La diferencia entre legalidad y legitimidad ha sido una cuestión
fundamental de la teoría política y el derecho, desde los inicios del
pensamiento humano. La ley es un conjunto de normas de conductas cuyo
incumplimiento está sancionado por castigos. Tanto si la ley es una
norma escrita como si es fruto de una tradición oral, se entiende que
legalidad es todo aquello que ocurre dentro del marco legal dado como
válido por el conjunto del cuerpo social. Un acto es legal cuando no
incumple una norma; de este modo, cruzar el semáforo en verde, tirar la
basura según la hora estipulada por la normativa municipal o no robar al
vecino, son comportamientos legales en tanto que no incumplen ninguna
ley.
Como vemos, es sencillo explicar lo que es legal, mucho más
complejo es saber lo que es la legitimidad. En ocasiones entendemos que
ciertos comportamientos son legales pero ilegítimos; por ejemplo, puede
ser que criticar a los vecinos no sea un delito y, por tanto, no es un
acto “ilegal”; sin embargo, entendemos que no es un acto legítimo hablar
mal de alguien a sus espaldas. Vemos que la moral no está contenida por
lo legal sino que más bien parece lo contrario; además, la cosa se
complica cuando descubrimos que, en ocasiones, lo legal se opone a lo
que sentimos como legítimo.
Cuando observamos las persecuciones
que ha sufrido el pueblo judío en Europa durante los últimos siglos,
comprendemos que actos que hoy nos parecen monstruosos eran
perfectamente legales en determinadas épocas. Denunciar a tu vecino
judío no solo era legal en la Alemania nazi o en la España de 1492 sino
que no denunciarlo podía ser entendido como un delito. ¿Era legítimo que
alguien se opusiese a esa ley y ayudase a los judíos víctimas de la
persecución? ¿Condenaríamos su conducta? Creo que la mayoría de los
lectores estarán de acuerdo en admitir que un hombre que violase esas
leyes no actuaría ilegítimamente aunque sí ilegalmente. Estos conflictos
no solo se originan cuando echamos la vista atrás o comparamos nuestros
sistemas de leyes con los de otras culturas. Hoy en día ese conflicto
entre legalidad y legitimidad está más vivo que nunca y continuamente el
debate se reabre; por ejemplo, hace poco Dana Bakdounis se fotografió sin velo y subió su foto a una red social ¿acaso no tiene derecho una chica a negarse a llevar el velo aún cuando en su país la ley establece que debe llevarlo?
Dirimir cuales son los derechos individuales inalienables y que no
pueden negárseles a ningún hombre independientemente de la sociedad en
la que viva y sus leyes, es una labor compleja debido a las culturas y
tradiciones humanas plurales que conviven en nuestro planeta. Sin
embargo, y a pesar de tal dificultad, también existen abusos que la
inmensa mayoría de la población mundial reconoce como tales por muy
legales que sean: el lento exterminio del pueblo palestino, las guerras
imperialistas, el hambre evitable...
La actual crisis económica
en Europa ha puesto cruelmente de manifiesto este conflicto entre la ley
y lo justo-legítimo. Cuando la ley condena al desahucio a una persona
por haber perdido su puesto de trabajo o recorta derechos laborales,
podemos dudar que tal ley sea legítima; mas, cuando los mismos que
sostienen esas leyes indultan a banqueros, políticos corruptos y a torturadores pero
no a las familias que se ven condenadas a la miseria, pocas dudas nos
deben caber sobre la legitimidad de tales leyes y gobernantes. Por lo
tanto, igual que un ciudadano alemán estaba moralmente autorizado a
desobedecer ciertas leyes bajo la opresión nazi, nosotros lo estamos hoy
para cuestionar nuestro grado de obediencia a unas leyes que se aplican conculcando derechos humanos básicos y haciendo uso de la violencia.
En definitiva, la cuestión teórica sobre la relación entre la legalidad
y la legitimidad tiene, adoptemos la postura que adoptemos,
consecuencias prácticas y políticas evidentes que no deben ser
desdeñadas en el análisis.
Fuente:
La sangre del león verde