La radiactividad
La radiactividad puede considerarse un fenómeno físico natural por el cual algunos cuerpos o elementos químicos, llamados radiactivos, emiten radiaciones que tienen la propiedad de impresionar placas fotográficas, ionizar gases, producir fluorescencia, atravesar cuerpos opacos a la luz ordinaria, etc. Debido a esa capacidad, se les suele denominar radiaciones ionizantes (en contraste con las no ionizantes). Las radiaciones emitidas pueden ser electromagnéticas, en forma de rayos X o rayos gamma, o bien corpusculares, como pueden ser núcleos de helio, electrones o positrones, protones u otras. En resumen, es un fenómeno que ocurre en los núcleos de ciertos elementos, que son capaces de transformarse en núcleos de átomos de otros elementos.La radiactividad se aprovecha para la obtención de energía nuclear, se usa en medicina (radioterapia y radiodiagnóstico) y en aplicaciones industriales (medidas de espesores y densidades, entre otras).
La radiactividad puede ser:
- Natural: manifestada por los isótopos que se encuentran en la naturaleza.
- Artificial o inducida: manifestada por los radioisótopos producidos en transformaciones artificiales.
Contaminación radiactiva
Se denomina contaminación radiactiva o contaminación radioactiva a la presencia no deseada de sustancias radiactivas en el entorno. Esta contaminación puede proceder de radioisótopos naturales o artificiales.La exposición de radiaciones ionizantes en el aire se mide en roentgen. Esta unidad se define
como la cantidad de radiación capaz de producir un número dado de iones o átomos cargados eléctricamente en una cantidad determinada de aire bajo condiciones fijas.
El rad es la unidad de medida depósito de energía por la radiación en una cantidad de masa y equivale a 100 ergios por gramo. El equivalente biológico rem es la radiación que produce sobre el ser humano el mismo daño que un rad de rayos X y se utiliza como medida de los efectos biológicos de la radiactividad.
Los límites de aceptación de radiactividad por el cuerpo humano sin daño se sitúan en torno al medio rem por semana. La tolerancia de radiactividad varía levemente entre distintos organismos, aunque una dosis generalizada de cientos de rem ocasionan siempre graves lesiones e incluso la muerte.
Esta breve reseña apareció en el diariom ABC de España:
No se ve como las balas en medio de una batalla ni se huele como un escape de gas. Tampoco se siente como la venenosa picadura de una serpiente. Pero su daño se mantiene durante años... si no llega a ser letal. Usted puede pasearse por una zona altamente radiactiva como la central japonesa de Fukushima y el cuerpo no se inmuta en ese momento. Ni un mínimo cosquilleo, una erupción cutánea o una señal de que algo va mal. Hasta que unos días después, o quizás años, salta la voz de alarma que confirma que se había topado de lleno con la silenciosa amenaza.
"Siempre te das cuenta en diferido", detalla Eduardo Rodríguez-Farré, radiobiólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), quien estos días mira con preocupación hacia Japón y las posibles consecuencias que el escape nuclear tendrá en la población. "Todo esto puede ser peor o igual que Chernóbil, pero tardaremos meses en saberlo al estar minimizándose los datos. Aun así, seguro que en unos años se seguirá hablando de esto", matiza el experto.
Él lo tiene claro: "Si estuviera allí, me iría". Autor de varios estudios sobre los efectos del desastre ucraniano y del de Palomares, el científico entiende perfectamente la postura tomada por parte de los corresponsales de la prensa extranjera pese a que la población nipona respire tranquilidad. Algunos periodistas han optado por evitar el riesgo de acercar sus micros y cámaras a la central nuclear, donde ya dos fotógrafos se expusieron a niveles de radiación superiores a los normales, aunque aseguran que no fueron perjudiciales para la salud.
"Ni encerrado te libras"
Curtidos en guerras, conflictos y desastres naturales, para los reporteros la crisis nuclear está siendo más dura de capear de lo esperado. ¿Cómo informar con un peligro que no sienten y del que no se pueden camuflar? Es el pánico a lo invisible. La única ayuda: aparatos para medir la radiactividad y fármacos para contrarrestar sus efectos. Pero ni por esas. "Encerrado durante días en una habitación no te vas a librar de la amenaza", matiza el científico del CSIC. Los radioelementos se dispersan por el ambiente en función de la climatología, de ahí que puedan llegar muy lejos. A muchos kilómetros. Muchos más del cerco fijado en 80 kilómetros o de los 400 donde se ha atrincherado buena parte de la prensa internacional. "Chernóbil llegó hasta el Ártico por un lado y al borde de España por otro", recuerda Rodríguez-Farré casi 25 años después de aquella tragedia.
Por eso la histeria se ha extendido a los Estados Unidos. "En los últimos tres días hemos vendido más pastillas de yodo que en los últimos tres años", comenta Jim Small, presidente de Recipharm, compañía sueca que es la mayor distribuidora de yoduro potásico en América, fármaco que ayuda a evitar los daños en el tiroides. En España también hay un buen aprovisionamiento de este medicamento debido a las centrales nucleares existentes: 862.339 cápsulas de tabletas de yodo y 17.480 dosis infantiles, según el Gobierno. Aunque los especialistas recalcan que los efectos de la radiactividad de Fukushima no llegarán a nuestro país, muy pocos se atreven a vaticinar cuál será el saldo final de este enemigo invisible.
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