Las tierras de los indígena Siekopai, en el amazonas ecuatoriano, llevan 53 años siendo explotadas por petroleras. El exterminio de su cultura no está lejos.
En
cada tres de cada cuatro familias de San Pablo de Katetsiaya (77%), los
niños manifestaron sufrir maltrato físico, más del padre que de la
madre.
A finales de marzo de este año dicha asociación recibió una alerta sobre la instalación de la compañía china Sinopec al interior de la comunidad San Pablo de Katetsiaya (a unos cien kilómetros de la frontera con Colombia). “Se comunicó que un grupo de 150 hombres se asentaron en la comunidad, en un campamento permanente en el Centro de Interpretación Cultural. La información hablaba de delitos sexuales: abuso sexual, agresión sexual, atentado al pudor y acoso sexual; así como engaños por parte de la empresa petrolera para entrar en el territorio. Ante la gravedad de lo que esto significaba, se decidió consultar con las autoridades de la nacionalidad Siekopai para planear una posible entrada y conocer de primera mano la situación”. Hasta allí llegaron los investigadores. Encontraron, infortunadamente, que la realidad coincidía con aquella versión.
***
“Este fue el peor de los peores. Los chinos han hecho lo que nunca ha hecho nadie; ni Petroamazonas ha hecho eso con los Secoyas. Esto es terrible porque yo ahí veo la falta de liderazgo interno. Porque realmente los líderes dijimos que no se firmara la negociación, eso no era de firmar; sino que de repente un grupo de jóvenes internamente dijo que ‘ahora queremos trabajar y queremos el dinero’. Como ya le dije, el cambio se radica ahora en la juventud. Entonces nuestros dirigentes no podían sostener, porque la mayoría de los votos pedían que se firme así sea para mal”. El testimonio, de uno de los líderes de la comunidad, es la introducción al informe que resultó de la investigación de 20 profesionales, entre geógrafos, médicos, sociólogos, sicólogos, historiadores y documentalistas.
Lo primero era reconstruir la llegada de la petrolera Sinopec a San Pablo. ¿Cómo hizo para entrometerse hasta las entrañas del pueblo? La respuesta está en esta frase del informe: “hay una fuerte división entre la comunidad y los dirigentes, a quienes les acusan de dejarse manipular por la petrolera”. La realidad es que un grupo de líderes indígenas autorizaron su entrada, como lo ha argumentado la empresa; pero la realidad, también, es la que describió en su cuaderno de campo uno de los investigadores: “Las estrategias de las empresas (al parecer en colaboración con el Estado) buscan comprar a los líderes y manejar las ‘negociaciones’. Muchas de ellas dirigidas a la adquisición de valores mercantilistas, capitalistas. Todos los hombres a los que entrevisté veían como problema su falta de conocimiento para la negociación con la empresa. Reiteraban que necesitaban apoyo en ese proceso”.
“Fueron los hombres los que decidieron”, señala la mayoría de mujeres entrevistadas. Fueron ellos quienes dieron el aval y ellas las que más tuvieron que soportar la violencia que llegó con el campamento, los obreros, el alcohol y el dinero. Eso también dicen los testimonios recogidos: “Me sentí muy mal por las señoritas y las señoras, porque ellos molestaban hasta a las ancianas, así sucede, cuando yo he trabajado en la compañía, no respetan a las mujeres”.
Según Clínica Ambiental la llegada del campamento petrolero a la comunidad representó un “incesante acoso sexual” a las mujeres. Algunas de ellas declararon que las seguían cuando iban a bañarse al río y es sonada la historia de tres jóvenes que fueron violadas al mismo tiempo. Más violencia para una comunidad en la que por lo menos la mitad de los niños presentan signos de haber sido agredidos sexualmente; en el caso de las adolescentes la cifra llega a 71%.
Lea el artículo completo en:
El Espectador (Colombia)