Una de las ideas más arraigadas en la cultura popular, sobre todo a
raíz del estreno de películas, es que la forma más adecuada de
reconducir la ira o el enfado es a través de una catarsis en forma de golpes, patadas o un ejercicio físico considerable.
De ese modo, agotándonos, sudando, y poniendo en marcha todos nuestros
músculos, parece que nos desahogamos, que la ira disminuye, que la paz
llega a nosotros. Si estás enfadado, busca un punching ball, en definitiva.
Otra variable a esta catarsis es gritar con todas nuestras fuerzas,
gritar hasta que los planetas cambien de órbita. O dejándonos atrapar
por el arte: quizá escribiendo toda nuestra frustración. Pero ¿hasta qué punto esta idea tiene algún sustento científico?
La verdad es que la grioterapia o la destructoterapia tienen más de mito que de ciencia. De hecho, más bien es al contrario. Diversos estudios llevados a cabo desde 1959 sugieren que dar rienda suelta a la ira, uno acaba sintiéndose peor, como éste. El más célebre sociólogo que se ha pronunciado al respecto de ello se realizó es Albert Bandura, conocido por el experimento del muñeco Bobo, que sugería como la agresión es aprendida por la imitación.
Según Bandura, expresar la ira puede reforzar sin quererlo tendencias agresivas. Incluso si simplemente salimos a correr porque estamos enojados con algo y necesitamos sacarlo fuera. Incluso si uno cree que realmente se siente mejor después. Lo cual puede ser cierto a corto plazo, pero ello no resuelve el problema, y a largo plazo no reduce la agresividad.
Lo cierto es que estos temas son difíciles de desentrañar y la
literatura científica al respecto acostumbra a ser contradictoria,
porque a menudo no se controlan todas las variables. Pero en lo tocante a
airear la ira, en general, los psicólogos tienden a cierto consenso en su falta de utilidad. Parece más útil tratar de relajarse, contar hasta diez, enfrentarse a los problemas con temple.
Fuente:
Xakata Ciencia