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8 de septiembre de 2011

El sueño de Korolev (o el arma secreta que dio gloria a la URSS en el espacio)

Especial: Astronomía


La historia de Korolev siempre me ha fascinado, sobre todo su vertiente negativa, la mala suerte que tuvo y, más que nada, los pésimos efectos que tiene dejar en manos de políticos ineptos algunos proyectos de gran calado.

Para los rusos, nunca existió una verdadera “carrera” por la conquista de la Luna pues no admitieron participar en ella. Tras la desintegración del conglomerado soviético, los archivos secretos de la antigua URSS han mostrado lo contrario, la carrera existió sin ninguna duda.

Si el genio de la parte norteamericana ha recibido el premio de la fama mundial, su equivalente del “otro lado” ha quedado bastante oscurecido para la historia, siendo como fue su valía tan grande o mayor que la de Werner von Braun.

Gagarin y Korolev

Los éxitos soviéticos en el espacio abalaban la trayectoria de este ingeniero jefe, cuya identidad fue un secreto hasta su muerte como si su propia persona fuera un arma secreta. El primer satélite en el espacio, el primer astronauta en órbita…todo se lo debe la astronáutica al genio de Sergei Korolev. El reto del viaje a la Luna lo lanzó John F. Kennedy el 25 de mayo de 1961 ante el Congreso de los Estados Unidos: “Colocar a un Hombre sobre la Luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra antes del final de la década.” Se puso en marcha el programa Apolo, que llevaría definitivamente a los americanos por delante, al llegar el Apolo XI a la Luna.

Los rusos comenzaron, por su parte, la contraofensiva lunar, pero siempre en medio del más terrible de los secretos. Korolev ya había pensado en los viajes a la Luna, diseñando los rudimentos para conseguir ese objetivo. Ahora, tras el reto de Kennedy era el momento de lanzarse por delante de nuevo. Korolev tenía que superar los muchos problemas debidos al sistema gubernamental soviético, conflictos por el presupuesto, los técnicos y sus implicaciones políticas, la burocracia interminable, las presiones de los dirigentes del PCUS. Tras muchos años de luchas, rediseños y experimentos, el plan estaba listo para llevarse a cabo. El cohete impulsor, el N1, similar en concepción al americano Saturno V, estaba en fabricación, llegando la hora de elegir qué motores impulsarían al monstruo. Llegó aquí un contratiempo vital, pues el colaborador de Korolev, Valentin Glushko, constructor de los motores R7, no se puso de acuerdo con el ingeniero jefe y negó el acceso a sus instalaciones de investigación sobre propulsión a Korolev. El N1 todavía estaba en las mesas de dibujo cuando el Saturno V se encontraba ya en las pruebas finales, la necesidad de encontrar otro fabricante de motores retrasó mucho su desarrollo.

En este mar de envidias, Korolev llegó a un acuerdo con una fábrica que hasta entonces no había construido más que motores de aviación. Los primeros modelos generados por esta cooperación no eran lo suficientemente potentes, llegándose finalmente al diseño de un N1 impulsado por decenas de pequeños motores, en contraste con los cinco solitarios megapropulsores del Saturno V. El N1 no andaba por buen camino por culpa de varios accidentes, algunos mortales, en algunos lanzamientos y vuelos orbitales para la prueba de las cápsulas lunares, todo ello ocultado a la prensa durante décadas. El caos final para el proyecto lunar soviético llegó el día en el que el genio fundador de Korolev desapareció para siempre.

Tras su fallecimiento en 1966, las autoridades rusas decidieron, por fin, darle un homenaje público, se destapó de esta forma la oculta identidad del jefe espacial soviético, que el estamento de la URSS mantuvo en la oscuridad por miedo a que la CIA lo secuestrara. En substitución de Korolev, el Kremlin nombró al poco experimentado Mishin, lo que trajo el retraso de los planes lunares. Se hicieron planes alternativos a los de Korolev, reformas necesarias para afinar los detalles, pero el gobierno soviético no quería gastar mucho más de su maltrecho presupuesto en esta aventura y ordenó continuar con el plan original. Así, las siguientes pruebas también fracasaron.

En el experimento del Kosmos133 se descubrió que el escudo térmico había fallado, si hubiera estado tripulado todos sus ocupantes hubieran muerto. Por otra parte, las pruebas del mastodonte N1 confirmaron los temores iniciales, la falta de motores de gran potencia, inicialmente pedidos por Korolev, hicieron que todos los modelos de prueba explotaran en la rampa de lanzamiento o en la baja atmósfera. Paralelamente, el accidente de la prueba del Apolo 1 en Estados Unidos, con la muerte de sus tres ocupantes, daba un negro respiro a los rusos. Para aprovechar la brecha se ordenó el lanzamiento prematuro de la nave Soyuz1 desde Baikonur el 23 de abril de 1967, viajando en su interior el cosmonauta Komarov.

El final de esta misión fue igualmente trágico, con los paracaídas enredados en su estructura tras varias maniobras de reentrada abortadas y sin combustible, la cápsula Soyuz impactó sobre la Tierra a una velocidad terrible provocando la muerte inmediata de Komarov. Con el paso de los años se sucedieron los fracasos con las nuevas versiones del N1, tomando la ventaja los americanos. A pesar de esto, los rusos consiguieron muchos éxitos técnicos, como son las muchas sondas cislunares o los vehículos robóticos que aterrizaron sobre nuestro satélite natural y trajeron muestras de rocas de vuelta a la Tierra. Éxitos similares supusieron las estaciones orbitales Salyut, que la URSS tomó como paso inicial en un vuelo de larga duración a la Luna para mediados de la década de los años setenta, ahora que los americanos habían “conquistado” a nuestra vecina plateada.

Este viaje se contempló en un ambicioso plan que debería llevar a cosmonautas rusos a Marte en la década de los ochenta para dar un golpe de gracia al programa espacial norteamericano. Todas estas fantasías quedaron en nada cuando la dañada economía soviética paralizó los programas lunares, ahora que ya no se les veía ninguna ventaja propagandística política. En mayo de 1974 Mishin fue substituido y el programa N1 se substituyó por el exitoso cohete de carga Energiya, el mayor vehículo de lanzamiento de la actualidad.

La URSS continuó diciendo que nunca había participado en ninguna carrera. Para borrar todas las huellas del fracaso lunar, las autoridades ordenaron el desguace de todo lo que quedara en pie de los gigantescos N1. Secciones de lanzamiento se pueden observar aún en varios campos rusos sirviendo como granjas de porcino, aparcamientos para automóviles o alojamientos para colonos. Las rampas de lanzamiento fueron reconvertidas para ser utilizadas por los Energiya y el transbordador Buran. Las Soyuz lunares se utilizaron como vehículos auxiliares de la mítica estación espacial Mir. Algunas de las decenas de motores que quedan del N1 están en venta en la actualidad, y varios diseños de Korolev han influido en el modelo final del sistema de regreso de emergencia de la ISS. Las conspiraciones políticas en el interior de la Unión Soviética para imponer este o aquel plan lunar, sumados a un presupuesto económico y humano inferior al americano, además de la descoordinación, llevaron a la ruina final el sueño de Korolev.

En la fotografía: Gagarin con Korolev.



Tomado de:

Tecnología Obsoleta
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