Esa costumbre tan celtíbera (yoga hispánico, lo llamaba el premio nobel Camilo José Cela) que es la siesta podría estar escrita en nuestros genes.
Desde que amanece hasta el mediodía, la temperatura de nuestro cuerpo aumenta. Desde las 12 hasta las 3 de la tarde, sin embargo, el organismo experimenta una pequeña caída de su temperatura acompañada de cierta somnolencia.
Se ha especulado con que estas respuestas se deben a la necesidad de enfriar el cerebro, que (como el resto del cuerpo) ha ido acumulando calor a lo largo de toda la mañana. El cerebro por ello se vuelve poco eficiente y ha desarrollado mecanismos para recuperar su funcionalidad para el resto del día, tales como la propia inducción al sueño y el cese de actividad, pues ello contribuye a un descenso de la producción de calor por el organismo y, consecuentemente, a un descenso de su temperatura. Precisamente hoy se piensa que una de las funciones del sueño pueda ser la de enfriar el cerebro, sobrecargado por el trabajo al que se le somete durante el día.
Para Justin Blau, del Laboratorio de Genética de la Universidad de Rockefeller , en Nueva York, lo único que está claro es que hay una predisposición natural en el ritmo circadiano humano para dormir a media tarde, “pero eso no quiere decir que se tenga que dormir”. Según esta especialista, la siesta tiene sentido biológico, especialmente en climas cálidos, en los que los animales gastarían muchas energías tratando de estar frescos mientras están activos durante la mayor parte del día.
Para el doctor Emilio Rodríguez Sáez, de la Unidad de Sueño del Servicio de Neurofisiología Clínica del Hospital General de Vigo, la siesta es natural y necesaria y recomendable para todos, salvo en contadas excepciones.
Un estudio realizado sobre los efectos de la siesta en los países industrializados desveló que para el 92,5% de los trabajadores, una cabezadita después de comer aumentaba la productividad, la creatividad y la capacidad para resolver problemas. Es decir, no sólo trabajan más sino mejor.
Eso sí, adictos a las siestas, tened cuidado: para que este sueño sea verdaderamente reparador, la siesta debe limitarse a 10 o 15 minutos. Es decir, el tiempo medio que dura el sueño superficial antes de entrar en el sueño más profundo o sueño REM.
Y es precisamente este primer tipo de sueño (el superficial) el que parece más eficiente y capaz de cubrir las necesidades de pérdida de calor por el organismo. El otro tipo de sueño más profundo, aquel que se conoce como sueño paradójico o sueño REM, produce una profunda relajación de todos los músculos del cuerpo y una desconexión del mundo que nos rodea, lo que conlleva al despertar una larga recuperación de la realidad de circundante y al tono muscular.
En Estados Unidos, científicos como el doctor William A. Anthony, director del Centro de Rehabilitación Psiquiátrica de la Universidad de Boston (EEUU), abogan por que la siesta se convierta en una práctica habitual. Pretende que las empresas se tomen en serio la siesta y se incorporen salas de descanso donde los trabajadores puedan reponer energías.
De momento, ya ha conseguido que haya un Día Nacional de la Siesta en el Trabajo que se celebró, por primera vez, el pasado 3 de abril, en EEUU.
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