“No queda claro si las experiencias de mi infancia ha contribuido a mis éxitos o si estos logros han sido obtenidos a pesar de ellas”, respondió Capecchi en 1996 en Japón al recoger el premio Kyoto en Ciencia Básica.
Capecchi vino al mundo un 6 de octubre de 1937 en la ciudad italiana de Verona. Su padre Luciano era un aviador. Su madre, Lucy Ramberg, una poetisa norteamericana perteneciente a una familia de artistas que, tras conocer, a Luciano se mudó a Italia. Allí pasó a formar parte de un grupo de artistas llamado “Los Bohemios”. Viajaba mucho y había dado clases en la universidad de la Sorbona en París.
En un comienzo, la pareja llevaba una vida plácida, pero la cosa cambiaría después de la aprobación de las “Leyes Raciales”. La madre, que hasta entonces no se había implicado en política, comenzó a escribir y repartir panfletos antifascistas y contra los alemanes. Paralelamente, el padre fue llamado a filas y partió hacia África para integrarse en una unidad de artillería antiaérea.
Antes de partir para África, el padre de Mario, consciente que era más que probable que el espíritu rebelde de su mujer le acabara trayendo problemas con las autoridades, acordó con una familia de campesinos de Bolzano que, a cambio de una cantidad de dinero, si su mujer era detenida, ellos se hicieran cargo del hijo de ambos. En otras versiones de la historia es la propia Lucy, la que decide vender todo lo que tiene y con el dinero que obtiene hace un trato con la familia.
En cualquier caso, los temores se vieron cumplidos un día de 1941, cuando Lucy fue arrestada por agentes de la Gestapo y, a los pocos días, deportada al campo de concentración de Dachau. Mario tenía entonces sólo tres años y medio. Afortunadamente, gracias a la previsión de su padre, o de su madre, el pequeño Mario no quedó tirado en la calle. Tal como habían acordado, la familia de Bolzano se hizo cargo de él.
Todo fue bien durante el primer año, pero entonces lo echaron de casa. Capecchi no entiende ni recuerda que fue lo que sucedió, tampoco ha sobrevivido nadie que pueda aclararlo. Tal vez, se les acabara el dinero, tal vez, fueran otros los motivos, pero con apenas cuatro años y medio, Mario tuvo que buscarse la vida por su cuenta. Su padre, estaba desaparecido en combate, y su madre, si es que vivía, estaría en el campo de Dachau.
Capecchi comenzó a vagar por la carretera que unía Bolzano con Verona y acabó uniéndose a varias pandillas de niños que estaban en su misma situación. Sin adultos que cuidaran de ellos, el grupo se las arreglaba para comer de lo que iban pillando en los caseríos y en las ciudades por las que pasaban. El propio Mario no lo oculta, eran una banda de ladronzuelos, tampoco es que tuvieran otra salida. Iban de un lugar para otro y se escondían donde podían para evitar ser atrapados. Su única preocupación era la de sobrevivir un día más. Durante este tiempo, Capecchi pasó por unos cuantos orfanatos, de los que se acababa escapando.
Pero las cosas se pusieron aún más feas para el pequeño Mario cuando un día comenzó a sentirse mal. Mario no recuerda muy bien lo que pasó, pero de repente un día de 1945 se encontraba en el pasillo del hospital de la ciudad de Reggio Emilia. Afortunadamente, parecía que algún buen samaritano lo había recogido de la calle y lo había llevado hasta allí. Padecía tifus y habría muerto de no haber sido tratado a tiempo por los médicos del hospital.
Su salud mejoraba, pero, sin padres, su futuro continuaba siendo incierto. Reconoce que varías veces se le pasó por la cabeza escaparse del hospital, como antes lo había hecho de los orfanatos. Pero, afortunadamente para Mario, esta vez la debilidad y las fiebres se lo impidieron. Aunque él casi no podía ni imaginarlo, un día de 1946, en la habitación de aquel mismo hospital iba a recibir una visita que cambiaría para siempre su vida, la de una mujer que él creía muerta, su madre. La sorpresa fue mayúscula para ambos.
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