“Macondo” se convirtió en una palabra conocida en todas partes desde cuando Gabriel García Márquez llamó así al pueblo en el que transcurren varias de sus obras, como La Hojarasca (1955) y Cien Años de Soledad (1967). Los rasgos de Macondo, modificados por la imaginación, provienen, sin duda alguna, de pueblos como Aracataca, donde el autor pasó su infancia
En Vivir para contarla (Bogotá, Norma, 2002),
sus memorias recientemente publicadas. Gabriel García Márquez explica
de dónde proviene la palabra Macondo en su obra literaria.
“El tren hizo una parada en una estación sin pueblo, y poco después pasó
frente a la única finca bananera del camino, que tenía el nombre
escrito en el portal: Macondo. Esta palabra me había llamado la atención
desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí
que me gustaba su resonancia poética. Nunca se lo escuché a nadie ni me
pregunté siquiera que significaba… Lo había usado ya en tres libros,
como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una
enciclopedia casual, que es un árbol del trópico parecido a la ceiba,
que no produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para
hacer canoas y esculpir trastos de cocina. Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que
en Tanganyika existe la etnia errante de los makondos y pensé que aquel
podía ser el origen de la palabra. Pero nunca lo averigüé ni conocí el
árbol, pues muchas veces pregunté por él en la zona bananera y nadie
supo decírmelo. Tal vez no existió nunca”. (p. 28)
“El tren pasaba a las 11 por la finca Macondo, y diez minutos después se
detenía en Aracataca. El día en que iba con mi padre a vender la casa
pasó con una hora y media de retraso… Yo estaba en el retrete cuando
empezó a acelerar y entró por la ventana rota un viento ardiente y seco,
revuelto con el estrépito de los viejos vagones y el silbato
despavorido de la locomotora. El corazón me daba tumbos en el pecho y
una nausea glacial me heló las entrañas. Salí a toda prisa, empujado por
un pavor semejante al que se siente con un temblor de tierra y encontré
a mi madre imperturbable en su puesto, enumerando en voz alta los
lugares que veía pasar por la ventana como ráfagas instantáneas de la
vida que fue y que no volvería a ser nunca jamás…” (p. 29)
El árbol de Macondo
La primera mención del árbol “macondo” que la Biblioteca Virtual ha
podido localizar fue hecha por el viajero Alejandro de Humboldt, quien
vio este árbol en las cercanías de Turbaco, en 1801, cuando fue a
visitar los volcanes de lodo con Luis de Rieux. A continuación
transcribimos algunas citas del Diario de Humboldt, tomadas de la edición virtual:
La madera corchosa [o esponjosa, como dice García Márquez] del Macunda
Pero junto a la madera corchosa del bombax y del Cavanillesia Macunda (con
esa misma humedad), tenemos el quebracho de dureza de hierro, el
Caesalpiniaea, Hura crepintans, Swietania, Caraña. Las características
de la naturaleza tropical consisten, fundamentalmente, en que la energía
interior de la vida vegetal (fuerza vital) se opone a todos los
estímulos exteriores, hasta el punto de que cada órgano elabora y mezcla
incesantemente, sin impedimentos, eternamente en actividad, sin que el
calor se evapore; la humedad no se diluye; humedad y calor actúan sólo
tensionalmente, como potencias estimulantes y desarrolladoras de fuerza;
los órganos no aceptan nada que no puedan asimilar y transformar
inmediatamente.
Del libro: Lugares de Colombia tomados de la parte primera: Sitios, Mesetas de Méjico y Montañas de la América Meridional.
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