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29 de septiembre de 2011

Cómo proteger a la Tierra de los asteroides

El 7 de octubre de 2008, un asteroide colisionó con la Tierra creando una explosión con una potencia equivalente a uno o dos kilotones. Las buenas noticias son que el asteroide se desintegró a gran altura sobre el desierto nubio, en una zona prácticamente deshabitada situada al norte de Sudán. ¿Y las malas noticias? Pues que tamaña explosión fue causada por una pequeña roca denominada 2008 TC3 que apenas tenía cinco metros de diámetro. ¿Qué habría pasado con un objeto mucho mayor, digamos de unos cuantos kilómetros? Pues nos lo podemos imaginar: un cráter enorme, tsunamis gigantescos, invierno nuclear, extinción masiva de especies animales y vegetales...vamos, lo que vendría a ser el fin de nuestra civilización.

Esto es lo que queremos evitar (Don Dixon).

Pero todos sabemos qué se debe hacer si detectamos un asteroide en ruta de colisión hacia la Tierra. No tenemos más que llamar a Bruce Willis y nos resolverá el problema en un momento con ayuda de un par de transbordadores modificados y varias cabezas termonucleares. ¿O no? ¿Realmente es tan sencillo?¿Terminaremos como los dinosaurios víctimas de un pérfido asteroide?


Trayectoria de impacto de 2008 TC3 (NASA).


Midiendo el peligro

Antes de que salgamos corriendo hacia el refugio antiasteroides más cercano, debemos evaluar las posibilidades de que semejante suceso tenga lugar durante nuestra vida. Los impactos de cuerpos menores -tanto cometas como asteroides- son muy frecuentes, como bien pueden atestiguar la mayoría de superficies planetarias y de satélites del Sistema Solar, casi todas ellas cuajadas de cráteres de todos los tamaños. Pero claro, son frecuentes en términos astronómicos. Hay millones de asteroides y cometas, pero sólo una pequeña fracción poseen órbitas cercanas a al Tierra. Y de éstos, sólo un número aún menor es potencialmente peligroso.

Por ejemplo, el objeto que se cree contribuyó a la extinción de los dinosaurios tenía un tamaño de ocho o diez kilómetros. De acuerdo con los cálculos actuales, la Tierra recibe un impacto de estas características cada cien millones de años. Mucha mala suerte tendríamos que tener para que nos cayese un pedrusco de estas dimensiones en las próximas décadas o siglos. Pero no necesitamos un asteroide tan grande para causar una desgracia. Un cuerpo de tan sólo doscientos metros de diámetro sería capaz de provocar decenas de miles de muertes dependiendo del lugar del impacto.

Estructuras de impacto en la Tierra (NASA).

La huella de impacto más conocida: el cráter Barringer (NASA).

Los cuerpos menores -la frontera entre asteroides y cometas es inexistente a efectos prácticos- que se hallan cerca de la Tierra reciben la denominación de NEOs (Near Earth Objects), pero los que verdaderamente nos preocupan son los PHO (Potentially Hazardous Objects), aquellos cuerpos que se acercan a menos de 7,5 millones de kilómetros de nuestro planeta. La Tierra está repleta de cicatrices que demuestran que el peligro es real. ¿Cuántos objetos de este tipo hay?¿Con qué frecuencia chocan contra nuestro mundo?

Lo cierto es que no conocemos las respuestas exactas a estas preguntas y de ahí el interés que tiene la investigación en este campo. Pero obviamente sí que podemos dar unas estimaciones. Los NEOs más grandes son también los menos numerosos, de ahí que un impacto como el que creó el cráter de Zhamanshin sólo tendría lugar una vez cada millón de años. O lo que es lo mismo, el riesgo de colisión con un gran asteroide es casi despreciable. Por otro lado, las colisiones de pequeños asteroides como 2008 TC3 son muy frecuentes (una vez al año de media), pero sus consecuencias son prácticamente despreciables.

Potencia generada en el impacto de un asteroide o cometa y su frecuencia. Los puntos rojos corresponden a sucesos o cráteres famosos: Chicxulub (el cráter del objeto que contribuyó a la extinción de los dinosaurios), Zhamanshin (un cráter en Siberia correspondiente a un impacto que causó un invierno nuclear), Barringer (el famoso cráter de Arizona) y Tunguska (la escala no es lineal).

Frecuencia de los impactos de PHOs en función de su tamaño. Las cifras son aproximadas y pueden cambiar fácilmente en un orden de magnitud dependiendo de las fuentes consultadas.

Estimación del número de objetos que pueden chocar con la Tierra en los próximos veinte años. Por ahora no podemos descartar un impacto de un objeto de 100 metros de diámetro.

Es decir, el verdadero peligro reside en los objetos con un tamaño de 50 a 200 metros, que son lo suficientemente numerosos para tener una frecuencia de impacto relativamente elevada, estimada en unos 200-1000 años. A lo que debemos temer no es a una colisión como la que aniquiló a los dinosaurios, sino a un suceso de tipo Tunguska. En junio de 1908, un objeto de unos 60 metros de diámetro colisionó con la Tierra sobre Tunguska, una remota región de Siberia oriental, creando una gigantesca explosión de 15 megatones. Si este pequeño asteroide hubiese impactado contra Europa occidental en vez de caer sobre Siberia habría causado una verdadera tragedia.

Reconstrucción del impacto de Tunguska (Sky and Telescope).

Tenemos catalogados unos 1200 PHOs, la práctica totalidad de ellos asteroides (solamente hay un 1% son cometas), pero los realmente peligrosos son los que no conocemos aún, obviamente. Y hay que tener en cuenta que descubrir un asteroide no implica necesariamente que sepamos si es o no un riesgo para la Tierra. Para ello debemos determinar su órbita con precisión, algo que puede requerir varios meses o años dependiendo de sus efemérides orbitales. Desgraciadamente, los errores instrumentales, la influencia gravitatoria de los planetas del Sistema Solar interior, las perturbaciones de la presión de radiación y el efecto Yarkovsky hacen que sea casi imposible calcular con total exactitud la trayectoria de un asteroide (en el caso de los cometas debemos añadir el efecto debido a los impredecibles chorros generados por la sublimación de los hielos).

Además, hay que tener en cuenta que, aunque pueda parecer lo contrario, la Tierra es un blanco muy pequeño en medio del Sistema Solar y se da la circunstancia de que resulta muy difícil determinar la órbita de un asteroide una vez pasa muy cerca de la Tierra. Efectivamente, las incertidumbres iniciales en la órbita del objeto se multiplican en el caso de que sobrevuelo nuestro planeta a poca distancia. Por ejemplo, hace algunos años el asteroide Apophis hizo saltar todas las alarmas cuando se comprobó que podría chocar con nuestro planeta en 2036 después de pasar por las proximidades de la Tierra en 2019. Hoy sabemos que la probabilidad de colisión es de 1 entre 250000, pero hasta 2006 este objeto de más de 300 metros de diámetro estuvo considerado como de Nivel 1 según la Escala de Torino, todo un récord en la corta historia de la vigilancia de las potenciales amenazas a la Tierra.

Asteroides descubiertos en los últimos años (NASA).

Probabilidad de morir por varias amenazas. El peligro de los asteroides no es acuciante, pero sí real (NASA).


Evitando la tragedia

Como hemos visto, lo primero que debemos hacer para salvar a la Humanidad es descubrir y calcular las órbitas de todos los temibles asteroides asesinos que están por ahí dando vueltas. Y aquí hay un problema, porque cuanto más pequeño es el asteroide más probable es que determinemos su órbita cuando se encuentre demasiado cerca de la Tierra para que podamos hacer algo. Por ejemplo y con la tecnología actual, en el caso de un PHO de 100-200 metros podría transcurrir un periodo de menos de cinco años entre la determinación de su órbita -que no descubrimiento- y el impacto con nuestro planeta. Definitivamente, muy poco tiempo para diseñar una misión espacial de emergencia.

Propuesta de telescopio espacial situado en la órbita de Venus para detectar NEOs (NASA).

La solución ideal para detectar todos los PHOs sería instalar un observatorio espacial infrarrojo situado cerca de la órbita de Venus, ya que los observatorios terrestres son incapaces de descubrir un cuerpo que se dirija hacia la Tierra si se encuentra cerca del Sol visto desde la superficie terrestre. Pero en caso de que no valoremos adecuadamente los riesgos para nuestra civilización y decidamos que no hay dinero para esta costosa misión, otra posibilidad sería poner en órbita a poca distancia de la Tierra una red de observatorios infrarrojos que complementasen a los numerosos telescopios terrestres dedicados a la búsqueda de NEOs y PHOs, lo que nos permitiría descubrir pequeños asteroides entre una semana y dos meses antes del impacto.

Dos observatorios espaciales en órbita solar podrían alertarnos de los peligros de un asteroide cercano (Roskosmos).

De lo expuesto hasta ahora podemos extraer dos conclusiones. Primero, que en cualquier momento puede aparecer un asteroide de mediano tamaño en ruta de colisión con nuestro planeta. Segundo, que la determinación de la órbita de un cuerpo menor no es un asunto baladí. Con los datos en la mano, los cálculos muestran que en los próximos veinte años es probable el impacto de un objeto de unos cien metros de diámetro. ¿Qué podemos hacer al respecto?

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