La forma de relacionarnos en el trabajo puede obedecer a tres tipos del vínculo parental que establecemos en las primeras etapas de la vida, si lo transferimos a superiores y compañeros.
Todo empieza con un lloro insistente, ese que los padres de un bebé
encuentran alarmante, irritante y odioso antes de resignarse a la
llamada del instinto de supervivencia del retoño, y del suyo de
protección. Durante ese proceso, habrán tenido que aclarar una duda
importante: ¿dejo llorar al niño hasta que caiga rendido y se duerma, o
corro raudo a acunarle hasta que coja el tren del sueño? Según algunos
psicólogos, la manera en la que resuelven la situación (tanto los padres
como los retoños) marca a los pequeños hasta el punto de que la
experiencia puede influir en que sean futuros líderes en el trabajo o los gruñones de la oficina.
Estos psicólogos encuentran la explicación en la teoría del apego,
que estudia el vínculo que las personas establecen con sus madres y sus
padres en los primeros compases de la vida. Algunos progenitores
apuestan por dejar llorar a los niños hasta que aprenden que ni papá ni
mamá van a acudir, y otros aparecen por la puerta de la habitación del
bebé ante el menor quejido. Con esta decisión, cada progenitor crea en el niño una serie de patrones emocionales y conductuales que influirán en su carácter, así como en su manera de relacionarse con las personas de su entorno a lo largo de la vida, incluidos su jefe y sus compañeros. Puede explicar los problemas en el trabajo.
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