En experimentos con 160 sujetos, los científicos comprobaron que somos más propensos a bostezar en invierno, en comparación con el verano, cuando la temperatura ambiente es igual o superior a la temperatura corporal. "Cerca de la mitad de las personas en las sesiones de invierno bostezó, en comparación con menos de un cuarto de los participantes en verano", explica Gallup, que ha llegado a la conclusión de que las altas temperaturas externas no proporcionan ningún alivio para el cerebro recalentado, mientras que cuando hace más frío un bostezo sirve para que entre aire fresco y descienda la temperatura de nuestra cabeza.
“Nuestro estudio da soporte a la hipótesis termorreguladora del bostezo, que propone que abrimos la boca cuando la temperatura del cerebro aumenta, y que la consecuencia fisiológica es que nuestras neuronas se enfrían”, explica Gallup, que ha dado a conocer su trabajo en la revista Frontiers in Evolutionary Neuroscience. Al bostezar, el estiramiento de la mandíbula aumenta el flujo de sangre al cerebro, y la inhalación de aire más frío que el organismo permite el intercambio de calor con el entorno. “Es una ventana térmica”, añade el investigador, que advierte que bostezar cuando hace mucho calor en el exterior podría ser contraproducente.

Muy Interesante