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20 de julio de 2012

Historia de la paciente que hizo “brotar” dedos nuevos a su mano amputada



Acabo de leer en NPR una de esas historias sobre neurología que te deja perplejo y maravillado ante la complejidad de nuestro cerebro y su comportamiento.


El artículo cuenta la historia médica de una paciente estadounidense llamada simplemente RN para proteger su identidad. Probablemente a causa de la talidomida, esta paciente nació con una severa deformación en su mano izquierda. No tenía pulgar ni dedo índice, además sus dedos anular y corazón carecían de falanges, por lo que no podía doblarlos. Únicamente su meñique era normal. (Aquí podéis ver una representación del aspecto de su mano).




Las cosas se pusieron peor cuando sufrió un accidente de tráfico a los 18 años que obligó a los doctores a amputar su mano deforme. Desde entonces tiene un muñón que acaba en su muñeca.


Lo curioso empieza ahora. Como tantos y tantos amputados, RN comenzó a sufrir lo que se conoce como síndrome del miembro fantasma. A pesar de que su mano ya no estaba ahí, su cerebro sentía que si lo estaba. Lo más curioso, es que para su cerebro la mano que había vuelto ya no tenía las deformaciones de nacimiento.

Su circuitería neuronal imaginaba una mano con todos los dedos, si bien sus nuevos dedos pulgar e índice eran un poco más cortos de lo normal. (Ver representación).


Los neurólogos quedaron perplejos por este caso. La paciente había recuperado las sensaciones de la mano perdida, y había hecho brotar dos dedos que nunca llegó a tener. Ambos, en su mente, eran perfectamente operativos. Después de todo, si uno puede recuperar de forma imaginaria la sensibilidad de una mano amputada, lo mejor es hacerlo bien y darle “unos arreglillos” al miembro fantasma.




El caso aún se complica más. Definitivamente lo de RN es una historia de mala suerte. Años después de “recuperar” su mano fantasma, esta vez con todos los dedos, la paciente comenzó a sufrir dolores severos. 

Por alguna razón, en su cerebro dos de sus dedos (el índice y el corazón) comenzaron a adoptar posturas extrañas, curvándose y uniendo sus puntas en una posición absolutamente incómoda. Pese a que su mano física no estaba allí, los dolores en su mente eran reales.


Los doctores Ramachandran y McGeoch aplicaron entonces la terapia de la caja de espejos (ver imagen al comienzo de este post). Gracias a este juego ilusorio, la paciente puede contemplar el reflejo de su mano real en el espejo, y engañar al cerebro haciéndole creer que se trata de la mano amputada que “existe” en sus centros nerviosos. Ensayando durante unas semanas a relajar los dos dedos imaginarios con tendencia a retorcerse, la paciente mejoró de sus dolores y pudo hacer una vida normal.


El trabajo en que ambos doctores relatan este caso acaba de publicarse en Neurocase.

Fuente:

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