Jueves, 10 de junio de 2010
Todo (o casi) sobre el Antrax
En castellano, el ántrax es una infección cutánea de poca gravedad causada por un estafilococo y se suele curar con higiene, compresas calientes y algún antibiótico. Cuando hablan por ahí de anthrax no se refieren a estas molestias menores, claro, sino a algo muchísimo peor: lo que en nuestro idioma se ha llamado siempre carbunco. El carbunco está provocado por una bacteria totalmente distinta, el bacillus anthracis, y su fama temible se debe a razones sencillas: es muy infeccioso, es muy letal y constituye una excelente arma biológica.
Bacillus anthracis
El carbunco (o ántrax maligno) es un viejo conocido de la humanidad. Se trata, fundamentalmente, de una enfermedad del ganado y otros mamíferos y aves, incluyendo a los seres humanos. Anthrax significa carbón, en griego (ανθραξ, y de ahí viene también la palabra antracita). Carbunco, que en castellano antiguo era carbunclo o carbúnculo (y en catalán, por ejemplo, carboncle) se deriva del latín carbunculus, que significa asímismo carboncillo. En francés se dice directamente charbon; o sea, carbón. Y en ruso karbunkyl o úlcera siberiana, por ser allí muy común ya mucho antes de que nos pusiéramos a hacer perrerías con él.
El motivo de estos nombres tan carboníferos –ya mencionados así en la Ilíada de Homero, las Geórgicas de Virgilio y en los textos del protomédico Hipócrates– no es otro que su síntoma más característico en su variante cutánea: unas úlceras o pústulas negruzcas en la piel. Sin embargo, no siempre aparecen, pues dependiendo de la vía de infección el carbunco se presenta en tres variedades (o una combinación de las tres): respiratorio, gastrointestinal y cutáneo. Históricamente, la variante cutánea mataba al 20% de los enfermos, la gastrointestinal al 60% y la respiratoria al 95%. Con los tratamientos propios del siglo XXI y diagnosticándolo en fase temprana, estas cifras han caído a prácticamente el 0% (cutánea), el 25% (gastrointestinal) y el 45% (respiratoria). Tales datos convierten al carbunco pulmonar en una de las enfermedades más mortíferas que existen.
El motivo de tanta mortalidad es que el microorganismo que lo provoca, el bacillus anthracis, está envuelto en una cápsula capaz de inhibir la acción de los fagocitos mientras produce una compleja toxina compuesta por tres elementos diferentes. Estos elementos actúan sinérgicamente de varias maneras distintas para producir edemas o la destrucción celular. En el caso respiratorio no sólo es que los pulmones van resultando rápidamente destruidos con edema torácico masivo, sino que además el bacilo y su toxina se esparcen por todo el cuerpo de manera muy virulenta a través de los alveolos y el torrente sanguíneo, aniquilando los tejidos por donde pasa. El carbunco pulmonar tiene un periodo de incubación entre uno y seis días, pero tan pronto como se declara, rara vez tarda más de 72 horas en matar al paciente y normalmente menos de 48.
El bacillus anthracis es una bacteria gram-positiva con forma de palo o rectángulo alargado que suele tener de tres a seis milésimas de milímetro a lo largo y entre una y 1,2 a lo ancho. Es la única bacteria conocida que puede generar esa cápsula o cubierta proteínica que la protege de los fagocitos, y también la única causante de enfermedades capaz de transportar su propio factor de virulencia EF que provoca el edema característico. Se desarrolla tanto en condiciones aeróbicas como anaeróbicas y carece de movilidad propia. El carbunco es un patógeno sometido al nivel de bioseguridad 3 (excepto las muestras diagnósticas y el instrumental clínico, para los que resulta suficiente el 2). La variante pulmonar cursa con fiebre, cansancio y síntomas parecidos a los del resfriado común o la gripe. Tras una breve mejoría, aparecen abruptamente problemas respiratorios severos, neumonía, shock y complicaciones multiorgánicas generalizadas que conducen a la muerte con rapidez.
Este bacillus anthracis tiene otra propiedad: es capaz de formar unas esporas ovaladas que duran largo tiempo fijadas al suelo y la vegetación (incluyendo los pastos). Cuando está protegido por esta espora, el bacilo resulta extremadamente resistente al calor, al frío, a la falta de agua, a la luz ultravioleta, a la radiación gamma y a la mayor parte de los desinfectantes y otros tratamientos químicos, lo que le permite sobrevivir largo tiempo al aire libre. Estas esporas se desarrollan en cuanto la bacteria detecta que el ambiente le es hostil –por ejemplo, a partir de la muerte del huésped o cuando abandona su cuerpo por cualquier otra razón– y resultan muy difíciles de erradicar: pueden perdurar décadas e incluso siglos. Así, el territorio entero –y no sólo los seres vivos– se transforma en un reservorio del bacilo. Debido a esta característica, el carbunco ha sido endémico a lo largo de la historia en diversas regiones como África Occidental, el Caribe, el Oriente Próximo, el Territorio Noroeste de Canadá, el Sur de Siberia, Texas Occidental, partes de Europa Central, Grecia, Turquía, la ex-Yugoslavia y... España. Sí, España: a nuestros tatarabuelos, el carbunco se los comía con patatas. Está especialmente presente en la Meseta Central y actualmente se dan unos cincuenta casos al año (hace veinte años eran cien aproximadamente).
El carbunco pasa a los humanos sobre todo mediante la interacción con el ganado; más raramente, mediante la interacción con otros mamíferos como los perros. En general, la inmensa mayoría de casos de carbunco humano están relacionados con la ganadería y los productos ganaderos; en España, ovejas y cabras fundamentalmente. El mortífero carbunco pulmonar ha sido históricamente una enfermedad profesional de las personas que trabajan con pieles y pelos animales (como el cuero y la lana). Eso que queda tan guay de beber leche directamente de la ubre en plan Heidi es la manera más natural de contraer un estupendo carbunco cutáneo o gastrointestinal; y así caían los niños como chinches antes de que llegara la pasteurización (por Louis Pasteur, claro). Los veterinarios, ganaderos y sus familias han sido siempre la población de mayor riesgo.
El tratamiento contra el carbunco está basado en antibióticos capaces de matar al bacillus anthracis. Entre tales antibióticos se encuentra la doxicilina y otras tetraciclinas, la penicilina, la ciprofloxacina y la levofloxacina (en niños). Los pacientes graves, además, pueden recibir corticosteroides por vía intravenosa. La eficacia del tratamiento es significativamente mayor cuanto más pronto se detecta la enfermedad. Usando estos tratamientos, la medicina moderna es capaz de salvar a más de la mitad de las personas infectadas. No obstante, su letalidad sigue siendo pavorosamente alta y –al igual que ocurre con todos los microorganismos– el bacillus anthracis va evolucionando constantemente y aumentando su resistencia a los antibióticos.
Existen vacunas contra el carbunco desde los tiempos de Pasteur, pero su uso en humanos presenta relevantes efectos secundarios y su administración es compleja y no exenta de riesgos. En Estados Unidos, el programa de inmunización militar con Biothrax AVA ha causado graves controversias, y en Israel también. Ningún servicio sanitario del mundo las considera todavía aptas para su uso generalista entre la población civil, y como consecuencia no se vende al público. Notoriamente, el Ejército Ruso restringe el uso de sus múltiples vacunas contra el carbunco a "adultos sanos" en grave riesgo de quedar expuestos a cepas virulentas del bacilo. Es decir: soldados en un entorno de guerra biológica.
Arma biológica
Pues, en todos estos casos, estamos hablando del carbunco natural. Pero resulta que todas estas propiedades tan curiosas del bacillus anthracis y muy particularmente del carbunco pulmonar –elevada tasa de mortalidad, acción relativamente rápida, grandes posibilidades de supervivencia y persistencia del bacilo fuera de un huésped, tendencia a permanecer en el mismo lugar sin extenderse incontroladamente, daño simultáneo a seres humanos y a la cabaña ganadera, resistencia térmica, hídrica y a desinfectantes y radiaciones, difícil vacunación– han hecho que se transformara en un candidato idóneo a arma biológica. Su flexibilidad y adaptabilidad a técnicas de selección evolutiva inducidas artificialmente y de ingeniería genética terminaron de convertirlo en el chico más popular del curso de medicina oscura durante muchísimos años.
Esta especie nuestra ha usado armas biológicas desde muy antiguo. Ya algunos textos hititas datados milenio y medio antes de nuestra era hablan de enviar enfermos de peste a territorio enemigo como estrategia militar. El uso de agentes infecciosos en puntas de flechas y lanzas –heces, sangre humana, venenos– era una práctica generalizada, así como la contaminación de las fuentes de agua del enemigo mediante técnicas que se encuentran a caballo entre la guerra química y la guerra biológica. Arrojarles animales venenosos vivos como serpientes o escorpiones, o cadáveres en descomposición, parece haber sido bastante común también. Durante la Edad Media, se usaron catapultas frecuentemente para arrojar los cuerpos de víctimas de la peste negra y otras fuentes infecciosas al interior de las ciudades sitiadas. Durante la colonización de Norteamérica, existen numerosos indicios que apuntan al contagio deliberado de la viruela contra las poblaciones indias nativas –más allá de la propia difusión natural de la enfermedad– y es posible que también se utilizara el sarampión contra los aborígenes polinésicos.
El primer uso del carbunco como arma biológica se produjo en 1916, durante un episodio muy poco conocido de la Primera Guerra Mundial. Desde 1809, el Gran Ducado de Finlandia había formado parte del Imperio Ruso de los zares. La Alemania del Segundo Reich, tratando de debilitar al enemigo ruso por todos los medios, suministró a los independentistas finlandeses ampollas de bacillus anthracis para usarlas contra los establos de la caballería zarista. Al parecer Alemania usó armas biológicas en más ocasiones durante la Primera Guerra Mundial –una guerra conocida por el uso extensivo de armas químicas–. El resultado fue inconcluyente.
La primera investigación seria sobre el uso del carbunco como arma biológica fue obra del famoso e infame Escuadrón 731 del Ejército Japonés, en Manchuria. En su singular afán por acumular tantos crímenes de guerra y contra la humanidad como fuera posible, estos japoneses infectaron con diversas enfermedades a cientos de miles de civiles chinos, muchos de los cuales perecieron. Entre tales enfermedades se encontraban varias versiones del carbunco. Los dirigentes del Escuadrón 731 y sus organizaciones paralelas que cayeron en manos soviéticas tras la Segunda Guerra Mundial fueron juzgados y condenados; pero las condenas fueron relativamente suaves, se dice que a cambio de los resultados de estos experimentos. Los que cayeron en manos norteamericanas pactaron directamente su libertad a cambio de estos mismos resultados y ni siquiera llegaron a pisar un tribunal (de manera notoria, el Dr. Shiro Ishii, máximo responsable de semejantes atrocidades).
La cepa Vollum-14578 y Gruinard Island, Escocia, 1942.
Y es que la investigación sobre armas biológicas modernas ya llevaba su recorrido tanto en Occidente como en la URSS; por supuesto, siempre bajo la excusa formal de la investigación defensiva. Al parecer, los británicos fueron los primeros en obtener una cepa especialmente virulenta y proclive a ser usada como arma biológica de manera específica: la llamada cepa Vollum-14578, por el bacteriólogo Roy Lars Vollum de la Universidad de Oxford, quien la aisló en 1935 a partir de una vaca de Oxfordshire. Tras su victoria en la Batalla de Inglaterra, el Reino Unido comenzaba a intensificar su campaña de bombardeos estratégicos contra la Alemania Nazi y consideraron la posibilidad de incorporar a la misma el uso de armas biológicas. Bajo órdenes de Churchill –un gran aficionado al uso de gas venenoso y otras armas de destrucción masiva–, los científicos de Porton Down dirigidos por Sir Paul Fildes comenzaron a estudiar en profundidad la forma de contaminar Alemania con algún patógeno capaz de matar a grandes cantidades de población o al menos ganado, para rendirlos por hambre. Naturalmente, la cepa Vollum-14578 ocupó de inmediato el primer puesto de la lista.
El equipo de Sir Paul Fildes desarrolló dos programas paralelos. El primero fue la Operación Vegetarian, así, con coñita, que consistió en preparar cinco millones de pasteles de lino –por lo visto, le gusta mucho a las vacas– contaminados con carbunco para lanzarlos sobre las regiones ganaderas de Alemania; como indica el nombre, la idea era matar masivamente al ganado para dejar a los alemanes sin carne (o, complementariamente, que la enfermedad pasara a la población rural causando gran mortandad y forzando la evacuación de las zonas ganaderas). El segundo consistió en el desarrollo de una llamada "bomba N" (término que mucho después se reutilizaría para la bomba de neutrones, pero no tiene nada que ver). Esta bomba N era un concepto más sofisticado sobre la misma idea: una especie de bomba de racimo con submuniciones de carbunco, para su uso tanto en las regiones rurales como alrededor de las ciudades, de donde procedía buena parte de los suministros alimentarios consumidos por la población urbana.
Los cinco millones de pasteles de lino eran fáciles de preparar y se almacenaron en el propio Porton Down listos para su uso. Estas bombas-N, en cambio, necesitaban algunas pruebas para comprobar su funcionamiento y efectividad. Y se eligió la Isla de Gruinard, un islote deshabitado a apenas 1.100 metros de la costa escocesa que expropiaron a sus dueños. El equipo de investigadores de Porton Down dirigido por Fildes se estableció allí en 1942 para hacer numerosas pruebas de dispersión de esporas de carbunco contra el ganado (ovejas y vacas) y se sugiere que también contra típicas mascotas tanto rurales como urbanas (perros y gatos). Al parecer, el resultado de los estudios fue espectacular y Sir Paul Fildes y su equipo concluyeron que el carbunco no sólo podía usarse para destruir la ganadería enemiga, sino que era capaz de dejar inhabitables sus ciudades "durante décadas".
El equipo de guerra biológica de Porton Down grabó filmó sus actividades en la Isla de Gruinard. Este video, secreto hasta 1997, muestra algunas de las mismas.
En noviembre de 1942, Fildes y un colega viajaron a Washington D.C. para solicitar a los Estados Unidos que iniciaran la fabricación de grandes cantidades de esporas de carbunco ("agente N") y también toxina botulínica ("agente X"). Los norteamericanos accedieron y en 1943 se fundaba el Laboratorio de Guerra Biológica del Ejército de los Estados Unidos en un aeródromo militar decomisionado que pasó a llamarse Camp Detrick y luego Fort Detrick. Su director científico fue el bacteriólogo Ira L. Baldwin y el investigador jefe, George W. Merck, presidente de la multinacional farmacéutica Merck. Que, curiosamente, era en su origen una empresa alemana.
Sin embargo, el Presidente Franklin D. Roosevelt no estaba tan dispuesto como Churchill (y algunos de sus propios generales, como Marshall) a iniciar una guerra biológica contra Alemania. Roosevelt insistía en que los aliados debían respetar el Protocolo de Ginebra de 1925. Por otra parte, durante 1943 quedó demostrado que la combinación de grandes cantidades de bombas explosivas e incendiarias sobre las ciudades e industrias alemanas resultaba suficientemente devastador, por lo que estas "bombas N" no serían necesarias. Los constantes bombardeos sobre Colonia, la destrucción de Hamburgo en el verano de 1943 y los grandes avances soviéticos a partir de agosto de este mismo mismo año convencieron a muchos de que el recurso a esas armas inciertas y temibles no estaba justificado. Además, el Proyecto Manhattan para la construcción de la bomba atómica iba a buen ritmo y al mismo tiempo se temía que Alemania respondiera con la misma moneda al Reino Unido si se veía atacada con armamento biológico.
Debido todos estos motivos, la Operación Vegetarian fue quedando relegada. Churchill aún quiso reactivarla en marzo de 1944, y pidió a los Estados Unidos que fabricaran 500.000 bombas de carbunco; éstas empezaron a construirse en Canadá. El éxito del desembarco de Normandía y la evidencia de que pronto serían los aliados quienes estarían administrando una Alemania derrotada terminó de desactivar el proyecto.
Los cinco millones de pasteles de pasto infectado con carbunco fueron incinerados en Porton Down a finales de 1945. Sin embargo, todos los intentos de descontaminar la isla de Gruinard, donde el carbunco se había dispersado efectivamente, resultaron inútiles debido a la durabilidad de las esporas y su resistencia a la mayor parte de desinfectantes químicos. No quedó otro remedio que ponerla en cuarentena durante los siguientes 48 años.
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La Pizarra de Yuri