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27 de noviembre de 2008

¡Se adueñan de las tierras! El acaparamiento agrario

Especial: El proceso de acaparamiento agrario por seguridad alimentaria y de negocios en 2008

Perú acaba de firmar un TLC con China en un documento secreto, la opinión pública no tiene acceso al documento, es decir el apra (partido político gobernante en el Perú) se mantinene fiel a su estilo fascista. La prensa peruana, fiel también a su defender los intereses de las clases dominantes, anuncia las grandes bondades del tratado que nos abriría las puertas al mercado más grande del mundo. No obstante es necesario leer el presente informe donde conoceremos parte del plan de expansión de China, país que, necesariamente, tiene que apoderarse de tierras ajenas. En otras palabras nosotros regalaremos nuestros productos agrícolas y tierras al gigante asiático y a cambio seremos inundados de ropa y juguetes de ínfima categoría.

Este especial es magnífico y Conocer Ciencia lo considera una de las mejores notas que se han publicado en la red. Y no sólo se considera el caso chino, el informe presenta un centenar de casos en los cuales las grandes corporaciones y los países desarrollados están desalojando de sus tierras a sus dueños. Ahí lo tienen, vía ALAI:



Las crisis alimentaria y financiera actuales, aunadas, desencadenaron un nuevo ciclo mundial apropiación de tierras. Los gobiernos con “inseguridad alimentaria”, que dependen de las importaciones para alimentar a sus pueblos, se están adueñando rápidamente de tierras agrícolas por todo el mundo en las cuales producir sus propios alimentos fuera del país. Las corporaciones de alimentos y los inversionistas privados, ávidos de ganancias en medio de la profundización de la crisis financiera, ven la inversión en tierras agrícolas extranjeras como una importante fuente nueva de ingresos. El resultado es que las tierras agrícolas fértiles se privatizan y concentran cada vez más. De no poner coto a este proceso, el acaparamiento mundial de tierras podría significar en numerosos lugares del mundo el fin de la agricultura en pequeña escala y del campo como medio de vida y sustento.

El Anexo a este documento es un cuadro con más de 100 casos de apropiación de tierras para la producción de alimentos en el exterior, como se describió en este informe. Está disponible: http://www.grain.org/m/?id=216

Land grab notebook (Cuaderno de apropiaciones de tierra): http://tinyurl.com/landgrab2008


Introducción

La apropiación de tierras es un proceso que ha venido ocurriendo por siglos. Basta con pensar en el “descubrimiento” de América por Colón y en la brutal expulsión de las comunidades indígenas que desencadenó, o en los colonialistas blancos que se adueñaron de los territorios ocupados por los maoríes en Nueva Zelanda y por los zulúes en Sudáfrica. Es un proceso violento muy vivo hoy en día, de China a Perú. No pasa ni un solo día sin que la prensa nos informe de las luchas por la tierra —y empresas mineras como Barrick Gold invaden las montañas de América del Sur, o corporaciones de alimentos como Dole o San Miguel estafan a los campesinos filipinos para quedarse con sus derechos sobre la tierra. En numerosos países los inversionistas privados están comprando grandes extensiones para disponer de ellas como parques naturales o áreas de conservación. Y a dondequiera que uno mire, la nueva industria de los agrocombustibles, promovida como respuesta al cambio climático, parece basarse en expulsar a la gente de su tierra.

No obstante, algo más peculiar está ocurriendo. Las dos grandes crisis globales que estallaron en los últimos 15 meses —la crisis alimentaria mundial y la crisis financiera, más vasta, de la cual la crisis alimentaria es parte — [1] están engendrando una nueva y preocupante tendencia a comprar tierras para la producción dislocada de alimentos. Son dos las agendas paralelas que impulsan a dos tipos diferentes de acaparadores de tierras. Pero aunque sus puntos de partida difieran, sus pasos terminan convergiendo.

El primer tipo de especuladores está vinculado a la seguridad alimentaria. Varios países que dependen de la importación de alimentos y están preocupados por lo competido de los mercados, aún cuando tienen dinero en efectivo para repartir, buscan dislocar su producción interna de alimentos, es decir producirlos fuera del su país adueñándose y controlando tierras agrícolas en otros países. Consideran esto como una innovadora estrategia de largo plazo para alimentar a sus pueblos a buenos precios y con mucha mayor seguridad que hasta ahora. Arabia Saudita, Japón, China, India, Corea, Libia y Egipto están en ese camino. Desde marzo de 2008, funcionarios de alto rango de muchos de esos países han estado activamente en la búsqueda diplomática de tierras fértiles en lugares como Uganda, Brasil, Camboya, Sudán y Pakistán. Dada la continuada crisis de Darfur, donde el Programa Mundial de Alimentos intenta alimentar a 5.6 millones de refugiados, podría parecer disparatado que haya gobiernos extranjeros que estén comprando tierras en Sudán para producir y exportar alimentos a sus propios ciudadanos. Lo mismo ocurre en Camboya, donde 100 mil familias (medio millón de personas), carecen actualmente de alimentos.[2] Y sin embargo eso es lo que está ocurriendo hoy. Convencidos de que las oportunidades agrícolas son limitadas y de que no es posible confiar en el mercado, los gobiernos con “inseguridad alimentaria” están comprando tierras en todos lados para producir sus propios alimentos. Por otro lado, los gobiernos que están siendo “cortejados” para hacer uso de sus tierras agrícolas, generalmente dan la bienvenida a esos ofrecimientos de nuevas inversiones extranjeras.

El segundo grupo de especuladores va por las ganancias financieras. Frente al desplome financiero actual, toda suerte de actores de las finanzas o la industria alimentaria —las casas de inversión que manejan las pensiones de los trabajadores, los fondos de capitales privados que buscan ganancias rápidas, los fondos de cobertura que huyen del mercado ahora derrumbado de los instrumentos derivados, los comerciantes de granos que buscan nuevas estrategias de crecimiento— están recurriendo a la tierra, para producir alimentos, para combustibles, y como nueva fuente de lucro. La tierra misma no es una inversión típica para gran parte de esas empresas transnacionales. De hecho, es tan fácil que la tierra se vea envuelta en conflictos políticos que muchos países ni siquiera permiten que pueda ser propiedad de extranjeros. Y la tierra no se valoriza de la noche a la mañana, como los cerdos cebados o el oro. Para tener rentabilidad los inversionistas necesitan aumentar las capacidades productivas de la tierra —y a veces incluso ensuciarse las manos dirigiendo en los hechos un establecimiento agropecuario. Pero las crisis alimentaria y financiera, juntas, han convertido las tierras agrícolas en un nuevo activo estratégico. En muchos lugares de todo el mundo los precios de los alimentos son altos y los precios de la tierra son bajos. Y la mayoría de las “soluciones” a la crisis alimentaria hablan de extraerle más alimentos a la tierra con que contamos. Así que queda claro que va a ser negocio el tener el control de las mejores tierras, cerca de suministros de agua disponibles, cuanto antes.

Lo que ambos grupos de especuladores tienen en común es que el sector privado tendrá el control. En la búsqueda de la seguridad alimentaria, los gobiernos son los que llevan la delantera a través de una agenda de políticas públicas. En la búsqueda de ganancias financieras, son estrictamente los inversionistas quienes hacen sus negocios como de costumbre. Pero no nos engañemos. Si bien son los funcionarios públicos quienes negocian los contratos de apropiación de tierras destinadas a proporcionar “seguridad alimentaria”, explícitamente se espera que el sector privado se adueñe de la tierra y entregue productos. Así que ambos carriles del acaparamiento señalan en una misma dirección: las empresas privadas extranjeras obtienen nuevas formas de control sobre tierras agrícolas para producir alimentos, no para las comunidades locales sino para otros. ¿Alguien dijo que el colonialismo era una cosa del pasado?

A la búsqueda de la seguridad alimentaria

La apropiación de tierras con miras a la seguridad alimentaria es de lo que la gente ha oído hablar: los periódicos informan que Arabia Saudita y China están comprando tierras por todo el mundo, desde Somalia a Kazajstán. Pero hay muchos más países involucrados. Una mirada más de cerca revela una lista impresionante de países que andan en eso: China, India, Japón, Malasia y Corea del Sur en Asia; Egipto y Libia en África; y Bahréin, Jordán, Kuwait, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en Medio Oriente. En el anexo se brinda un panorama detallado de quiénes buscan tierra, dónde, con qué fines y por cuánto dinero.

La situación de esos países varía mucho, por supuesto. China es ostensiblemente autosuficiente en alimentos. Pero tiene una población gigantesca, sus tierras agrícolas están desapareciendo ante el avance industrial, sus suministros de agua están sometidos a graves presiones y el Partido Comunista tiene un futuro a largo plazo en que pensar. Con el 40% de los agricultores del mundo pero solamente un 9% de las tierras agrícolas mundiales, no debería causar sorpresa a nadie que la seguridad alimentaria sea uno de los puntos principales de la agenda del gobierno chino. Y con más de 1.8 billones de dólares de reservas en divisas, China cuenta con bastante dinero para invertir en su propia seguridad alimentaria en el extranjero. Como numerosos líderes y activistas campesinos del sudeste asiático saben, Pekín ha estado gradualmente dislocando parte de su producción de alimentos desde bastante antes de que estallara la crisis alimentaria mundial en 2007. A través de la nueva diplomacia geopolítica de China y de la agresiva estrategia gubernamental de inversión en el exterior, en los últimos años se concretaron unos 30 tratados de cooperación agrícola para dar a las empresas chinas acceso a tierras agrícolas de “países amigos” a cambio de tecnologías, capacitación y fondos para infraestructura chinos. Esto ocurre no solamente en Asia sino también en toda África, a través de una serie de proyectos muy diversos y complejos[3]. Desde Kazajstán a Queensland, y de Mozambique a Filipinas, está en marcha un proceso sistemático y conocido en que las compañías chinas arriendan o compran tierra, montan grandes establecimientos agrícolas a los que envían sus agricultores, científicos y extensionistas para trabajar en la producción de cultivos. La mayor parte de la agricultura china en el extranjero (dislocada) está dedicada al cultivo de arroz, frijoles o porotos de soja (soya) y maíz, junto con cultivos para agrocombustibles como la caña de azúcar, la mandioca o el sorgo.[4] El arroz producido en el exterior invariablemente significa arroz híbrido, cultivado a partir de semillas importadas de China, y los agricultores y científicos chinos están enseñando con entusiasmo a los africanos y a otros a cultivar arroz “a la manera china”. Sin embargo, los trabajadores rurales locales contratados para trabajar en los establecimientos agrícolas chinos, en África por ejemplo, a menudo no saben si el arroz es para alimentar a su pueblo o a los chinos. Dada la naturaleza furtiva de una serie de negocios con la tierra, la mayoría de la gente asume que el arroz es para alimentar a los chinos y hay mucho resentimiento en torno a eso.[5]


En esencia, la estrategia china de apropiación de tierras es conservadora: el gobierno está protegiendo con mecanismos financieros sus apuestas de inversión y maximizando sus opciones para suministrar alimentos a su país, a largo plazo. De hecho, la presión de la propia pérdida de tierras agrícolas y suministros de agua en China es tan grande que “China no tiene otra opción” que irse al extranjero, dice un experto de la Academia de Ciencias Agrícolas china.[6] En realidad, el alimento comienza a ocupar un puesto bastante alto, junto con la energía y los minerales, en la estrategia general de inversión externa de China. En la primera mitad de 2008, el Ministerio de Agricultura llegó a trazar una política gubernamental central en materia de producción de alimentos en el extranjero. El proyecto preliminar no es público aún,[7] pero seguramente daría un indicio de cuán lejos, o por cuánto tiempo, el gobierno espera financiar esos tratos de negocios. Mientras tanto hay muchos indicios de que se espera que el sector privado juegue un papel cada vez mayor. Después de discusiones llevadas a cabo en julio, la política quedó suspendida para más tarde, por lo menos por ahora. “Es demasiado pronto” explicó un funcionario del ministerio. “Debemos esperar y ver cómo maduran esas inversiones”.[8]

Los Estados del Golfo Pérsico —Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos— enfrentan una realidad totalmente diferente. Como naciones creadas en el desierto, tienen escasez de suelo y de agua con la cual cultivar alimentos o criar ganado. Pero poseen enormes cantidades de petróleo y dinero, lo que los coloca en una excelente posición para buscar en otros países cómo obtener sus alimentos. La crisis alimentaria actual afectó excepcionalmente fuerte a los Estados del Golfo. En la medida que dependen los alimentos que obtienen del extranjero (especialmente de Europa) y dado que sus divisas tienen paridad con el dólar estadounidense (excepto Kuwait, pero apenas desde el año pasado), el aumento simultáneo de los precios de los alimentos en el mercado mundial y la caída del dólar estadounidense implicó que importaran una gran “inflación extra”. El gasto en importación de alimentos se infló en los últimos cinco años de 8 mil millones de dólares a 20 mil millones. Y como sus poblaciones están constituidas en gran medida por trabajadores inmigrantes escasamente remunerados que construyen las ciudades y atienden los hospitales, es absolutamente necesario para las dinastías políticas del Golfo les proporcionen alimentos a precios razonables[9]. Después de todo, están sentados sobre una diferencia de clases que es una bomba de tiempo, y a la vez esperan mantenerse prósperos de aquí a 20 años arrendando bienes inmobiliarios de máximo nivel.

Cuando la crisis alimentaria estalló y se cortaron los suministros de arroz provenientes de Asia, los dirigentes del Golfo hicieron veloces cálculos y llegaron a conclusiones difíciles. Los sauditas decidieron que, dada la escasez inminente de agua, tendría sentido dejar de producir trigo, su principal producto alimentario, para el año 2016 y en cambio cultivarlo en otros lugares y traerlo, siempre y cuando todo el proceso estuviera firmemente bajo su propio control. En los Emiratos Árabes Unidos, donde 80% de su población son trabajadores inmigrantes en su gran mayoría consumidores de arroz de Asia, hubo pánico. Bajo la égida del Consejo de Cooperación del Golfo (ccg), se unieron con Bahréin y los otros países del Golfo para formular una estrategia colectiva de producción de alimentos en el exterior. Su idea es asegurar arreglos comerciales, especialmente en países islámicos hermanos, por los cuales ellos proporcionarán capital y contratos petroleros a cambio de la garantía de que sus corporaciones tendrán acceso a tierras agrícolas y podrán exportar el producto de regreso a su país. Los estados preferidos por esta estrategia son, de lejos, Sudán y Pakistán, seguidos de varios países del sudeste asiático (Birmania, Camboya, Indonesia, Laos, Filipinas, Tailandia y Vietnam), Turquía, Kazajstán, Uganda, Ucrania, Georgia, Brasil ... y la lista continúa.


No habría que subestimar la gravedad de la decisión de los Estados del Golfo. Entre marzo y agosto de 2008 algunos países del ccg, en carácter individual o con consorcios industriales, arrendaron por contrato millones de hectáreas de tierras agrícolas y se espera que las cosechas empiecen en 2009. Dirigentes del ccg planean celebrar importantes reuniones en octubre de 2008 y enero de 2009, donde culminarán el diseño de las políticas oficiales al respecto. Si bien los componentes visibles de la estrategia del Golfo no son materia de controversia en sí mismos (ver Cuadro 1), organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (conocida mundialmente como fao, por sus siglas en inglés) han considerado necesario involucrarse directamente en el manejo de las relaciones públicas en torno al tema. “No tengo problema alguno con que los árabes hagan la inversión”, exclamó Jacques Diouf, director de la fao, pero la tierra, dice, es un tema político que resulta una “papa caliente”. Así, mantiene a varios funcionarios de la fao instalados en el Golfo para evitar “escándalos no intencionales” que resulten de las maniobras de los Estados del Golfo.[10]

Cuadro 1: Características de la estrategia de los Estados del Golfo para adueñarse de tierras

* Los gobiernos preparan el terreno (organizan los acuerdos, elaboran arreglos específicos de políticas bilaterales, por ejemplo logran la exención específica de las restricciones para la exportación de alimentos o abren embajadas donde se realizarán los contratos) pero esperan, cuando no ordenan, que las empresas privadas asuman los proyectos en el largo plazo.

* Respaldan las tradiciones islámicas de ayudar a los pobres y compartir con los que tienen menos, lo que se traduce en un compromiso de dar parte de los alimentos a las comunidades del país donde se producen o al mercado interno, los bancos basados en la Sharia (ley musulmana) están dispuestos a administrar los fondos localmente, o se suavizan los proyectos con transferencia de tecnología, puestos de trabajo y capacitación, etcétera.

* Impulsan un enfoque de verdadero largo plazo.

* Enfatizan un fuerte apego retórico a los resultados en los que todos salgan ganando.

* Proponen un canje subyacente de alimentos por energía en la medida que numerosos proyectos implican, a cambio, contratos de suministro de petróleo y gas.


Si bien China y los estados del Golfo son los mayores actores, otros países también se están moviendo agresivamente para encontrar tierras agrícolas en el extranjero, con un nuevo ímpetu a partir de este año. Japón y Corea del Sur, por ejemplo, son dos países ricos cuyos gobiernos han optado por depender de las importaciones en lugar de buscar la autosuficiencia para alimentar a su pueblo. Ambos reciben alrededor de 60% de sus alimentos del extranjero. (En el caso de Corea, es más de 90% si se excluye el arroz). A principios de 2008, el gobierno coreano anunció que estaba formulando un plan nacional para facilitar las adquisiciones de tierra en el extranjero para la producción coreana de alimentos, designando al sector privado como el actor principal. En efecto, las empresas coreanas del rubro de la alimentación ya están comprando tierras en Mongolia y Rusia oriental para producir alimentos que serán exportados a su país. El gobierno, mientras tanto, explora por sí mismo varias opciones en Sudán, Argentina y Asia sudoriental. Japón, por otro lado, parece basarse enteramente en el sector privado para organizar importaciones de alimentos (ver abajo) mientras que el gobierno hace malabarismos con el marco político a través de acuerdos de libre comercio, tratados bilaterales de inversión y pactos de cooperación para el desarrollo. No tiene un papel pasivo. Los sucesivos gobiernos japoneses han resistido todo tipo de presiones para reestructurar la agricultura japonesa, donde reinan las fincas agrícolas familiares y las corporaciones no están autorizadas a ser dueñas de la tierra. Ahora que las empresas japonesas están comprando tierras en lugares como China y Brasil, la presión puede hacerse sentir aún más.

Lea el artículo completo en:

ALAI

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