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7 de abril de 2011

50 soluciones a la paradoja de Fermi (31ª solución): El universo está aquí, pero solamente para nosotros


El argumento de Hart en la anterior solución a la paradoja de Fermi descansa en la existencia de un número de dificultades en el camino hacia el desarrollo de una civilización tecnológicamente avanzada: aparición de vida, evolución de animales multicelulares, desarrollo de lenguaje simbólico, etcétera. Los detalles precisos de estas dificultades no son relevantes en este momento. El argumento tan sólo requiere que se den un número de pasos críticos, aunque sean improbables, en al camino hacia la inteligencia.

Veamos. Por un lado, la vida del Sol será de unos 10.000 millones de años y el período durante el que podrá sostener planetas capaces de albergar vida puede ser bastante menor. Algunos astrónomos piensan que la Tierra únicamente soportará vida durante quizá otros 2.000 millones de años, pero no más. Por otro lado, la especie humana apareció sobre la faz del planeta cuando el Sol ya tenía unos 4.500 millones de años. Hay, pues, un factor 2 entre el tiempo de vida del Sol y el tiempo necesario para la aparición de vida inteligente (incluso se cree que podría ser aún menor, de hasta 1,3). Este hecho parece bastante sorprendente ya que, en principio, los factores que determinan cada uno de ambos acontecimientos no parecen muy relacionados. La vida del Sol viene establecida por una combinación de factores gravitacionales y nucleares, mientras que la aparición de vida tiene que ver con una combinación de factores químicos, biológicos y evolutivos.

Vivimos en un universo donde las escalas temporales abarcan un rango muy amplio: muchos procesos subatómicos ocurren en lapsos de tiempo tan breves como 10-10 segundos, mientras que un gran número de procesos astronómicos son tan largos como 1015 segundos. La probabilidad de que dos escalas de tiempo completamente independientes tengan casi el mismo valor es remota. ¿Cómo explicarla, entonces, sin acudir a la coincidencia, a la casualidad?

Consideremos el conjunto de todos los universos posibles (si es que existen). En algunos sucederán cosas improbables; en cambio, en otros la serie de dificultades conducentes a la vida inteligente tendrá lugar. Y es precisamente en estos universos donde aparecerá esa especie inteligente para observarlos. En otras palabras, podemos ignorar los posibles universos en los que nosotros no existimos ya que, por definición, ellos tampoco existen para nosotros. Ahora bien, podemos preguntar: de todos los universos que existen para nosotros, ¿en cuáles tenemos mayores probabilidades de emerger, dado que sólo lo podemos hacer en algún instante de los 10.000 millones de años que vivirá nuestro Sol?

Un cálculo sencillo demuestra que si se necesitasen, por ejemplo, 12 pasos, 12 dificultades de las aludidas al principio para la aparición de vida inteligente, entonces el instante más probable para nuestra aparición sería una vez transcurrido el 94% de la vida del Sol. De hecho, nuestras observaciones parecen compatibles con este resultado. Para un Sol de 10.000 millones de años, la humanidad emergió al cabo de un 50% del período de vida solar. En cambio, si el Sol solamente pudiese sobrevivir durante otros mil millones de años, la raza humana habría surgido una vez transcurrido el 83% de la vida total de nuestra estrella madre, un valor muy cercano al estimado.

Finalmente, se llega al punto clave. Simplemente porque hemos seleccionado universos en los que existimos no podemos inferir necesariamente que otras especies inteligentes existen. Nosotros tenemos que estar aquí porque nos observamos a nosotros mismos aquí, pero la existencia de alienígenas debe enfrentarse a las probabilidades y éstas no son demasiado buenas. Si se dan una docena de dificultades en el camino hacia el desarrollo de la vida inteligente, entonces solamente hay una posibilidad entre mil billones de hallar otra especie inteligente en el universo, sin importar en qué dirección observemos.

El argumento anterior para la no existencia de CETs fue presentado originalmente por Brandon Carter en 1974. Obviamente, presenta un cierto tufillo a razonamiento de tipo antrópico. Y uno puede estar de acuerdo o no con las diferentes versiones del principio antrópico...


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