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6 de abril de 2011

La religión de Albert Einstein

Pero en Conocer Ciencia nos quedamos con ésta frase: "Si hay algo en mí que pueda llamarse religioso es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede revelarla."




El argumento de autoridad es aquel que emplea a algún personaje ilustre de nuestra historia para dar peso a un argumento. De esta forma, en determinados círculos cristianos se crea la figura del Einstein creyente en un dios personal para concluir diciendo:”¿cómo eres escéptico si hasta alguien tan inteligente como Einstein era creyente?”. Estamos más que acostumbrados a las estrategias de los creacionistas y fundamentalistas religiosos cuando hacen proselitismo religioso, en las que cualquier argucia es válida para ganar nuevas “almas” a su causa.

En este caso (como en muchos otros) están equivocados. Einstein no creía en un dios personal sino que tenia una idea muy particular del sentimiento religioso, que podría aproximarlo a lo que se conoce como panteísmo, en el que la propia Naturaleza sería objeto de devoción. Para darse cuenta de ello sólo hay que repasar los escritos que este genio de la física dejó:

1. No intento imaginar un Dios personal: es suficiente sentir un gran respeto hacia la estructura del mundo, es tanto que permite que nuestros inadecuados sentidos lo aprecien

2. Por supuesto que es mentira todo lo que ustedes han leído acerca de mis convicciones religiosas, una mentira que se repite sistemáticamente. No creo en un Dios personal y no lo he negado nunca, sino que lo he expresado muy claramente. Si hay algo en mí que pueda llamarse religioso es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede reverlarla.

3. Soy un no-creyente profundamente religioso. De alguna forma, esta es una nueva clase de religión. (…) Nunca he atribuido a la Naturaleza ningún propósito u objetivo, ni nada que pueda entenderse como antropomórfico. Lo que yo percibo en la Naturaleza es una estructura magnífica que solo podemos comprender muy imperfectamente, y eso debe llenar cualquier ser pensante de un sentimiento de humildad. Este es un sentimiento genuinamente religioso que nada tiene que ver con el misticismo.

Prueba de que los contemporáneos a Einstein comprendieron que éste no era creyente fueron las misivas que recibió criticando, abroncando o directamente insultando sus manifestaciones públicas. Quizás la más agresiva, y que da idea de lo difícil que es ser un no-creyente en EEUU, procedió del fundador de la Asociación del Tabernáculo del Calvario de Oklahoma, que le espetó:

Profesor Einstein, creo que cualquier cristiano de América le responderá “no rechazamos nuestras creencias en nuestro Dios y en su hijo Jesucristo, pero le invitamos, si usted no cree en el Dios de las personas de esta nación, a que regrese al lugar de donde vino”. Yo he hecho todo lo que estaba en mi mano para ser una bendición para Israel, pero llega usted y con una frase de su blasfema lengua hace más daño a la causa de su pueblo que todos los esfuerzos cristianos que aman a Israel pueden hacer para erradicar el antisemitismo de nuestra tierra. Profesor Einstein, cada cristiano de América le responderá inmediatamente: “Tome su loca y falaz teoría de la evolución y vuelva a Alemania, de donde usted procede, o deje de intentar quebrar la fe de un pueblo que le dio la bienvenida cuando usted se vio obligado a abandonar su país natal

Además del odio y de la no comprensión de lo que significa la libertad de conciencia, que en teoría debería regir un país libre y democrático, que destila esta carta, se puede observar la absoluta incultura de este señor al postular a Einstein como el generador de “la loca y falaz de la evolución”. Su odio ciega su comprensión. En fin….

En cualquier caso, y como apunte final sólo añadir que realmente existen muchos científicos que creen o han creído en un dios personal, pero Einstein no fue uno de ellos.

Algunos de los textos de este post han sido tomado de la obra “El espejismo de Dios” de Richard Dawkins, Ed. Cátedra

Fuente:

La Ciencia y sus Demonios

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