En 1827, Ludwing va Beethoven murió por empinar
demasiado el codo. No es que muriera exactamente por su afición al vino
y, en consecuencia, por la toxicidad del alcohol, sino por el plomo.: el
vino de la época era endulzado con un derivado del plomo, el acetato
plúmbico. Es decir, que Beethoven murió por lo que se llama saturnismo o
plumbosis.
Además, la copa favorita de Beethoven también estaba confeccionada por una aleación con una alta cantidad de plomo.
Y también consumía regularmente pescado del Danubio, procedente de un
tramo de la corriente seriamente contaminado con este metal pesado.
En el año 2000, Bill Walsh analizó en el
Laboratorio Nacional de Argonne seis cabellos de 15 centímetros de
longitud de la célebre melena de Beethoven, así como un trozo de su
cráneo. En efecto, se demostró la presencia de niveles altos de plomo,
unas cien veces más que en una persona de la misma edad sin exposición a
plomo. Otros análisis, sin embargo, arrojan cifras tan bajas. Así que
el envenenamiento de Beethoven sigue siendo solo una hipótesis.
Esto no pasaría de ser una anécdota más sobre Beethoven, pero el
acetato de plomo ha sido empleado durante siglos como endulzante para la
cocina, de modo que muchos más han sido víctimas de su envenenamiento. El caso más sorprendente fue el del Imperio Romano, donde el número de nacimientos era bajo, estancándose alrededor de los 50 millones de habitantes durante siglos.
La razón de que muchos emperadores romanos sufrieran
problemas mentales o comportamientos desequilibrados también se atribuye
al envenenamiento por plomo. Ya Hipócrates, Séneca, Galeno,
Aureliano y otros notaron la asociación entre las comidas copiosas, el
vino con plomo y el desarrollo de la gota.
Actualmente, el plomo ha sido prohibido en la fabricación de
gasolinas, pinturas y otros productos, pero el envenenamiento por plomo
se sigue produciendo hoy en día. La mayor parte del plomo que entra en nuestros cuerpos se incorpora a nuestros huesos,
y una mujer que haya sufrido daños por envenenamiento por plomo siendo
una niña pequeña almacena la toxina en su cuerpo hasta que ella misma
queda embarazada. En ese instante, recurre a sus reservas óseas de
calcio y fósforo a fin de desarrollar el esqueleto del bebé, y al
hacerlo el plomo se libera en su torrente sanguíneo y se incorpora al
feto.
Aún estamos, pues, un poco como en el Imperio Romano.
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