El negacionismo del cambio climático cae en todo el mundo.
El premio Nobel de Física Svante Arrhenius publicó en 1896 un estudio sobre La influencia del ácido carbónico en el aire sobre la temperatura en la Tierra. Arrhenius concluyó que el dióxido de carbono (CO2) que se acumula en la atmósfera está relacionado con la temperatura de la Tierra.
Este gas hace de invernadero: al evitar que se escape parte del calor que emite la Tierra hace que el planeta sea habitable. Simplificando: a más CO2, más calor; menos CO2, menos, aunque no se sepa qué tiempo va a hacer en Sevilla el 23 de diciembre. Ésa era una verdad científica incontestada. Hasta que se mezcló con la política.
En los años, 70, pero sobre todo en los 80 y los 90, los científicos comenzaron a ver que las concentraciones de CO2 en la atmosfera subían de forma alarmante e inexorable. De nuevo, tenía toda la lógica. La quema de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo) producto de la revolución industrial se dejaba notar. Cada litro de gasolina emita 2,4 kilos de dióxido de carbono. Si la concentración de CO2 en la atmósfera antes de 1850 era de 280 partes por millón, ya va por 379 (la mayor concentración en al menos 650.000 años).
Los científicos predijeron años más cálidos, y se produjeron: 2005 y 1998 fueron los años más calientes desde que hay registros y seis de los siete años más cálidos han ocurrido desde 2001. Predijeron deshielos y el Ártico ha alcanzado este año su mínimo histórico y en 2040 se puede quedar sin hielo en verano; mientras los glaciares de todo el mundo, y especialmente de Groenlandia, retroceden a una velocidad sin precedentes.
Si quedaba alguna duda de que los científicos están todo lo de acuerdo que pueden estar, en enero pasado, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, que agrupa a 4.000 expertos, dio por zanjada cualquier controversia sobre la responsabilidad de la mano del hombre en el calentamiento y en tres semanas presentará en Valencia su informe definitivo en el que insisten en que el hombre está, con más de un 90% de probabilidad, detrás del calentamiento.
A no ser que uno tenga poderosas razones, oponerse a la ciencia no suele ser rentable para la propia imagen. Pero en este caso hay muchos intereses.
Admitir que el planeta se calienta implica que hay que hacer algo para evitar las desastrosas consecuencias (no hoy, como dicen los detractores, sino en 50 o 100 años). Supone intentar reducir el consumo de combustibles fósiles: petróleo y carbón. Implica ahorrar energía y elegir las fuentes renovables o la energía nuclear. Por eso, políticos, economistas y empresas decidieron, 100 años después, que Arrhenius no tenía razón.
Las petroleras han estado especialmente activas en este frente. Greenpeace ha acusado a la estadounidense Exxon-Mobil de financiar decenas de grupos de presión e instituciones para hacer dudar del cambio climático. Su intención no ha sido negarlo, sino sembrar la duda. Han copiado la estrategia que años antes siguieron las tabacaleras para poner en duda que el tabaco causase cáncer.
El American Enterprise Institute, financiado por Exxon-Mobil con 1,12 millones de euros, ofreció el año pasado 7.000 euros por cabeza a algunos científicos del IPCC para rebajasen las conclusiones de este grupo, según el diario británico The Guardian. Un funcionario de la Casa Blanca, que anteriormente trabajó para el mayor lobby petrolífero del país, modificó durante años informes sobre el cambio climático para rebajar la responsabilidad humana en el problema, según The New York Times. Este funcionario fue fichado después por Exxon-Mobil.
La actividad era especialmente intensa en EE UU, cuyo presidente, George W. Bush, llegó dudando del calentamiento aunque ahora ha suavizado enormemente su discurso. Su Administración ha considerado que los osos polares están amenazados, en un reconocimiento implícito de que el retroceso del hielo no es aleatorio, sino constante.
Bush no está sólo, pero casi. El presidente de la República Checa, Vaclav Klaus, denunció que el cambio climático es "un mito". El primer ministro australiano, John Howard, otro de los países que no ha ratificado Kioto, también cambió radicalmente en 2006 su mensaje anti cambio climático: "Acepto la teoría del cambio climático, pero no la parte más catastrofista".
Hasta el vicepresidente de Exxon-Mobil Kenneth Cohen declaró este año: "Ahora sabemos suficiente, o la sociedad sabe suficiente, que el riesgo del calentamiento global es serio y que se debe actuar". Entre 1998 y 2005, Exxon-Mobil gastó 16 millones en estudios para negar el calentamiento.
Parte de la derecha cree que la ecología, y especialmente la lucha contra el cambio climático, es un invento para suplir al socialismo. Consideran que los llamamientos a dejar el coche en casa o a cambiar hábitos de vida son una intromisión intolerable del Estado en la vida privada. Para sustentar esta teoría desacreditan a los científicos.
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Diario El País (España)