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15 de marzo de 2010

El Yeti se desvanece

Lunes, 15 de marzo de 2010

El Yeti se desvanece

Las criaturas que llenan los tratados de criptozoología son ecológicamente imposibles

La posibilidad de que aún queden por descubrir especies animales de gran tamaño es remota


El lago Ness, maravilla natural del norte de Escocia, es una reserva de agua dulce que mide unos 30 kilómetros de largo y unos 3 en su zona más ancha. Es muy grande, sí, pero insuficiente como para que en sus profundidades pueda vivir un ser de dimensiones jurásicas.

Varios científicos ya han hecho los cálculos, según explica Eduardo Angulo, escritor y profesor de Biología de la Universidad del País Vasco. El lago es tan estrecho y profundo, con simas de hasta 300 metros, que la luz escasea y apenas se genera fitoplancton. Como no abundan las algas verdes microscópicas, tampoco hay demasiado zooplancton. Y el resultado final es que todos los peces juntos pesan a lo sumo unas 20 toneladas. En definitiva, a Nessie y su prole les falta comida como para convertirse en seres creíbles. «Una población viable debería estar formada por al menos 30 individuos, entre machos y hembras, aunque para que gozara de buena salud serían necesarios unos 500 individuos».

No hace falta analizar fotos borrosas y testimonios dudosos para refutar la existencia de las misteriosas criaturas que pueblan los tratados de criptozoología. Basta con divertirse un poco y aplicar la lógica científica. «Son seres ecológicamente imposibles», resume Angulo, autor de Criaturas, un ameno libro que intenta ofrecer una visión científica de Nessie, Yeti, Big Foot y otros populares críptidos, es decir, seres que nunca existieron. Angulo y su colega Jesús María Olaizola, Txiliku, editor, escritor y especialista en mitos populares, estuvieron en Barcelona la semana pasada para pronunciar sendas conferencias en CosmoCaixa.

Del pobre Yeti hace tiempo que no se tienen noticias. También se le habrá acabado la comida: un simio de más de dos metros necesitaría una despensa de frutos que no existe ni en Tibet, ni en Nepal ni en ninguna de las otras regiones que también lo reclaman como suyo. «Los occidentales lo hemos sacado del bosque, que es donde vivía según la tradición, y lo hemos colocado en la nieve», prosigue Angulo.

Los criptozoólogos insisten en que los mitos han surgido porque existe una base real. Por ejemplo, el yeti podría ser un Gigantopithecus, un primate asiático de tamaño gigantesco que, según las evidencias científicas, se extinguió hace unos 300.000 años. Algún ejemplar podría haber sobrevivido hasta tiempos modernos. De hecho, dicen, todavía quedan celacantos, unos peces prehistóricos que se daban por extringuidos y que, sin embargo, reaparecieron a partir de 1938.

«No hay ninguna prueba del yeti –responde Angulo–. Ni huesos ni pelos ni nada. Solo avistamientos confusos y huellas atribuibles a la acción humana». El origen de los críptidos es la propia naturaleza. Surgen cuando intentamos explicar lo que no entendemos, «como un movimiento o una sombra en el bosque cuyo origen no conocemos». Es natural, pero nos asusta. Como recuerda Txiliku, hay leyendas de hombres del bosque en incontables culturas: «En el País Vasco tenemos los Tartalos, que son una especie de cíclopes». La tradición los ha creado para evitar que los niños se vayan lejos y se pierdan, resume el escritor.

No hay espacio para ellos

Es prácticamente imposible que un animal de tamaño respetable haya sobrevivido hasta nuestros días en algún paraje remoto sin ser descubierto. Pájaros o roedores, sí, pero «es una quimera pensar que hay un King Kong dando vueltas por ahí», insiste Angulo. Sin embargo, ni las fotos por satélite han logrado acabar con la legión de seguidores que arrastra la criptozoología. Algunos de sus seguidores son incluso eminencias. «Es curioso, pero hay personas razonables que enloquecen por completo. Recuerdo a un catedrático de Antropología en EEUU que vendía por internet los moldes de las pisadas del Big Foot», dice el profesor.

«Por suerte, a nosotros no nos llega gente que dice haber visto un Tartalo», concluye Txiliku. La verdad los decepcionaría.

Tomado de:

El Periódico

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