Bertrand Russell (1872 – 1970) fue un filósofo, matemático y escritor británico. Y, sobre todo, fue un gran escéptico.
Por ejemplo, fue el creador de la analogía llamada la Tetera de Rusell, cuya función era desacreditar la creencia en cosas que no podían falsarse. Otra versión más actual de la misma es la religión del Monstruo de Espagueti Volador.
Así describe el propio Rusell su tetera:
Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.
Pero su escepticismo lo resumió brillantemente en tres proposiciones publicadas en “Ensayos escépticos” que, como él mismo afirma, de aceptarse, acabarían revolucionando por completo la vida humana:
I. Que mostrándose de acuerdo los expertos, no es posible afirmar que la posición contraria sea segura.
II. Que no existiendo dicha concordancia, las personas que no sean expertas no pueden considerar segura ninguna posición.
III. Que si todos los expertos sostienen que no hay base suficiente para emitir juicio taxativo, el hombre corriente hará bien en dejar suspenso su propio criterio.
Vía | La ciencia y sus demonios
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