Un nuevo instrumento óptico empezó a recorrer los círculos eruditos europeos a comienzos del siglo XVII. Pronto lograría que la relación de nuestra especie con los astros cambiara para siempre. El telescopio, emblema de la revolución científica de la Edad Moderna, acercó los cielos a la mirada de los sabios, separó al hombre del centro del universo y destruyó para siempre el mito de que los cuerpos del firmamento son entes perfectos.
Todos podían comprobar con sus propios ojos las irregularidades geográficas del satélite terrestre, aunque aún se confundían con mares, océanos y volcanes. La Luna resultó no ser muy distinta a nuestro planeta, así que los imperios y naciones que luchaban por ampliar sus dominios en la Tierra encontraron un nuevo lugar en el firmamento sobre el que poder extender su influencia. Aún no era posible llegar hasta allí y clavar una bandera en el suelo, pero existían otras formas más sutiles de conquista.
La cartografía estaba en pleno auge desde el descubrimiento de América, ya que se había demostrado una herramienta imprescindible para visitar, colonizar y reclamar nuevos territorios. Por primera vez en la historia, la humanidad podía crear mapas de la Luna, haciéndola así un poco más suya. La primera persona que estudió y dibujó la Luna con un telescopio fue el inglés Thomas Harriot, nacido en 1560 en el condado de Oxford.
Harriot. |Trinity College
Harriot cursó estudios superiores de cartografía y, con 25 años, se enroló con el pirata, explorador y poeta Walter Raleigh en una expedición a América. La reina Isabel quería evitar enfrentamientos con el Imperio español y había dado órdenes a Raleigh de que solo conquistara tierras que no estuvieran cristianizadas. Con el fin de curarse en salud y no enfadar a la monarca, los mapas que presentaba el conquistador inglés estaban repletos de tribus indígenas, algunas de ellas inexistentes, como los acéfalos y las amazonas.
El viaje de 1585 a Virginia, tierra que Raleigh llamó así en honor a la reina Isabel (conocida como reina virgen), no logró colonizar para Inglaterra este lugar, pero causó una profunda impresión en Harriot. El cartógrafo acompañó también a Raleigh en su misión a Irlanda para aplacar una rebelión contra los ingleses y publicó un libro llamado 'Un breve y genuino informe sobre la nueva tierra hallada en Virginia'. En él defendía, entre otras cosas, las bondades de la planta del tabaco, una sustancia que lo acabaría matando por medio de un cáncer de nariz.
Tras vivir varias aventuras y desventuras, e incluso pasar una temporada en prisión, Harriot se vio con los medios económicos necesarios para concentrarse en la ciencia y sus intereses se movieron hacia el creciente campo de la óptica, materia sobre la que llegaría a cartearse con el mismísimo Johannes Kepler, uno de los astrónomos más importantes de todos los tiempos.
Harriot adquirió uno de los primeros telescopios que circulaban por el continente y lo usó para dibujar el satélite de la Tierra en el verano de 1609. Sus esbozos de la superficie lunar eran muy rudimentarios, pero le permitieron bautizar algunos accidentes lunares, para los que usó términos familiares, como Britannia (el actual Mare Crisium).
El nuevo instrumento de observación no dejaba lugar a dudas de que aquello no era un mundo sobrenatural, ni el lugar donde habitan los espíritus, pese a todo lo que se había debatido sobre el tema en los siglos anteriores. Sir William Lowell, un amigo de Harriot a quien este envió un telescopio, exclamó al ver la Luna: "Se parece a una tarta que hizo mi cocinero la semana pasada". La expresión se hizo célebre porque es menos inocente de lo que parece: con ella se daba por cerrado un debate milenario en torno a la naturaleza física de los orbes celestes. Lo que no está tan claro es qué le ocurrió al denostado cocinero
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