Al escuchar a Patricia S. Churchland en una de sus conferencias, es
fácil olvidar que quién habla es una filósofa, y no una bióloga
evolutiva. De hecho, en sus biografías, a esta profesora de la
Universidad de San Diego (California), que ha visitado Madrid en un
congreso educativo organizado por ACADE, se la define como
neurofilósofa, el término que mejor describe su afán por explicar
científicamente conceptos tan abstractos como la volundad, las creencias
o la moralidad.
Esta última es el eje del libro que el 5 de mayo saldrá en España,
'Cerebro y moral' (Edit. Paidós), donde disecciona la historia humana y
las neuronas para encontrar el origen de las normas éticas que hoy rigen
nuestras sociedades. También esta obra es el eje de la entrevista que
concede a ELMUNDO.es.
Pregunta.– Después de investigar el asunto ¿Dónde ha encontrado el origen de la moral humana?
La neurofilósofa Patricia Churchland, en la sede del congreso de educación de ACADE. | Sergio Enríquez-Nistal
Respuesta.– Está en unos impulsos sociales básicos
que tienen todos los mamíferos. Tiene que ver con los cuidados de la
madre cuando son pequeños y están en muchos animales, y también los
humanos. Este es uno de los factores positivos de la sociabilidad. Otro
sería que cuando nos enfrentamos a un problema del que no conocemos la
solución, hacemos lo posible por encontrarla. Esta capacidad de
aprendizaje y la sociabilidad, están detrás de la moral en los
mamíferos.
P. – ¿En qué momento de la evolución esa necesidad de cuidado se convirtió en normas?
R.– No lo sabemos. Pero no cambiamos el comportamiento social en decenas de miles de años. Las prácticas sociales fueron las mismas durante mucho tiempo. Cuando los grupos humanos se hicieron grandes, con la agricultura, se produjo el cambio hacia una elaboración de las normas.
R.– No lo sabemos. Pero no cambiamos el comportamiento social en decenas de miles de años. Las prácticas sociales fueron las mismas durante mucho tiempo. Cuando los grupos humanos se hicieron grandes, con la agricultura, se produjo el cambio hacia una elaboración de las normas.
P.– ¿La neurobiología acabará con la filosofía?
R.– Hay muchas cosas que tienen que aprender los
filosofos. Si quieren entender la naturaleza del conocimiento, de la
capacidad de elección, deben saber de neurobiología. No todos, porque
algunos se dedican a la muerte, o a la justicia criminal, pero sí los
que quieren saber sobre la mente humana.
"El sistema cerebral necesita cometer errores como parte del aprendizaje"
P. – Usted ha escrito sobre la voluntad de elección ¿existe realmente?
R.– Hay un mecanismo de control en el cerebro muy
interesante. Todos los mamíferos tienen esa capacidad de elegir ante los
impulsos. Algunas veces falla y son lo que se llaman las actitudes
compulsivas, las obsesiones, pero son excepciones.
P.– ¿Aprendemos lo suficiente a manejar ese control?
R.– Hoy contamos con muchos estímulos, muchas
estructuras educativas, comerciales, políticas... Son ámbitos en los que
aprender y equivocarnos. Los mamíferos nacemos inmaduros porque es algo
que nos permite adaptarnos, aprender a vivir en cualquier entorno. Y en
ese aprendizaje el sistema de recompensa es fundamental. Así se llega
al control.
P.– ¿Cree que somos lo suficientemente tolerantes con los errores ajenos y propios?
R.– No lo somos. A muchos niños los padres y los
profesores les reprochan los errores, pero ellos necesitan explorar. Los
errores son una oportunidad. El sistema cerebral necesita errores para
aprender. Nadie quiere que un niño juegue con una pistola, pero sí deben
equivocarse. Cada fracaso y cada éxito envían mensajes al sistema de
recompensa del cerebro. Ese sistema genera dopamina, el neurotransmisor
del bienestar. Y gracias a él, decidimos y aprendemos. El lado oscuro
son las adicciones a sustancias que también generan dopamina y bloquean
el sistema de recompensa, impidiéndo que se aprenda de los errores.
P.– ¿Y en el caso de los adultos?
R.– La actitud positiva frente a los errores hay
que mantenerla toda la vida, porque el cerebro es flexible. No es un
desarrollo tan acelerado como en los primeros seis años, pero existe. El
cerebro es lo suficientemente plástico para buscar salida.
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