Una ciudad, harta de salir en los periódicos como una de las
localidades con mayor número de accidentes de tráfico, decide buscar una
solución urgente. Para ello convoca un concurso en el que se
seleccionan cuatro proyectos. El que parece más prometedor consiste en
la colocación de cámaras de tráfico disuasorias. La metodología es
simple. Se realiza una estadística para identificar los puntos en los
que el número de accidentes durante el pasado trimestre fue muy superior
a la media. Se detectan unos 50 puntos. Unos metros por delante de esos
“puntos negros”, se colocan cámaras bien visibles. La pretensión es que
la amenaza de la multa disuada a los conductores de apretar el
acelerador. El primer trimestre de prueba arroja un resultado excelente:
se ha reducido la siniestralidad en todos y cada uno de esos puntos,
siendo la reducción de un 36%. El alcalde da el visto bueno al proyecto,
se firma el contrato y se amplía el presupuesto, ya que la efectividad
se ha visto corroborada por los datos.
Todo realmente muy lógico y razonable ¿verdad? ¿O se está incurriendo
en una falacia? Podéis releer y repensar el párrafo de arriba antes de
seguir. Pues bien, en el párrafo anterior hay una falacia.
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