Martes, 06 de julio de 2010
La astucia de "hacerse el tonto"
Permite eludir conflictos y, de paso, influir en las decisiones que toman los demás, ya que fingir ignorancia hace que los otros no se sientan amenazados, escuchen y hasta cambien de opinión. Los expertos lo consideran un procedimiento con raíces evolutivas, que también usan los primates.
Aunque en principio no lo parezca, parece ser una buena forma de sobrevivir. No sólo porque reduce la posibilidad de que estallen conflictos entre las personas, sino porque protege los lazos afectivos y mantiene la cohesión: en la pareja, la familia y la sociedad.
Por eso "hacerse el tonto" es un recurso de uso universal. Todas las sociedades, históricamente, lo han empleado y lo emplean aunque en distinto grado. En las más avanzadas, como las nórdicas -Suecia, Noruega o Finlandia-, es una conducta más sutil o en franca extinción.
En Europa o Estados Unidos, en cambio, todavía están en la etapa de combatirla con normativas para transparentar lo que opina cada cual, sin temor a represalias. Y en América Latina y el resto del tercer mundo, con sociedades más jerarquizadas y paternalistas es algo a lo que se echa mano de manera habitual. Esto, porque son pocos los que se arriesgarían a decir lo que piensan ante un jefe o a discrepar y mostrarse contrarios a lo que opina la mayoría.
Por eso, algo tan extendido y universal como hacerse el ingenuo, despertó en los investigadores la curiosidad por averiguar si era algo exclusivamente humano o tenía raíces evolutivas que involucraban a nuestros antepasados.
El caso de los macacos
Con esta idea en mente, en 1999, los doctores Christine Drea y Kim Wallen, de la Universidad de Emory, Atlanta, se dedicaron a estudiar la conducta social de los monos macaco rhesus, usando 55 ejemplares. Al someterlos a pruebas de aprendizaje, todos lograron sus metas, sin mayores problemas.
Luego, al tener que demostrar su nuevo conocimiento, cuando los monos se encontraban entre pares, todo andaba bien. Pero cuando había un mono de jerarquía superior presente, los de nivel inferior actuaban como si estuvieran desorientados, sin demostrar lo que sabían. Según los investigadores, como se trataba de una situación en que no había conductas agresivas, ellos creen que se produce una inhibición voluntaria, por el hecho de que están en presencia de un caudillo.
Esto sería una prueba de que fingir ignorancia o inocencia es un arma de sobrevivencia con una larga historia evolutiva, que es usada en forma transversal.
Y aunque todos jugamos el papel de ingenuos en determinadas circunstancias, las mujeres tienen la impresión de que los hombres la usan mucho en su vida de pareja.
Los sicólogos, en tanto, aseguran que las mujeres son más experimentadas con esta táctica, ya que han estado subordinadas socialmente por mucho tiempo.
Esta es la manera con que ellas han logrado que se las considere en las decisiones que toman los hombres. "Debido a los estereotipos sobre mujeres y hombres, ellas están en desventaja cuando intentan influir en los demás", dijo a La Tercera la sicóloga social Linda Carli, del Wellesley College, en Massachusetts, y autoridad en el tema de influencia social.
Según afirma, varios estudios internacionales demuestran que en sus trabajos las mujeres son vistas como menos competentes y todos esperan que ellas, además, sean cálidas, acogedoras y agradables. Por esto, "hacerse la tonta les permite mostrarse débiles, poco capaces y así no representan ninguna amenaza para los hombres. Cuando ellos las ven así, están más dispuestos a escucharlas y cambiar de opinión", explica Carli.
Por el contrario, cuando la mujer se muestra capaz y asertiva es casi seguro que será rechazada por los hombres. En cambio, las demás mujeres confiarán en ella y no así en la que se hace la ingenua, que es dejada a un lado porque la ven como una simple manipuladora.
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(El enlace incluye sugerencias para hacerse el tonto)