas que poseen dos copias de la 577x
(o individuos X/X) no producen α-actinin-3. Más adelante, el autor
indica que entre una cuarta y una sexta parte de la población mundial es X/X.
Aunque la falta de la proteína no destruye al músculo, sí afecta el
rendimiento deportivo en detrimento de las fibras de rápida flexión.
Es decir, la evidencia sugiere que el rendimiento deportivo en sprint mejora si se tiene al menos una copia del gen 577R
(individuos R/R y R/X). El argumento que se utiliza para defender al
“gen de la velocidad” es la distribución de esta población: 82% en
habitantes de Europa contra 98% en habitantes de Jamaica. Sin embargo,
se encontró una propensión mayor en Kenya (99%), un país que se
distingue más por las pruebas de resistencia que las de rapidez. Así, se
descarta que existe una relación determinante entre la población con
dicha combinación genética y la capacidad para producir velocistas de
élite.
El último punto de McArthur es muy ilustrativo. Si se toma como
ejemplo el apabullante triunfo de Usain Bolt, habría que notar contra
quiénes compitió. ¡Todos eran atletas con al menos una copia R! ¿Cómo
puede explicar la variación genética la supremacía que mostró ante sus
contrincantes? Es más, como pregunta también Keim de Wired Science, ¿por
qué los genes explicarían los triunfos de Jamaica en 2008 pero no su
pobre actuación en Atenas 2004 -apenas una medalla de plata-?
Al final, el tema es la sobresimplificación.
MacArthur señala que, en efecto, la genética puede explicar que ciertas
poblaciones tengan una predisposición, pero los reportajes ignoran por
completo que se trata de un tema más complejo en el que intervienen
factores ambientales, culturales y (por supuesto) la interacción con
otros genes. La sola presencia de una copia R/R no hace que una persona
tenga la calidad para llegar a ser velocista de élite; tampoco hace que
un país se convierta en una fábrica de talentos por su pool genético. MacArthur cierra categóricamente:
El argumento centrado en el ACTN3 desdeña la importancia de la impresionante inversión de Jamaica en sistemas de infraestructura y entrenamiento necesarios para identificar y crear atletas de pista de élite, los efectos de una cultura que idolatra a los héroes de pista locales y el poderoso deseo de los jóvenes jamaicanos de usar el éxito atlético para sacarse a sí mismos y a sus familias de la pobreza.
Ahora que se acercan las Olimpiadas, comienzan a asomarse los artículos sobre el gen de la velocidad. La idea del determinismo genético ha sido muy cultivada en la opinión pública, en parte por su constante aparición en la ficción -personas que adquieren habilidades suprahumanas por una variación genética, por ejemplo- y nutrida por el reduccionismo
de muchos medios que, en su afán por hacer muy simple el conocimiento
científico, terminan por tergiversarlo. Por supuesto, esto seguirá
mientras sea más atractivo un titular que alega la gente de Jamaica nace
con el gen de la velocidad a explicar con detalle lo que realmente
ocurre.
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