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29 de octubre de 2013

De Walter White a Heisenberg: ¿qué parte del cerebro determina nuestra moral?

Quien haya visto la serie Breaking Bad, no podrá entender la radical transformación que sufre Walter White. ¿Qué ocurre en su cerebro para que no sepa guiarse por un comportamiento moral? 

Cuando el filósofo prusiano Immanuel Kant publicó su obra "Grundlegung zur Metaphysik der Sitten", nadie podría imaginar que más de doscientos años después, se buscara en el interior del cerebro los fundamentos que rigen nuestra moral.

Las ideas con las que Kant escribió su tratado más importante del terreno de la moral son seguidas hoy en día por algunas corrientes filosóficas, aunque la obra date de 1785. Publicada justo cuatro años después de otro libro magistral ("Crítica de la razón pura"), el trabajo de Kant se basa en entender que la moral no ha de basarse en una ley natural o en el principio de utilidad.

Más bien al contrario, es el razonamiento humano el único pilar sobre el que debe asentarse la moral. Casi 250 años después de la publicación de aquella obra, los neurocientíficos de hoy en día se afanan en comprender cuáles son los circuitos neuronales que regulan la moral.

Y es que parece que la ciencia y la filosofía unen sus fuerzas para entender las bases neurobiológicas de los fundamentos morales.

Una iniciativa sin duda difícil, que supone un reto para investigadores y filósofos, dada la complejidad que presenta el cerebro. ¿Cuáles son los trucos y secretos que emplea este órgano para determinar qué es la moral?

Breaking Bad, el cerebro y la moral

La aclamadísima serie Breaking Bad es, sin lugar a dudas, el ejemplo perfecto para discutir qué es moral y qué no. Y es que el cambio que sufre Walter White para transformarse en Heisenberg puede ser discutido en las primeras temporadas: ¿actúa sin ningún escrúpulo o en realidad todo su comportamiento busca proteger a su familia?

Estas dos preguntas son realmente interesantes si tratamos de entender cómo funciona la moral. Volviendo a la perspectiva kantiana, si aceptamos que los fundamentos morales se edifican sobre el razonamiento humano, solo podemos achacar al cerebro de Walter White su cambio de comportamiento: desde un profesor insulso de química al célebre productor de metanfetamina.

¿Se da un cambio en sus conexiones neuronales que permita entender su transformación radical? Podemos incluso ir más allá, formulando una pregunta que sin duda generaría debate: ¿puede un comportamiento incorrecto entenderse como moral si detrás existen unas razones fundamentadas para ello?
Quizás los estudios más célebres sobre las bases neurocientíficas de la moral sean los que llevó a cabo Kohlberg desde 1963 a 1984. Su principal hipótesis fue que las discusiones morales eran fruto de complejos procesamientos cognitivos, que podrían incluso existir en ausencia de cualquier tipo de emoción.

En otras palabras, no nos regimos por criterios morales en función de sentimientos o emociones. La neurociencia, dos siglos después, da la razón a Kant: es el razonamiento humano el que dirige nuestra moral. A pesar de ello, no podemos obviar que las emociones jueguen un importante papel en los debates sobre qué es y qué no moral.

Así lo confirmaron estudios posteriores realizados en primates e investigaciones sobre psicología evolutiva. La moral no se basa en las emociones, pero sin embargo, se ayuda de ellas para ser determinada. Podríamos, por tanto, hablar de dos subtipos morales, los más racionales y explícitos (más cercanos a la idea kantiana) y los más emocionales e intuitivos.

¿Qué partes del cerebro regulan la moral?

La neurociencia ha identificado a lo largo de los últimos años diversas regiones implicadas en nuestro conocimiento y actuación en base a unas guías morales. En particular, el trabajo dirigido por David Gallardo-Pujol, y publicado en Frontiers in Integrative Neuroscience, resume buena parte del conocimiento de la neurobiología en este terreno.
A día de hoy, sabemos que la corteza prefrontal ventromedial y orbital dirigen buena parte de las decisiones morales guiadas por las emociones. Su actividad, sin embargo, se encuentra regulada por la corteza prefrontal dorsolateral, que actúa para equilibrar el funcionamiento de estas redes neuronales.

Se trata, en cierta manera, de procesos que compiten entre sí. Una fina balanza a nivel nervioso que determina buena parte de nuestro comportamiento, igual que cuando Heisenberg deja morir a la novia de Jesse. No muestra ningún tipo de emoción al respecto, y no es capaz de que su cerebro regule su comportamiento claramente inmoral.

Entender cómo nuestra cabeza determina la moral es aceptar que, en buena medida, vivimos dependiendo de las creencias y emociones de otros. Si fuéramos seres completamente aislados del resto de los humanos, no tendríamos por qué tener un comportamiento moral. Y es que la empatía, regulada por la actividad de la corteza insular, es fundamental para vivir de acuerdo a una determinada moral.

Por último, como vemos, la extraordinaria complejidad cerebral para determinar la moral, se ve complementada por la actividad de las estructuras parietales y temporales del encéfalo, que nos ayudan a procesar las intenciones y creencias del otro.

Es aquí donde entendemos claramente el comportamiento de Heisenberg. No actúa por criterios morales porque, sencillamente, no puede. El personaje en el que se transforma Walter White no vive atendiendo al resto de personas que le rodean (su familia o el propio Jesse). Actúa así por sí mismo, porque disfruta en el negocio de la droga.

Y ese comportamiento, aislado del resto de emociones, intenciones y creencias de las personas que le rodean, revela su vida totalmente alejada de la moral. El cerebro de Heisenberg solo trabaja para él mismo.

Fuente:

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11 de septiembre de 2008

¿Qué es el Gran Colisionador de Hadrones (LHC)? - 1

¿Qué es el Gran Colisionador de Hadrones (LHC)? - 1

Saludos. Esta noticia, sin duda una gran noticia para la ciencia, está circulando por todo el planeta. Se intenta recrear el big bang, afirman los responsables del experimento, también se refieren al LHC como la máquina de Dios, y algunas mentes plantean que ese experimento será el fin del mundo... ¡vaya experimento!, pero, Conocer Ciencia tiene una gran objeción: No existió nunca un Big Bang.




¿Cómo? Desde que Lavoisiser fundamentara el Principio de la Conservación de la Masa: La materia No puede crearse Ni destruirse. Por lo tanto es absurdo que se siga afirmando que existió un Big Bang al comienzo del tiempo, en Universo no pudo haber sido creadp ni podrá ser destruido. Claro podrán darse muchas reacciones químicas pero estas reacciones sólo pueden transformar la materia de una forma a otra.

Entonces no hubo nunca un inicio o un punto de partida, la materia no tiene un inicio por que la materia no puede crearse. Estas teorías, que plantean un inicio del Universo, son un pretexto para colocar a un Dios o a un Diseñador Inteligente que, supuestamente, pencendió la mecha que generó el Big Bang. Y, mucho ojo, este artículo no es un bla, bla, bla más que encontrará en otros blogs, estamos ante un problema fundamental de la filosofía: Comprender el Universo.

Un poco de Historia


La Historia empieza en Grecia

El concepto de "creación del universo" es algo que ignoraban los astrónomos de hace un siglo. La razón de ello era la aceptación generalizada de la idea de que el universo existió siempre. Los científicos de entonces, al examinarlo, suponían que se trataba de un conglomerado de materia e imaginaban que nunca tuvo un comienzo. Para ellos, nunca existió el momento de la "creación", es decir, un momento en que el universo y todas las cosas pasaron a existir.

Esta idea de la "existencia eterna" se acomoda a los conceptos europeos que surgieron de la filosofía materialista presentada en la Grecia antigua y que sostiene que la materia es lo único que existió, existe y existirá siempre en el universo. Heráclito decía: Este mundo, ningún dios, ningún hombre [ningún Big Bang, añadimos en Conocer Ciencia] lo ha creado, sino que fue siempre, es y será un fuego eternamente viviente, que se incendia y se extingue según ciertas leyes. Después, sin embargo, llegó Platón, el idealismo filosófico y las religiones monoteístas y todo se complicó. Empezamos a perder la cabeza buscando el cómo y el cuándo de la creación del Universo y aún no nos hemos aclarado. Y no nos hemos aclarado porque, sencillamente, estamos buscando un mito.

La filosofía materialista griega sobrevivió durante la época de los romanos, aunque el materialismo declinó al final del imperio y de la Edad Media como resultado de la influencia de la Iglesia Católica y la filosofía cristiana. Pero después del Renacimiento el materialismo empezó a ganar amplia aceptación entre los eruditos y científicos europeos, debido en gran medida a la devoción de los mismos a la filosofía de la Grecia antigua.

Fue Emmanuel Kant quien, durante el Iluminismo europeo, reafirmó y defendió el materialismo. Kant declaró que el universo existió siempre y que ese era el único criterio posible, independientemente de los cuestionamientos que surjan. Los seguidores de Kant continuaron defendiendo la idea de un universo infinito así como el materialismo.

A comienzos del siglo XIX se aceptaba ampliamente que el universo no tuvo un inicio, es decir, que no fue creado. Y dichos conceptos pasaron al siglo XX a través de las obras del materialismo dialéctico, como las de Federico Engels y Carlos Marx.

Georges Politzer, quien abrazó y defendió esa idea en los libros que publicó a principios del siglo XX, fue un ardiente paladín tanto del marxismo como del materialismo. Confiando en la validez del modelo de "universo infinito", se opuso a la idea de la creación en el libro "Principios Fundamentales de Filosofía":

"El universo no se trata de un objeto creado. De ser así, habría sido creado de manera instantánea por Dios, quien le hubiera dado existencia de la nada. Admitir la creación significa admitir, en primer lugar, que hubo un momento en que el universo no existía y que salió de la nada. Eso es algo que la ciencia no puede consentir".

Hubble entra en escena...

El descubrimiento de Hubble de que el universo se estaba expandiendo condujo a la aparición de otro modelo. Si el universo se estaba agrandando en tanto el tiempo avanzaba, el ir para atrás en el tiempo significaría que se achicaba. Y si se iba suficientemente para atrás, todas las cosas se contraerían y convergirían en un solo punto. La conclusión que se derivaba de este modelo era que, en algún momento, toda la materia del universo estuvo compactada en un solo punto-masa con "volumen cero" debido a su enorme fuerza de gravedad. Nuestro universo pasó a existir como resultado de la explosión de este punto de masa superconcentrada que tenía volumen cero. Esa explosión pasó a ser llamada "el Big Bang".

En 1948, George Gamow llevó desacreditados cálculos de George Lemaitre (sacerdote y científico católico, considerado el padre del Big Bang) varios pasos más adelante y se presentó con una nueva idea respecto al Big Bang. Cuando Lemaître le expuso su teoría del origen del Universo a Einstein, éste le comentó: Eso recuerda demasiado al Génesis, ¡se nota que que es usted sacerdote! . La teoría sentó mal a Einstein,

Gasmow afirmaba que si el universo se formó por medio de una explosión repentina, tremenda, debería haber quedado una definida cantidad de radiación de la misma. Esa radiación debería ser detectable y, por otra parte, ser uniforme en toda la extensión del universo. En 1965 dos investigadores llamados Arno Penzias y Robert Wilson, se toparon con una forma de radiación inadvertida hasta ese momento. Llamada "radiación cósmica de fondo", era improbable que proviniese de algún punto en particular del universo porque era extraordinariamente uniforme. No estaba localizada ni tenía una fuente definida. Por el contrario, se distribuía de manera pareja por todos lados. Rápidamente se supuso que esa radiación era la proveniente del Big Bang, que sigue presente aún desde el primer momento de la gran explosión. Gamow había determinado muy exactamente la frecuencia de la radiación prevista por los científicos. Penzias y Wilson recibieron el Premio Nobel por su descubrimiento.

En 1989, George Smoot y su equipo de la NASA enviaron un satélite al espacio, llamado COBE (Explorador Cósmico Ambiental). En sólo ocho minutos los sensibles instrumentos de abordo detectaron y confirmaron los niveles de radiación informados por Penzias y Wilson. La mayoría de los científicos creyeron haber captado exitosamente los remanentes del Big Bang.

Stephen Hawking

El físico Stephen Hawking, en su famoso libro Historia del Tiempo,dice que el Big Bang no significa necesariamente la existencia de la nada. Hawking propuso en vez de "la inexistencia del tiempo" antes del Big Bang, el concepto de "tiempo imaginario". La esperanza de Hawking era ignorar la realidad de la "inexistencia" del tiempo antes del Big Bang por medio de ese tiempo "imaginario". Hawking admite que prefiere modelos de universo alternativos al Big Bang, porque éste "sugiere la creación divina".

Si leemos "Historia del Tiempo" detenidamente, encontramos la historia del Big Bang, que para Hawking es también la historia del tiempo), pero en los últimos capítulos Hawking se enreda con sus propiso argumentos y termina afirmando que "probablemente el Universo siempre fue así y siempre seguirá siendo así".


¿Y en qué sentido existe misticismo, idealismo, metafísica y prejuicio religioso en la teoría del Big Bang?

El big Bang es una teoría mística

No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que esta teoría es una nueva versión, remozada, adaptada a los tiempos actuales, en que la gente no es tan crédula e ingenua como en épocas anteriores, de la creación divina del mundo en siete días (o en seis). La relación existente entre la teoría del Big Bang y la del Creacionismo es bastante evidente. En la medida en que se habla de un principio del universo se puede hablar también de una creación. Se deja una puerta abierta a esta opción. Y, así, todos contentos: los astrofísicos, la Iglesia y Dios Nuestro Señor. No es casual, por otro lado, que uno de los padres de la teoría delBig Bang fuera precisamente un súbdito de la Iglesia: el sacerdote belga George Lemaître.



La teoría del Big Bang dice que el Universo se creó a partir de una singularidad, muy pequeña, cargada con una cantidad enorme de materia y energía. Esta singularidad explotó en un momento determinado y en esa explosión se creó nuestro Universo, el cual, desde entonces, ha ido expandiéndose (teoría inflacionaria) hasta alcanzar sus dimensiones actuales.

Los astrofísicos partidarios de esta teoría se permiten el lujo, incluso, de situar el momento de esa supuesta gran explosión, es decir, de establecer la edad del Universo; tendría, según ellos, alrededor de 13700 millones de años. Otros científicos son aún más osados y pronostican también que el Cosmos tendrá un final, que sufrirá una muerte térmica, teoría que, por otro lado, es, en cierta manera, una prolongación de la teoría inflacionaria.

La teoría del Big Bang contiene infinidad de deficiencias. En primer lugar, desde un punto de vista lógico o filosófico (y no hay que restarles valor a la lógica y a la filosofía, sobre todo teniendo en cuenta que, en lo que se refiere al Cosmos, muy pocas veces podemos movernos en el terreno estrictamente científico), resulta inconcebible que existiera un principio o nacimiento del Universo. El Universo, si no queremos incurrir en contradicciones insolubles, sólo puede ser concebido como eterno en el tiempo; siempre estuvo ahí y siempre estará; ni tuvo un principio ni tendrá un final. Galaxias, planetas, astros de todo tipo nacerán y morirán constantemente, pero el Universo como tal permanecerá, en eterno movimiento y transformación.

El Universo tampoco es estático e inmóvil

Y, por cierto, para no dar lugar a equívocos, Conocer Ciencia también reniega del Universo estacionario de Gold y Hoyle, siempre y en todo momento idéntico a sí mismo. Esta teoría del Universo estacionario, que plantea un Cosmos inmóvil, invariable e inerte, es tan metafísica y tan arbitraria como la teoría del Big Bang. La disyuntiva entre Universo estacionario y Universo inflacionario es falsa. Existe una tercera opción. Este artículo defiende la idea de un Universo, como se apunta más arriba, en eterno movimiento y transformación; ni estático ni inmóvil.



El elemento primigenio del que supuestamente surgió el Universo, según los defensores de esta teoría, se encontraba, por decirlo así, fuera del espacio y del tiempo, en una dimensión desconocida, en medio de la nada absoluta; y se encontraba fuera del espacio y del tiempo porque él mismo contenía no sólo toda la materia y energía del universo, sino también todo el espacio y el tiempo. Es decir, que el espacio y el tiempo se encontraban en su interior pero no en su exterior.

Aquí se pone de manifiesto toda la fantasía de nuestros místicos astrofísicos o su incomprensión de los conceptos de tiempo, espacio y materia.

En primer lugar, la materia no puede existir fuera del espacio y del tiempo. Tampoco puede contener en su interior el espacio y el tiempo. Y no lo puede hacer porque el espacio y el tiempo son intangibles. No son como canicas que puedan meterse en una bolsa.

El tiempo y el espacio no son propiamente materiales, sino que más bien representan un proceso. Representan el proceso, el desenvolvimiento de la materia.

La materia, el tiempo y el espacio o se dan simultáneamente o no se dan. El tiempo y el espacio son el modo de existencia de la materia. Simplificando, el tiempo representa el orden en el cual se producen los cambios, la transformación de la materia; el espacio es la forma en que se extiende, se organiza, se distribuye y se estructura la materia. El tiempo y el espacio se encuentran dentro y fuera de la materia. Estos tres elementos se interpenetran, se interrelacionan, conforman una unidad; y esa unidad es la realidad que nos rodea.

¿Una singularidad?

Además, ¿cómo esa singularidad podía contener tanta materia como existe en el Universo?

La teoría de la Gran Explosión es incapaz de explicarse esto. Para salir del callejón sin salida en el que se encuentra, sus promotores utilizan todo tipo de subterfugios, a cada cual menos científico. En los años 20 del siglo pasado, el matemático soviético Alexander Friedmann (y cuesta comprender cómo un representante de la ciencia soviética se metió en este teológico charco del Big Bang ), planteó que la singularidad que dio origen al Universo tenía una densidad infinita, es decir, que dentro de su volumen cabía una masa de materia infinita, lo que no se sostiene por ningún lado.

No existe la densidad infinita. Un cuerpo no puede tener la densidad que se quiera; un volumen dado no puede contener una masa de materia cualquiera y mucho menos infinita. La densidad infinita es indemostrable científicamente. Creer en esta densidad infinita nos llevaría a decir las mayores idioteces. Y ahí tenemos, de hecho, lo que dicen algunos defensores delBig Bang , quienes llegan a plantear que la partícula de la que supuestamente surgió el Universo era más pequeña que un protón, lo que nos sitúa en el terreno de la ciencia ficción o, aún peor: en el terreno del delirio.

La densidad infinita, además, nos lleva al idealismo filosófico. En tanto se considera que cualquier cantidad de materia, incluso una cantidad infinita, puede caber en cualquier volumen, se convierte a la materia en nada, se la hace desaparecer; la materia es despojada de la masa, carece de ella, deviene en algo metafísico, en un espíritu, en un ente inaprensible; y, por este camino, nos alejamos de la ciencia, nos perdemos en la pura especulación y acabamos por perder el norte.

¿Es el Universo finito?

En la teoría del Big Bang también se encuentra implícita la afirmación de que el Universo tiene límites espaciales; es decir, que es finito en su extensión. Esto se desprende de su tesis de que el Universo está en expansión. Únicamente un universo finito puede expandirse. Si lo entendemos como infinito, no cabe ninguna expansión, pues, por ser infinito, ocupa la totalidad del espacio existente y, por lo tanto, no puede crecer en ningún sentido.

La creencia en un Universo finito carece de toda lógica. ¿De qué modo se dan sus límites? ¿Si hiciéramos un viaje espacial en línea recta constante y recorriéramos unos cuantos millones o billones de años luz llegaría un momento en que nos toparíamos con alguna especie de muro impenetrable que marcaría el límite del Universo? ¿Y al otro lado de ese límite no habría nada? Y volvemos a preguntar, ¿qué es esa dichosa nada absoluta, aparte de una abstracción y una idiotez teológica? La nada absoluta, un borde del mundo insuperable es sencillamente inconcebible; no podemos sino concebir un desenvolvimiento ilimitado de la materia y, por tanto, del Cosmos.

El Universo sólo puede ser entendido como infinito. No le caben límites. La cosmología y la astrofísica avanzarán en sus investigaciones y siempre encontrarán un más allá. El Universo es un conjunto de infinitas galaxias, de infinitos astros, de infinita materia y de infinitas formas de organización de la materia.

Además, lo finito presupone lo infinito, lo incluye. Algo es finito respecto a algo mayor, a algo que le supera. Un límite, una frontera es el final de una cosa, pero también el principio de otra. En ningún lugar se encuentra un final absoluto, un corte total, una discontinuidad insuperable. Lo infinito, de hecho, es un conjunto de entidades finitas, la sucesión interminable e inagotable, en el tiempo y en el espacio, de esas entidades finitas. No existe separación entre lo finito y lo infinito, y no puede existir. Decimos que lo finito presupone, incluye lo infinito; y al revés: lo infinito presupone, incluye lo finito. Lo infinito es la negación de lo finito. Lo finito es la negación de lo infinito. Pero, al mismo tiempo, lo uno es la afirmación de lo otro de forma recíproca.

En cuanto a su expansión, los datos indican que, efectivamente, la parte del Cosmos que conocemos está sufriendo ese proceso. Pero no hay que confundir un fenómeno parcial con un fenómeno universal; no hay que confundir el árbol con el bosque. Mientras que el Universo conocido puede estar en expansión, otras partes pueden estar contrayéndose; en él se dan todo tipo de fenómenos; es una realidad dinámica, cambiante, contradictoria. No se puede simplificar tal como pretenden algunos seudocientíficos.

Sería conveniente que muchos de los científicos que se dedican a la investigación de nuestro Universo abandonaran de una vez para siempre toda mística y toda metafísica y fueran un poco másmaterialistas y dialécticos en su método. No perderían su valioso tiempo en inventarle coartadas a los mitos creacionistas ni en intentar encajar la enorme complejidad del Universo dentro de prejuiciosos, apriorísticos y limitados esquemas.

El Universo hay que comprenderlo en su devenir, en su movimiento, en su infinitud y en su eternidad; hay que comprenderlo en su realidad viva y no a través de las deformadas lentes del prejuicio religioso.

Fin de la Primera Parte

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