Seis años después de anunciar su descubrimiento, el CERN detecta el tipo de desintegración más común de la partícula envuelto en ruido de fondo.
Hace diez años, la construcción de una máquina descomunal para
capturar una partícula diminuta atrapó la imaginación del mundo. Bajo el
CERN, un gigantesco laboratorio de física a las afueras de Ginebra
(Suiza), se había construido un acelerador de partículas de 27
kilómetros de circunferencia capaz de empujar protones hasta una
velocidad cercana a la de la luz. Los físicos hacían chocar aquellos
haces de partículas microscópicas para reconstruir las circunstancias
energéticas de los primeros segundos de vida del universo y tratar de
desvelar aspectos sobre la naturaleza de la materia invisibles en
condiciones normales. En aquel tiempo se llegó a fantasear con la
posibilidad de que la máquina crease un agujero negro que engullese el
mundo, pero salvo algún inconveniente, todo salió más o menos según lo previsto.
En 2012, los responsables del CERN anunciaron el descubrimiento del
bosón de Higgs, la partícula que daba masa a todas las demás, completaba
el Modelo Estándar de Física de Partículas y justificaba en buena
medida una inversión de más de 5.000 millones de euros. El éxito de la
búsqueda del higgs se confirmó al año siguiente cuando Peter Higgs y
François Englert recibieron el premio Nobel de Física de 2013
por haber predicho la existencia de la partícula medio siglo antes.
Pero aunque el trabajo grueso parecía finalizado, la validez de unos
modelos físicos o de otros, de qué es exactamente la materia oscura o de
si la supersimetría, en la que no solo habría un bosón de Higgs, sino
muchos, puede ser la teoría que nos lleve un paso más allá en la
comprensión del universo, depende de detalles.
El artículo completo en: El País (España)