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12 de abril de 2015

¿Cómo interesar a los niños y a las niñas en las ciencias?


En los últimos meses ha habido un interesante (a ratos) y encendido (casi todo el tiempo) debate en las redes y en innumerables blogs sobre la escasa presencia de las mujeres en las carreras científicas. Se han difundido estudios que demuestran que a edades tempranas todos lo niños independientemente de su sexo sienten interés y curiosidad por la ciencia y es a una edad más tardía cuando las chicas se descuelgan y por unas razones u otras dejan de lado las ciencias para optar por otros estudios.
Centrarnos en el problema de las mujeres nos ha hecho olvidar la realidad de fondo que es la falta de vocaciones científicas en general. El descenso en matriculaciones en carreras de ciencias en favor de carreras consideras máútiles es una tendencia que es una constante en los últimos años.
Educar para interesar 2
Muchas son las causas para esta falta de interés por ejercer una profesión científica: la escasa presencia de la ciencia en los medios de comunicación, la percepción por parte de la sociedad de la ciencia como algo ajeno y elitista, la visión del científico como un friki y la dificultad por parte de la comunidad científica para elaborar un discurso que conecte con la gente joven. Todos estos factores son determinantes, pero creo que hay uno mucho más crucial y que está en la base de nuestra sociedad: la educación y el discurso que proyectamos los padres a nuestros hijos.
¿Para qué vas a estudiar eso?”
“Eso no sirve para nada”.
“Si estudias eso te vas a morir de hambre”.
Con el post de hoy, pretendo ir al principio del problema, a la educación más temprana de los niños y niñas y a ese momento en el que tienen que decidir qué estudiar. Pretendo dar unas pautas a los padres de los niños que en el futuro se van a enfrentar a la elección de una carrera, de unos estudios universitarios, con la ilusión y esperanza (más o menos real) de trabajar en algo relacionado con esos estudios.
He tomado como base los consejos que da la web Girls.Inc para promover la vocación a carreras científicas entre las niñas y jóvenes, pero son consejos para poner en práctica con todos nuestros hijos: niños y niñas. Porque en mi opinión, ahora mismo, el mayor peligro para la elección de un futuro profesional es la ola de paraqueísmo que nos invade. Estamos dejando que la preocupación natural de todo padre por el futuro de sus hijos condicione, encauce y en muchos casos limite los intereses de nuestros hijos.
Consejos para padres
1.- Hay que asumir el interés de nuestros hijos por la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Preguntarles qué clases son las que más le gustan y quétemas les interesan más.
2.- Debemos saber cómo se sienten nuestros hijos con respecto a lo que aprenden en el colegio. Averiguar qué profesores son los que prefieren,los que más les alientan en sus intereses. Animar a nuestros hijos a preguntar a esos profesores todas las dudas que tengan y a pedir ayuda sobre esas asignaturas. Por supuesto, si es posible conviene contactar con esos profesores para saber qué opinan de los intereses de nuestros hijos, cómo encauzarlos y cómo podemos ayudarles en casa.
3.- Preguntar a nuestros hijos cómo ven ellos a los científicos y qué creen que es la ciencia. Mostrarles que la ciencia forma parte de nuestra vida, de nuestro día a día. Visitar museos, exposiciones y cualquier otro lugar donde puedan “ver” la ciencia.Ahora mismo hay miles de documentales accesibles para todos tanto en contenidos como en forma para que nuestros hijos entiendan la ciencia y se interesen.
4.- Animar a nuestros hijos a percibir sus intereses, sean los que sean, como algo fascinante y que merece la pena. No dejarles creer que algo “es de niños” o “de niñas”. Ayudarles a sentirse más cómodos, a tratar con confianza y tranquilidad los contenidos y materiales de la ciencia. Enseñarles que algunos de los más grandes descubrimientos han surgido de grandes problemas y errores.
5.- Preguntarles cómo se ven en el futuro. ¿Qué quieres ser de mayor? En el caso de la ciencia, animar a las niñas a explorar un campo que tradicionalmente no se ha asociado a los hombres y, en el de los niños, animarles justo a lo contrario. ¿Por qué no animar a los niños a ser enfermeros, profesores de infantil o matronas?
6.- Tienen que conocer modelos variados, especialmente mujeres de cualquier campo. Es necesario que la presencia de la mujer sea obvia y evidente no solo para las niñas sino también para los niños. Normalizar los modelos femeninos. Hay que intentar ir más allá de lo que sale en la televisión: futbolistas, cantantes o famosos sin más. Contarles la historia de científicos, vivos o muertos, y de gente cercana a ellos que sean ingenieros, químicos, físicos o matemáticos, que les permitan conocer todos los campos en los que se puede trabajar en ciencia.
7.- Tener hijos es descubrir el mundo otra vez, o por primera vez en algunos campos. Parcelas de la vida que jamás nos habían provocado curiosidad pueden ser increíblemente interesantes para ellos, por lo que pueden hacernos miles de preguntas. Nosotros, como padres, estamos de suerte, somos mucho más afortunados que las generaciones que nos precedieron. Contamos con un instrumento potentísimo, Internet, para encontrar respuestas a sus preguntas, resolver nuestras dudas y, lo que es más importante, bucear juntos en busca de esas respuestas, sintiendo el placer de investigar y resolver, para seguir avanzando desde ahí.
8.- Muchos padres tuvimos en nuestra infancia una relación difícil con alguna asignatura; pudo ser la física, la química o la historia. Debemos reconsiderar esa posición, intentar cambiarla y, desde luego, impedir que nuestro pasado rechazo hacia esa materia mediatice el interés de nuestros hijos.
9.- Enseñarles a pensar “no lo sé¿quién puede enseñarme?” o “lo intentaré“, en vez de “no puedo”. Es fundamental enseñarles que sí que pueden, aunque no vaya a ser fácil. La persistencia y el trabajo son fundamentales no solo para estudiar ciencias o algo distinto, sino como actitud ante la vida. Equivocarse en matemáticas, física o cualquier otra cosa no significa no ser bueno en algo, significa que se ha intentado.
10.- No decirles jamás “eso es muy difícil” o “en esa carrera hay que estudiar muchísimo”. Y menos seguido de “… y luego no hay trabajo”. ¿Hay algo más difícil que estudiar algo que no te gusta, que no te llama, que no te interesa sólo porque hay una hipotética posibilidad de encontrar trabajo en el futuro? Animemos a nuestros hijos a estudiar aquello que les interesa y apoyémosles más aún cuando crean que no pueden, que es muy difícil y quieran tirar la toalla. No seamos nunca quienes les digamos que no pueden o que no merece la pena.
Todos estos consejos son más bien actitudes que creo que debemos tomar en la educación de nuestros hijos. Todos se pueden aplicar exactamente igual si a nuestros hijos les interesa la historia, el arte o la arqueología.
Tomado de:

9 de octubre de 2014

El Senati: El mayor aporte de los industriales a la educación

No más de diez empresarios impulsaron su creación en 1959, en un contexto en el que era difícil encontrar personal capacitado.


Pocas veces en la historia del Perú el sector empresarial ha tenido un emprendimiento tan contundente en pro de la educación como el que se ve reflejado en el Servicio Nacional de Adiestramiento en Trabajo Industrial (Senati), una organización que nació en el seno del sector industrial y en especial de un grupo de empresarios que tenían una visión que iba más allá de las simples rentas.

Según la historia, no más de diez empresarios impulsaron su creación en 1959 en un contexto en el que vislumbraban el despegue del sector industrial y resultaba difícil encontrar personal capacitado en el país. Este grupo posiblemente no hubiera logrado mucho si no tuviera el respaldo de su gremio: la Sociedad Nacional de Industrias (SNI).

En ese entonces, los técnicos debían ser traídos del extranjero para capacitar a los obreros del Perú, sobre todo en el manejo de las maquinarias que el sector estaba importando gracias a la ley de fomento industrial, la cual promovía la importación de bienes de capital con tecnología de avanzada.

No era difícil que un obrero extranjero fuera contratado en el país, pero a un costo muy alto y desplazando a trabajadores locales. La idea de crear una organización que formara mano de obra calificada para la industria nacional, si bien era una necesidad, se vio reforzada con la iniciativa de otros países como Brasil y Colombia donde ya se habían creado el Senati (Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial) y el SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje), respectivamente pocos años antes.

Los industriales del país formaron una comisión presidida por Alejandro Tabini, un industrial fabricante de Indeco quien formuló el proyecto de ley para crear esta institución. En la exposición de motivos del proyecto de ley de creación del Senati  fue aprobado por el directorio de la SNI el 12 de enero de 1961. Once meses después, el 19 de diciembre del mismo año, se promulgó la Ley 13771 que creó el Senati.



El aporte del Estado también fue crucial, cuatro años después de su fundación, el 1 de julio de 1965, el presidente Fernando Belaúnde inauguró la sede central del Senati en la autopista al norte sobre un terreno de 100.000 m2. un área rodeada de sembríos y construcciones industriales en lo que hoy es el distrito de Los Olivos.

A mediados del siglo pasado, en la mentalidad colectiva existía un acentuado desprecio por el trabajo manual, por las ocupaciones técnicas, a las que se las consideraba como no dignas de las personas que aspiraban a una educación superior. La primera promoción del Senati en 1966 apenas sí tuvo 440 alumnos, que no fueron fáciles de reclutar. Hoy ingresan a esta institución 17.913 jóvenes y postulan cerca de 30.000.

El ejemplo que ha dado esta organización es que cuando la voluntad del empresariado peruano se involucra seriamente en proyectos de largo aliento los resultados suelen ir acompañados del agradecimiento de todo un país. Hoy, que el Perú cuenta con empresas de mayores recursos, habría que preguntarse si estas pueden hacer un esfuerzo en el mismo sentido que motivó a los industriales a crear el Senati hace 50 años.

Fuente:

El Comercio

28 de septiembre de 2014

Papá, mamá, de mayor quiero ser... neurocientífico



Divulgar ciencia es útil. A todos, también (o más) a la comunidad investigadora. Porque despierta vocaciones científicas entre los más pequeños, cuando más firmemente se afianza este deseo. Como en el fútbol, la ciencia también tiene que cuidar de su cantera. ¿Cuántas generaciones de biólogos españoles deberán su vocación a las inspiradoras palabras de Félix Rodríguez de la Fuente? ¿Cuántos de esos lograrán descubrir, con el sudor y entusiasmo de una vocación firme, las causas/tratamiento/prevención para el Alzheimer, Parkinson, o tantas otras enfermedades devastadoras? Pequeño o pequeña, si quieres ser neurocientífico (o neurocientífica, que todavía más falta hacen), déjame decirte unas palabras.

Enhorabuena por elegir una profesión con futuro. Como dice un gran cerebro de este país, José María Delgado-García, "los neurocientíficos seremos los últimos profesionales en ir al paro por falta de trabajo" (yo lo escuché hace ya algunos años en su clásico "Curso Nacional de Neurociencia, por entonces en su décima edición"). Con esto, el profesor se refería al vasto terreno que todavía permanece inexplorado en cuanto a lo que conocemos sobre el cerebro. Aunque queda por ver si esta máxima será cierta en nuestro país, sigue siendo válido en el resto del mundo. La neurociencia cada vez interesa más a todos. Un indicador son los famosos megaproyectos de investigación "Human Brain Project" y "BRAIN", con presupuestos galácticos concedidos hace apenas dos años a ambos lados del Atlántico. Otra historia es si lograrán un avance proporcional a tamaño presupuesto y si se está gestionando de forma adecuada, que se discute.

Ser científico y estudiar el cerebro es una de las profesiones más exóticas que puedas imaginar. Cuando expliques tu trabajo a conocidos y amigos, verás sus pupilas ensanchar de asombro. Ser neurocientífico significa dedicarse a entender el órgano más complejo del universo. Significa tener el privilegio y oportunidad de añadir un granito de arena al vasto desierto (todavía prácticamente desconocido) de lo que sabemos sobre esta máquina de computación, y poder escribir una línea corta pero imborrable en la historia de la neurociencia. En definitiva, significa contribuir a descifrar una esquina de una de las miles de páginas del manual de instrucciones del cerebro, el órgano que nos hace ser lo que somos, lo que pensamos, sentimos, queremos y hacemos, a partir de chispas de electricidad que transcurren y saltan entre miles de millones de neuronas conectadas en centenares de formas distintas. Pero sin magia alguna.

El artículo completo en:

Investigación y Ciencia

4 de julio de 2011

Unas cuantas razones prácticas para convertirse en científico


Mamá, quiero ser artista. Esa una frase que no asustaría a ningún padre. Bueno, sí, le asustaría pero por otros motivos: porque lo del artisteo no es serio, porque no es un trabajo seguro, etc. Pero digamos que aspirar a ser cantante o actor es como aspirar a ser bombero o astronauta, sueños legítimos de los niños. Aspiraciones normales. Sin embargo, a ver qué cara se le pone a tu madre si le sueltas a bocajarro: mamá, quiero ser científico. A no ser que seas el niño protagonista de Lluvia de albóndigas, cuya posesión más preciada en una bata blanca de científico, vuestros padres pensarán que tienes un problema: que quieres dominar el mundo, que eres un mad doctor emparentado con el doctor Frankenstein (o Fronkonstin) o que en clase no ligas nada, pero nada de nada.

Y hasta cierto punto es así. Además, desde la famosa conferencia sobre las dos culturas de C.P. Snow, lo de estudiar ciencias en vez de letras no sólo está asociado generalmente con mentes frías y esquemáticas, desprovistas de humanidad, sino que además no mola nada en la sociedad: uno puede ignorar lo que es el segundo principio de la termodinámica y no pasa nada, pero como digas que no sabes quién escribio Crimen y castigo, no tardarán en reírse en tu cara: ¡ignorante!

¿Entonces? ¿Para qué convertirse en científico? La verdad es que no hay muchos alicientes externos: todos los alicientes son demasiado privados: alimentar la curiosidad, entender cómo funcionan las cosas, emocionarse con la naturaleza. Sí, puede que por obra y gracia de la serendipia un día descubras una vacuna que salvará millones de vidas, pero eso sólo te servirá para que te pongan una placa en alguna plaza y poco más: al que seguirán citando en el colegio es al pesao ese de Dostoievsky. ¿O era Tolstoi? Ser científico no sólo no es cool sino que resulta tremendamente ingrato: por eso las carreras científicas sufren descensos en sus alumnos (en el aula de Física me han dicho que hasta se oye eco) y, al doctorarse, muchos deciden marchar a países donde mimen un poco más sus cerebros.

Pero si queréis unas cuántas razones prácticas y universalmente comprensibles que acaso os harán olvidar el mote de cuatro ojos, geek y todo lo demás, podéis pasarle por la cara a cualquiera un estudio reciente de la Comunidad de Madrid, titulado “Egresados universitarios. Inserción laboral de los titulados en 2006 y 2007 en las Universidades Públicas de Madrid“, que presenta un análisis pormenorizado de los tipos de contrato, los sectores de actividad y la temporalidad, entre otros factores. Del cual pueden hacerse algunas extrapolaciones presentadas por el portal madri+d:

-Menor tendencia a la desocupación. El paro de todos los titulados en carreras científico-técnicas se ubica por debajo del 10 %, siendo especialmente bajo entre los informáticos (3 %) y el resto de ingenierías (4,1 %), seguidas muy de cerca por los matemáticos y estadísticos (4,6 %).

-Muchos de los titulados en ciencias de la vida, informática, mecánica, electrónica y otra formación técnica consiguieron encontrar empleo en menos de 6 meses (41,8 %, 53,6 % y 64,5 %, respectivamente).

-Más de un tercio de los empleos creados para este grupo de egresados, por encima de los ‘empleados de tipo administrativo’, corresponde al grupo ocupacional ‘técnicos profesionales científicos e intelectuales’. Además, más de un 36 % de los titulados encuentran un empleo ajustado a su formación y para el que no están sobrecualificados.

-De entre los titulados en mecánica, electrónica y otra formación técnica con algún contrato en los tres años siguientes a su fin de titulación, sólo el 11,4 % lo subscribieron con una duración inferior a 12 meses. En el caso de los informáticos, ese porcentaje baja hasta el 7,7 %, mientras que los contratos indefinidos alcanzan un 81,1 % del total.

Son razones prácticas que nada tienen de romántico y que por supuesto significarán muy poco para los que de verdad amen la ciencia o que sean epistémicamente hambrientos por naturaleza. Pero al menos son unas buenas razones para esgrimir delante de tu madre cuando te diga eso de ¿que quieres ser qué?

Tomado de:

Xakata Ciencia

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