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11 de octubre de 2018

Así se 'fabrican' los votantes de la extrema derecha: El caso de VOX

Por Luis Gonzalo Segura

Para temor y consternación de muchos, la extrema derecha sigue ganando terreno en el mundo. Este pasado domingo 7 de octubre de 2018 tuvimos una nueva constatación de ello con el triunfo de Jair Bolsonaro (PSL) en la primera vuelta electoral de Brasil y la demostración de fuerza de Vox en España, partido que congregó a 10.000 personas en el Palacio de Vistalegre (Madrid) mientras otras 3.000 quedaron a las puertas sin poder acceder al recinto.

Y no son dos gotas en el desierto, sino que llueve sobre un conato de riada que amenaza con destruir el mundo tal y como lo conocemos, pues ya hay gobiernos o coaliciones ultranacionalistas en Estados Unidos, Italia, Austria, Polonia, República Checa, Eslovaquia o Hungría. Impensable hace una década.

Pero ¿qué lleva a una persona a votar a un partido de extrema derecha?

La crisis económica

Por un lado, aun a riesgo de ser simplista y tosco, en este resurgir de las ideas más extremistas encontramos una crisis económica marcada por unas políticas de ajuste que han aumentado las desigualdades en Europa y han generado un aumento de la pobreza. Desempleo, pobreza, desahucios o recortes han sido cuatro de los titulares más utilizados en la última década.

Pensemos, por ejemplo, en los millones de personas que no tienen calefacción en invierno mientras las empresas energéticas (privadas) aumentan sus beneficios año a año. Situación que ha creado el término 'pobreza energética', inexistente cuando hace décadas las empresas energéticas eran públicas. Solo en el año 2016 las eléctricas duplicaron sus beneficios en España mientras que solo en Barcelona había 170.000 habitantes que habían dejado de pagar al menos un recibo de luz o no calentaban lo suficiente sus hogares. En paralelo, se contabilizaban treinta políticos de prestigio los contratados por las eléctricas como consejeros.

La crisis migratoria

Irak, Afganistán, Libia, Siria o Yemen han sido las grandes catástrofes humanitarias de los últimos quince años y sobre todas ellas subyace la mano de Occidente. Las invasiones de Irak y Afganistán han provocado que el número de desplazados supere los 68 millones de personas, algo que no sucedía desde la II Guerra Mundial. Son precisamente estos desplazados y aquellos explotados o extenuados por nuestras industrias los que ahora se agolpan a las puertas de Europa. También los que terminan siendo explotados en el sur de Turquía en fábricas españolas.

Por otra parte, en este mismo periodo la industria militar española se ha multiplicado de forma salvaje: el PSOE la sextuplicó en siete años y el PP duplicó lo hecho por el PSOE aprovechando el genocidio perpetrado por sauditas en Yemen. En 2018 España sigue consolidada como la séptimapotencia del mundo en venta de armamento tras pasar de 405 millones de euros en el año 2004 a 4.347 millones de euros en 2018.

La desconfianza hacia políticos e instituciones

Por otra parte, Occidente ha vivido una crisis política e institucional que ha generado desafección, descrédito y desconfianza ciudadana. Los occidentales no sienten, en general, que los gobiernos estén a su servicio, sino que los mismos se encuentran al servicio de los intereses de las élites. Un sentimiento de desengaño se ha instalado en la ciudadanía.

Los conflictos bélicos antes relatados no fueron en ningún caso acciones que emanaran del interés general, sino más bien el interés de ciertos grupos de poder como la industria armamentista, las petroleras, las industrias textiles o las farmacéuticas. Esas intervenciones construyeron un mundo peor, construcción por la que obtuvieron enormes beneficios (valga el caso anterior de la industria armamentista) y que ha dejado unos perjuicios que tendremos que asumir entre todos (los mencionados casi 68 millones de desplazados).

Si a ello le añadimos las decisiones económicas de ajuste que tanto han castigado a la ciudadanía generando desempleo, precariedad, pobreza y desigualdad mientras el número de millonarios continuaba aumentando (en España crecieron un 76% durante la crisis pasando de 127.000 en 2008 a 224.000 en 2017, pero la tendencia es a nivel mundial), pocos ciudadanos pueden considerar a la clase política como sus legítimos representantes. Que los ricos sean cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres y los países cada vez más endeudados no ha pasado inadvertido al ciudadano medio (la deuda mundial creció 70 billones de dólares en la última década).

Los recortes en educación y la destrucción de la educación pública

Y ello a pesar de los recortes en educación (en España el gasto en educación bajó en el año 2017 a niveles de 1995). Recorte considerablemente lucrativo para las élites y no solo en términos económicos, porque si uno de los enormes beneficios de recortar el gasto en educación es generar votantes cada más acríticos, lo que permite perpetuar a partidos políticos que no les representan en periodos de bonanza, uno de los grandes perjuicios es crear votantes disfuncionales que se encuentran a merced de cualquier predicador en periodos de crisis.

Y a mayor crisis, mayor inestabilidad del votante y ruleta rusa electoral. Baste como ejemplo que en España en los últimos cuatro años tres de los cuatro grandes partidos políticos (Podemos, PP y PSOE) han tenido en algún momento posibilidades de conseguir o superar el 30% de los votos (según el CIS) que les permitiría ganar las elecciones.

El descrédito de los medios de comunicación clásicos: verdad y posverdad

Y si este ciudadano empobrecido, desconectado de la clase política y con bajos índices educativos comprueba en las redes sociales que los grandes grupos de comunicación no han hecho su trabajo honestamente, sino al servicio de los intereses nacionales en algunos casos y elitistas en otros, nos encontramos con el caldo de cultivo ideal para la proliferación de los mensajes ultras. Sobre todo, porque cada vez es más complejo distinguir la verdad de lo que no lo es.

Este descrédito mediático ha pretendido defenderse con la creación de la 'posverdad', atribuyendo a todo mensaje ajeno a los grandes medios de comunicación la condición de falacia. El problema es que la 'posverdad' no es nada más ni nada menos que el intento de los ciudadanos descontentos con la manipulación y la censura de buscar otros canales en los que encontrar la verdad. Porque si la verdad ya no se encuentra en los medios de comunicación tradicionales, en algún sitio estará. Y ese sitio es internet, las redes sociales, lugar en el que ciertamente se puede encontrar gran parte de la verdad censurada y ocultada por los grandes medios, pero también, desgraciadamente, otros relatos no tan honestos. Y en este desconcierto no resulta complejo el progreso de las ideas más populistas.
Valga como ejemplo de manipulación todo lo acaecido el 1 de octubre de 2016 en el 'golpe' de mano que sufrió el PSOE de Pedro Sánchez y que permitió la investidura de M. Rajoy. De aquel proceso salió especialmente herida La Sexta y el mediático Antonio Ferreras, cuya cuñada (la hermana de Ana Pastor, Mercedes), trabaja para el PSOE de Andalucía de Susana Díaz.

El caldo de cultivo ideal para las ideas extremas

Si los políticos no representan a los ciudadanos, los medios de comunicación ya no son de fiar y si cada día los ciudadanos son más pobres mientras los ricos siguen aumentando sus riquezas acabamos de creer el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de ideas extremas. Basta con predicadores que sean capaces de envolver su mensaje en un envoltorio lo suficientemente atractivo como para que ese desempleado o empobrecido ciudadano crea que todos sus problemas se deben a los inmigrantes, a los movimientos secesionistas o la aparición de la Virgen de los Disparates. Sobre todo, porque ese mensaje ultra es transmitido después de un "los políticos están sirviendo a las élites, los medios de comunicación manipulan, cada vez hay más políticos y ganan más, tú cada vez estás peor…". Verdades evidentes sobre las que construir una falacia.

De lo contrario, ¿por qué triunfo Donald Trump? ¿Por sus ideas y sus planteamientos o por el evidente descrédito del sistema y su oponente político, Hillary Clinton? Ciertamente, en la elección de Donald Trump tuvo bastante más importancia las contradicciones del sistema y la propia Hillary Clinton, con todo lo que ella representa, que su propio mensaje. Y en ese sentido, su victoria es más una derrota de un mundo regido por el capitalismo y el liberalismo salvaje.

Esta disyuntiva ya la hemos vivido. Esto es un dejà vu. Hace un siglo el capitalismo salvaje, con unas características muy parecidas al actual, derivó en las extremas ideas que nos condenaron a las dos mayores catástrofes acaecidas hasta la fecha.

Ahora, ya sabemos que solo la regeneración nos salvará del apocalipsis: un mundo más justo, políticas más sociales, mayor calidad democrática, regeneración política, separación de poderes, disminución de las desigualdades, mejoras educativas y culturales o redistribución del capital a nivel global serán claves para detener e invertir un proceso que ya ha comenzado. Nuestro futuro está en juego.

Artículo tomado de: RT Actualidad
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