Somos una consecuencia de la evolución. Mejor o peor. Si realmente fuéramos perfectos y fabricados bajo los planes de un Creador (como afirman algunos) seríamos una auténtica chapuza. Sí, funcionamos; pero hay chapuzas que funcionan (unas más que otras, claro). Nada mejor para ilustrarnos que unos párrafos del genetista François Jacob y la conclusión de Eric Kandel, Premio Nobel de Medicina de 2000. Nos hablan sobre cómo ha actuado la evolución moldeando nuestros cuerpos y de nuestras mentes.
François Jacob dice:
A menudo se ha comparado el funcionamiento de la selección natural con el trabajo de un ingeniero. Sin embargo, esa comparación no es feliz. En primer lugar, […] el ingeniero trabaja conforme a un plan previo. En segundo lugar, el ingeniero que idea una estructura nueva no recurre necesariamente a otras anteriores. La bombilla eléctrica no proviene de la vela ni el motor de reacción es un descendiente del de combustión. […] Por último, los objetos totalmente nuevos que produce el ingeniero, al menos el buen ingeniero, alcanzan el nivel de perfección que permite la tecnología de su época.
A diferencia del ingeniero, la evolución no produce innovaciones a partir de cero. Trabaja con lo que ya existe, ya sea transformando un sistema para que cumpla una función nueva o combinando varios sistemas para generar otro más complejo. Si de todos modos uno deseara usar una comparación, habría que decir que ese proceso no se parece a la ingeniería sino al bricolaje. Mientras que el trabajo de ingeniería exige los materiales y las herramientas que corresponden exactamente al proyecto, el bricolaje recurre a trastos viejos. […]
Para construir un objeto viable, el bricoleur usa lo que encuentra al alcance de la mano: cartones viejos, trozos de cuerda, de madera o de metal. Elige un objeto que por casualidad guardó en el taller y le da una función imprevista. Con una vieja rueda de automóvil hará un ventilador, con una mesa rota, una sombrilla.
Y Kandel concluye:
En los organismos vivos, las capacidades nuevas se generan modificando levemente moléculas ya existentes y ajustando su interacción con otras moléculas también existentes. Durante mucho tiempo se creyó que los procesos mentales de los seres humanos eran únicos, y por ese motivo algunos de los primeros investigadores del cerebro esperaban hallar muchas clases nuevas de proteínas en lo más recóndito de la materia gris.En cambio, hemos descubierto muy pocas proteínas específicas del cerebro humano y ningún sistema de señales exclusivamente suyo. Casi todas las proteínas cerebrales tienen parientes que cumplen funciones similares en otras células del cuerpo. Incluso las proteínas que se emplean en procesos específicamente cerebrales, como las que actúan como receptores de los neurotransmisores, no son exclusivas del cerebro.Todo lo viviente está compuesto por los mismos elementos, incluso el sustrato de nuestros pensamientos y de nuestros recuerdos.
Eric Kandel, En busca de la memoria.
Fuente:
Historias de la Ciencia