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9 de septiembre de 2010

¿Está la religión en contra de la investigación antienvejecimiento?


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En un reciente artículo publicado en el periódico de los profesionales sanitarios, Diario Médico, teníamos ocasión de leer las reflexiones de Vicente Bellver acerca de los últimos avances de la investigación biomédica del envejecimiento, aprovechando su participación en el curso de verano que la Universidad Católica de Valencia celebró este mes de Agosto en Santander, con la ponencia titulada “Aspectos éticos en la lucha contra el envejecimiento”.

Vicente Bellver es profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Católica de Valencia (UCV) y director general de Política Científica de la Generalitat Valenciana. Esto último refuerza la relevancia de sus opiniones en lo relativo a la investigación biomédica del envejecimiento, puesto que hablamos de un cargo público con poder para guiar el sentido y la dirección de la investigación científica en una comunidad autónoma del peso científico de la Comunidad Valenciana.

Foto de Vicente Bellver tomada de diariomedico.com

En el artículo, Bellver expresa su preocupación ante las investigaciones destinadas a descubrir las bases moleculares del envejecimiento y el potencial uso derivado de ellas, en búsqueda de estrategias e intervenciones para alargar la vida. Una de sus conclusiones es que “deberíamos imponernos la prohibición moral de extender la vida más allá de nuestro límite biológico”. Curioso concepto el de imponernos prohibiciones morales, puesto que cabría preguntarse la moral de quién o de qué ideología es la que debemos “imponernos”. Y curioso también plantear no extender la vida más allá de un supuesto “límite biológico”. ¿Quién define cuál es el límite biológico de la especie humana? ¿Qué límite biológico deberíamos usar, el de una persona de principios del siglo XX? Si analizamos las curvas de supervivencia humana y los datos derivados de expectativa de vida a lo largo del último siglo, observaremos un hecho apabullante: ¡hemos duplicado nuestra expectativa de vida! Vivimos ahora el doble que nuestros antepasados gracias a la mejora en las condiciones higiénicas y de alimentación, por un lado, y gracias de los avances de la medicina, por otro.

Asegura además que “pensar que podemos aspirar a ser inmortales es el inicio de la pérdida de la identidad humana, que se fundamenta en la idea de la muerte”. Sin embargo, si atendemos a la historia de la humanidad, yo diría que si algo distingue la identidad humana es precisamente su afán de superación de todos los límites, su inconformismo y rebeldía. Este espíritu nos ha llevado siempre a la búsqueda utópica de la Fuente de la Eterna Juventud como ideal máximo de victoria sobre la muerte. En contraposición, la aceptación sumisa de la muerte sólo se da en los individuos con convicciones religiosas, convencidos de la existencia de una vida espiritual infinita más allá de la muerte, exenta de los rigores de la enfermedad y del dolor, en definitiva, de la inmortalidad.

Más revelador resulta a continuación cuando propone que “es una ingenuidad empeñarse en negar tanto el dolor como la muerte”. No creo que la biomedicina esté intentando negar el dolor; creo que es una necesidad, y un deber, buscar métodos que permitan paliar el dolor y el sufrimiento de todas las personas. Cuando hablamos de envejecimiento y búsqueda de métodos que lo retrasen, estamos hablando fundamentalmente de proponer intervenciones que nos permitan evitar desarrollar enfermedades asociadas al envejecimiento que son las que causan sufrimiento de manera innecesaria, salvo que los gustos personales o las convicciones religiosas le lleven a uno a buscar el goce en el dolor; pero eso tiene un nombre, masoquismo.

Lea el post completo en:

La Eterna Juventud

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