Esto es probablemente una manifestación de nuestro instinto por mantenernos aseados.
Los monos, por ejemplo, se examinan constantemente a sí mismos y a los demás para buscar pulgas, suciedad y pequeñas heridas.
Cualquier desviación del contorno normal del cuerpo los lleva a hacer una investigación más detallada.
El dolor leve que sentimos cuando nos arrancamos
una costra también hace que liberemos endorfinas, que pueden actuar
como una forma de recompensa.
Este hábito, al igual que otros comportamientos
para mantenernos limpios, también es una actividad que nos ayuda a
distraernos cuando estamos aburridos, estresados o ansiosos.
Aquellos que sufren de TOC (Trastorno
obsesivo-compulsivo) tienen dificultad para dejar de arrancarse las
costras aunque esto empeore su aspecto o se estén haciendo daño.
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