Martes, 06 de julio de 2010
Hancock y el niño lanzado al aireJohn Hancock es un paria de la acomodada sociedad de Los Ángeles. Borracho y pendenciero, soporta continuamente la burla y los abucheos constantes de la gente en su cara y hasta la misma policía le considera más una molestia que una ayuda.
Esto podría ser normal, hasta cierto punto, pero en el caso de Hancock resulta cuando menos contradictorio. ¿Por qué? Pues porque John Hancock es un superhéroe. Sí, sí, habéis leído bien, un superhéroe capaz de volar, con una superfuerza digna del mejor Superman, superoído, supervista y toda una serie de extraordinarios superpoderes.
Un día como otro cualquiera, Hancock salva la vida de Ray Embrey, un consultor de relaciones públicas empresariales, cuando su coche había quedado atrapado entre las vías del tren. Pero el precio pagado es enorme y los destrozos causados por nuestro heterodoxo superhéroe en el tren son incalculables. Con su popularidad en el momento más bajo, Ray le propone ser su asesor de imagen para tratar de cambiar ésta de una vez por todas. Hancock acepta de mala gana y, al día siguiente, cuando se dirige a casa de Ray para concretar detalles de la estrategia a seguir, se encuentra con tres niños. Uno de ellos, Michel, criaturita adorable de dorados cabellos se encarga de torturar a diario al hijo de Ray. Y, como podéis ver en el siguiente clip de vídeo extraído de la película Hancock (Hancock, 2008) dirigida por Peter Berg, también exhibe una evidente falta de respeto por el superhéroe. La respuesta de éste no se hace esperar.
Reflexionemos científicamente sobre lo que acabamos de ver y no podemos creer. En lugar de avisar a los papás del nene y recomendarles un buen colegio religioso, Hancock le atiza un buen empujón y lo manda a tomar el aire allende las nubes. Y pensamos, y pensamos y nos preguntamos: ¿podría hacer eso yo con mi hijo cuando se pone gilí…? Bien, ante todo apliquemos las leyes básicas de la física conocida. La trayectoria que describe un cuerpo que se lanza desde la superficie terrestre es siempre una parábola simétrica, mientras se desprecie el rozamiento con el aire y el viento (cosa que haré para no complicar excesivamente la vida de Michel, la mía y la vuestra). Se pueden determinar todos los parámetros involucrados en la descripción de esta parábola sin más que poner un poco de atención a la escena. Michel deambula por la atmósfera durante 24 segundos y Hancock recorre unos 20 metros aproximadamente por la calle, desde el punto de lanzamiento hasta el punto de aterrizaje forzoso.
Con los datos anteriores y realizando unos sencillos cálculos que cualquiera puede llevar a cabo con una preparación mínima a nivel de bachillerato se encuentra rápidamente que el odioso niñito debe abandonar las manos de Hancock nada menos que a una velocidad de 423 km/h y casi en vertical, pues el ángulo de inclinación con respecto a la horizontal debe ser de 89,6 º. La altura máxima que alcanzará antes de regresar y caer en brazos de su insultado es de algo más de 700 metros. Para que estas hazañas sean así de aterradoras y suponiendo que Michel pesa aproximadamente unos 45 kg, la fuerza que tendrá que realizar Hancock con sus brazos para detenerle supera holgadamente el medio millón de newtons, provocando en la criatura una desaceleración superior a las 1200 g’s.
La consecuencia es que no notará ninguna diferencia entre caer rendido en sus brazos o quedar estampado contra un muro de acero, convirtiéndose en Michel-mermelada.
Para finalizar, si de todas formas, todo lo anterior resultase posible, resta aún una duda por solucionar. ¿Cómo es que Michel desaparece tras las nubes, al cabo de no más de un segundo después de salir de los brazos de Hancock? ¿Se avecina tormenta?…
Fuente: Cinema and Science
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