El artículo cuenta la historia médica de una paciente estadounidense
llamada simplemente RN para proteger su identidad. Probablemente a causa
de la talidomida,
esta paciente nació con una severa deformación en su mano izquierda. No
tenía pulgar ni dedo índice, además sus dedos anular y corazón carecían
de falanges, por lo que no podía doblarlos. Únicamente su meñique era
normal. (Aquí podéis ver una representación del aspecto de su mano).
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Las cosas se pusieron peor cuando sufrió un accidente de tráfico a
los 18 años que obligó a los doctores a amputar su mano deforme. Desde
entonces tiene un muñón que acaba en su muñeca.
Lo curioso empieza ahora. Como tantos y tantos amputados, RN comenzó a sufrir lo que se conoce como síndrome del miembro fantasma.
A pesar de que su mano ya no estaba ahí, su cerebro sentía que si lo
estaba. Lo más curioso, es que para su cerebro la mano que había vuelto
ya no tenía las deformaciones de nacimiento.
Su circuitería neuronal imaginaba una mano con todos los dedos, si
bien sus nuevos dedos pulgar e índice eran un poco más cortos de lo
normal. (Ver representación).
Los neurólogos quedaron perplejos por este caso. La paciente había
recuperado las sensaciones de la mano perdida, y había hecho brotar dos
dedos que nunca llegó a tener. Ambos, en su mente, eran perfectamente
operativos. Después de todo, si uno puede recuperar de forma imaginaria
la sensibilidad de una mano amputada, lo mejor es hacerlo bien y darle
“unos arreglillos” al miembro fantasma.
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El caso aún se complica más. Definitivamente lo de RN es una historia
de mala suerte. Años después de “recuperar” su mano fantasma, esta vez
con todos los dedos, la paciente comenzó a sufrir dolores severos.
Por
alguna razón, en su cerebro dos de sus dedos (el índice y el corazón)
comenzaron a adoptar posturas extrañas, curvándose y uniendo sus puntas
en una posición absolutamente incómoda. Pese a que su mano física no
estaba allí, los dolores en su mente eran reales.
Los doctores Ramachandran y McGeoch aplicaron entonces la terapia de
la caja de espejos (ver imagen al comienzo de este post). Gracias a este
juego ilusorio, la paciente puede contemplar el reflejo de su mano real
en el espejo, y engañar al cerebro haciéndole creer que se trata de la
mano amputada que “existe” en sus centros nerviosos. Ensayando durante
unas semanas a relajar los dos dedos imaginarios con tendencia a
retorcerse, la paciente mejoró de sus dolores y pudo hacer una vida
normal.
El trabajo en que ambos doctores relatan este caso acaba de publicarse en Neurocase.
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