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29 de abril de 2010

Especies que viven en los libros

Jueves, 29 de abril de 2010

Especies que viven en los libros

La diversidad biológica ha sido en muchas ocasiones la musa de novelistas y poetas. Especies como el cachalote blanco (Physeter macrocephalus) y el calamar gigante (Architeuthis dux) inspiraron a Melville y a Verne temibles criaturas marinas que fueron lanzadas al estrellato en sus novelas. Y mientras a Cortázar le obsesionaban los extraños axolotl con aspecto azteca, Borges sentía auténtica debilidad por los tigres

Tigres y cucarachas del universo literario de Borges y Kafka  campan a sus anchas por la exposición de la Bienal Borges-Kafka que se  celebra en Buenos Aires.EFE

Tigres y cucarachas del universo literario de Borges y Kafka campan a sus anchas por la exposición de la Bienal Borges-Kafka que se celebra en Buenos Aires.EFE

Mapa del viaje del Pequod, del libro ¿Moby Dick¿, una ilustración  de Everett Henry..

Mapa del viaje del Pequod, del libro ¿Moby Dick¿, una ilustración de Everett Henry..

El calamar gigante (Architeuthis dux) aparece en ¿Veinte mil  leguas de viaje submarino¿..EFE

El calamar gigante (Architeuthis dux) aparece en ¿Veinte mil leguas de viaje submarino¿..EFE

Mariposa adelfa, especie que Nabokov cita en 'Aureliana'.ASHAWN  HANRAHAN, TEXAS A&M UNIVERSITY INSECT COLLECTION. CREATIVE COMMONS

Mariposa adelfa, especie que Nabokov cita en 'Aureliana'.ASHAWN HANRAHAN, TEXAS A&M UNIVERSITY INSECT COLLECTION. CREATIVE COMMONS

Los axolotl (Amystoma mexicanum) cautivaron a Cortázar..ESTEBAN  ACQUAVIVA

Los axolotl (Amystoma mexicanum) cautivaron a Cortázar..ESTEBAN ACQUAVIVA

Moby Dick, la temible ‘ballena blanca’ que protagoniza la obra cumbre de Herman Melville, es en realidad un cachalote blanco (Physeter macrocephalus). Comparándolo con la ballena franca (Eubalaena australis), Melville desarrolla en su libro todo un tratado sobre su fisiología y anatomía. “En la cabeza del cachalote existe una cierta simetría matemática que falta en la de la franca. La cabeza del cachalote tiene más carácter”, apunta. “Así como, en su aspecto general, se puede comparar la magnífica cabeza del cachalote a un carro de guerra romano (sobre todo mirándolo de frente, por donde aparece casi redondeada), la de la ballena franca tiene a primera vista el aspecto poco distinguido de un gigantesco zapato de punta roma”. Habla de sus orejas “menores que las de una liebre” y de sus ojos sin pestañas, en posición lateral. Incluso de su posición cuando nada con “la parte delantera de la cabeza en posición casi absolutamente vertical respecto del agua”.

Acerca de otro mastodonte marino, el calamar gigante (Architeuthis dux), escribió hace más de un siglo el francés Julio Verne en ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ (1870). Probablemente, Verne había leído la obra ‘Histoire Naturelle Générale et Particulière des Mollusques’, una descripción enciclopédica de moluscos de Pierre Dénys de Montfort donde se hablaba del “pulpo Kraken”, descrito por los marineros noruegos y balleneros. “Aristóteles comprobó las dimensiones de un calamar que medía tres metros diez. Nuestros pescadores ven con frecuencia piezas de una longitud superior a un metro ochenta. Los museos de Trieste y de Montpellier conservan esqueletos de pulpos que miden dos metros”, explicaba Verne en boca del profesor Pierre Aronnax, que, unos párrafos más adelante describía al ‘Kraken’ como “un calamar de colosales dimensiones, de ocho metros de largo”. “Tenía unos enormes ojos fijos de tonos glaucos. Sus ocho brazos, o por mejor decir sus ocho pies, implantados en la cabeza, lo que les ha valido a estos animales el nombre de cefalópodos, tenían una longitud doble que la del cuerpo y se retorcían como la cabellera de las furias. Se veían claramente las doscientas cincuenta ventosas dispuestas sobre la faz interna de los tentáculos bajo forma de cápsulas semiesféricas (…). La boca del monstruo -un pico córneo como el de un loro- se abría y cerraba verticalmente”, añadía.

BIEN DOCUMENTADO
Verne es un autor que ofrece buenos ejemplos de divulgación de la biodiversidad. Sobre todo porque antes de empezar a escribir sus novelas dedicó toda una década a devorar libros de ciencia y enciclopedias en la Biblioteca Nacional de París, además de acudir asiduamente al Círculo de la Prensa Científica para escuchar los relatos de geógrafos, naturalistas y exploradores. Después trasladó todo el conocimiento adquirido a sus libros, convencido de que “merecía la pena que la gente conociera la empresa en la que estaba embarcada la humanidad”, según sus propias palabras. En ‘La esfinge de los hielos’, por ejemplo, habló de osos polares y de la biodiversidad del archipiélago Kerguelen, donde “un solo árbol vegeta, una especie de berza de un gusto agrio”. Y por supuesto no se olvidó de los ‘pájaros bobos’, probablemente aludiendo a los pingüinos de penacho anaranjado (Eudyptes chrysolophus), “vestidos de amarillo y blanco, la cabeza hacia atrás y con sus alas que parecen las mangas de un traje, estos estúpidos volátiles parecen desde lejos una fila de monjes en procesión a lo largo de las playas”.

ENTOMOLOGÍA NOVELADA
Una de las fuentes científicas de Verne fue el naturalista Jean Victor Audouin, creador de la Sociedad Entomológica de Francia, quien tal vez inspiró al personaje del primo Benedicto que aparece en ‘Un capitán de quince años’, de quien Verne escribía: “Era muy trabajador y su única pasión la constituía la historia natural, aunque solo se interesaba por el estudio de los insectos (...). Esta era la ocupación del primo Benedicto, a la que dedicaba sin excepción todas las horas, incluso las dedicadas al descanso, pues invariablemente soñaba con esta clase de animalejos”.

Entomólogo de profesión era también Paul Pilgram, el protagonista de ‘Aureliana’, uno de los relatos más conocidos del novelista ruso Vladimir Nabokov. “Era un entomólogo de primera clase -relata el autor-. El doctor Rebel, de Viena, había denominado a una cierta polilla, de una variedad muy rara, Agrotis Pilgrami; y el propio Pilgram había publicado descripciones de varios ejemplares”. En esta obra cita a una especie española, Daphnis nerii, conocida como “la mariposa Adelfa, que iba de flor en flor con un zumbido insistente y acababa deteniéndose en la corola”. No es casual que Nabokov hablara de mariposas. Antes de empezar su brillante carrera como escritor estudió Zoología y se especializó en taxonomía de lepidópteros (mariposas y polillas). En la década de 1940 estuvo a cargo de la colección de mariposas de la Universidad de Harvard. Incluso existe un género, Nabokovia, nombrado en su honor. “No puedo separar el placer estético de ver una mariposa y el placer científico de saber qué es”, solía afirmar. Haciendo gala de sus conocimientos taxonómicos, Nabokov llegó a desarrollar una teoría sobre el insecto en que se convertía el protagonista de ‘La Metamorfosis’ de Kafka. “Los comentaristas dicen que es una cucaracha; pero esto, desde luego, no tiene sentido. La cucaracha es un insecto plano de grandes patas, y Gregorio es de todo menos plano (…) tiene un tremendo vientre convexo, dividido en dos segmentos, con una espalda dura y abombada que sugiere unos élitros. En los escarabajos, esos élitros ocultan unas finas alitas que pueden desplegarse y transportar al escarabajo millas y millas en torpe vuelo. Aunque parezca extraño, el escarabajo Gregorio no llega a descubrir que tiene alas bajo el caparazón de su espalda”.

DEBILIDADES FAUNÍSTICAS
Si la debilidad de Nabokov eran las mariposas, al argentino Julio Cortázar, que siempre se interesó por la naturaleza animal, le impactaron los axolotl (Ambystoma mexicanum), unos anfibios que Alexander von Humboldt se llevó de México (su lugar de origen) a París para que el naturalista Georges Couvier los estudiara. Tras tropezar con ellos en un acuario, Cortázar los inmortalizó en un relato. “Soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl –escribe-. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa. En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias”.

A su paisano Jorge Luis Borges, sin embargo, le obsesionaban los tigres (Panthera tigris). “Siempre me atrajo el tigre. Sé que me demoraba, de niño, ante cierta jaula del zoológico; nada me importaban las otras. Juzgaba a las enciclopedias y a los libros de historia natural por los grabados de los tigres”, confesaba. A este felino dedicó poemas y prosa:

“El tigre fatal, la aciaga joya
que, bajo el sol o la diversa luna,
va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
su rutina de amor, de ocio y de muerte”.

Tomado de:

El Heraldo (España)

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