Más de un
siglo después de su descubrimiento, hoy en día somos muy conscientes de los
peligros de la radiactividad. Pero a principios del siglo XX, apenas se
empezaban a conocer sus propiedades. Y siempre hay alguien que, en estas
situaciones, intenta aprovecharse de la ignorancia de los demás en beneficio
propio y en nombre de la ciencia. De otra manera no se podría explicar la
existencia de Revigator, un producto
que mejoraba la salud de todo aquel que lo tomara ¡gracias a su agua
radiactiva!
Pues sí, Revigator consistía en una vasija de cerámica con capacidad para dos galones –es decir, algo más de siete litros y medio- y que contaba con un dispensador al estilo de los barriles de vino. En su interior, la jarra tenía un baño de carnotita, un mineral de uranio que emitía radio como producto de desintegración del primero. (El uranio y el radio son ambos elementos radiactivos, con la pequeña diferencia que el radio es un millón de veces más potente que el uranio.) El “invento” –dicho con toda la ironía- fue patentado en 1912 por R. W. Thomas, y fabricado por Radium Ore Revigator Co., que vendió miles de ellos durante las décadas de 1920 y 1930. Y eso que no lo regalaban precisamente: cada unidad costaba 29,50$ de la época.
Las
instrucciones de uso eran bien sencillas. Cada noche, antes de acostarse, el
usuario debía rellenar la jarra y dejar que el uranio volviese radiactiva el
agua. Al día siguiente, y después de que hubiese reposado toda la noche, el mejunje ya
estaba listo para tomar. Así se explicaba en el lateral de la vasija: “Llene el tarro cada noche...Beba sin
límites cuando esté sediento y al levantarse o acostarse, una media de
seis o más vasos diarios.” Este tratamiento era capaz de curar una amplia
gama de enfermedades, desde artritis hasta senilidad, pasando por flatulencias.
Huelga decir
que todo esto no eran más que patrañas. Es cierto que hay una radiación
procedente de la naturaleza y que todos recibimos a diario: el potasio de las
rocas y el suelo, el radiocarbono del aire, el uranio y el torio naturales. El
radón, un gas radiactivo, se filtra a la superficie procedente de las entrañas
de la Tierra. Asimismo, recibimos una cantidad importante de radiación de
origen espacial, rayos cósmicos que provienen de la violenta explosión de estrellas lejanas
llamadas supernovas. Pero
una cosa son esas pequeñas dosis de radiación natural, que en principio
son inocuas, y otra muy distinta es beber agua enriquecida con radio.
Además,
modernos análisis de las jarras de Revigator han encontrado en ellas
trazas de otras sustancias tóxicas, como plomo y arsénico. El arsénico
puede
causar cáncer y el plomo puede provocar graves daños al sistema
nervioso,
urinario y reproductivo. Lo más probable es que una proporción
importante de
los usuarios de Revigator desarrollase a medio y largo plazo
enfermedades cancerígenas derivadas del uso de este
aparato.
Por desgracia, hubo
que esperar al caso de Eben Byers para que la sociedad abriese los ojos. Byers
era un famoso millonario del acero de los ferrocarriles, aficionado al
deporte y campeón de EEUU de golf
amateur. A finales de la década de 1920, empezó a beber agua radiactiva de un producto
llamado Radithor, unas ampollas individuales de agua previamente expuesta a una fuente de radio y torio. Entre
1928 y 1930 se bebió una media de más de dos botellas al día, lo que hizo un total de cerca
de 1.400 botellas. Los efectos no tardaron en aparecer, y apenas dos años más
tarde murió trágicamente, con evidentes signos de haber sufrido un envenenamiento por radio. Fue entonces
cuando la Asociación Médica Americana decidió tomar cartas en el asunto y
prohibió cualquier tipo de radiación salvo aquellas prescritas por un
facultativo. Eso no sólo incluía esta clase de bebidas, como Revigator o Radithor, sino a otros productos que habían proliferado con la fiebre radiactiva, como pasta de dientes, chocolate y hasta supositorios.
Todo
esto nos parece un disparate, pero ni siquiera en la actualidad, a
pesar de los evidentes avances científicos de las últimas
décadas, estamos libres de situaciones similares. En Internet sigue
habiendo demasiados “productos milagrosos”, basados en pseudociencias como la
homeopatía, que nos prometen aquello que no pueden cumplir, jugando con
nuestros deseos de mejorar nuestra salud y dejando de lado la ciencia.
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