Jueves, 15 de julio de 2010
El precio de ser bípedo y cabezón (II)
Se estima que más de 40 millones de abortos, legales e ilegales, ocurren en el mundo cada año; aproximadamente, nos dice la Organización Mundial de la Salud, uno de cada cinco embarazos termina en aborto. Esta cifra, por supuesto, varía enormemente debido a la polémica alrededor del tema pues, aunque el 61% de la población en 54 países puede hacerse un aborto de forma legal, los demás países tienen leyes que penalizan a la mujer por ello, lo que lleva a la ilegalidad de la cirugía que a su vez la capitaliza, convirtiéndola en un riesgo innecesario para las mujeres de bajos recursos, una deuda para la clase media y un procedimiento sin inconveniencias para las que tienen dinero.
Ahora bien, teniendo en cuenta la evolución de la hembra primate y la energía que ésta invierte en el proceso reproductivo, es indudable que la decisión sobre su embarazo debe caer completamente sobre ella. El hombre, que puede o no haber ofrecido su compromiso con la cría y la relación, debe contentarse con el papel que la mujer le otorgue en el asunto ya que, por más que lo desee, su inversión no igualará a la de la mujer, por lo menos, no en los primeros años; ni su vida estará nunca en peligro por traer a nuestro mundo bípedo, un cabezón prematuro a través de un canal de parto estrecho; son las anomalías inherentes de evolucionar en vez de haber sido diseñados.
Estas inconveniencias, sin contar con todo el embrollo reproductivo que nos ata durante la mayor parte de nuestras vidas a irregulares ciclos hormonales que cambian nuestro humor con la frecuencia que llegan las cuentas por pagar, son parte del mundo femenino, y si no hubiésemos sido avasalladas durante tanto tiempo nunca nos hubieran arrebatado nuestros derechos de esa forma. Las mujeres hemos peleado, pataleado y protestado; poco a poco ganamos pequeñas batallas aquí y allá, pero la guerra final está muy lejos de ser conquistada. No mientras aún se nos nieguen las potestades más básicas, como el poder de decidir sobre nuestros propios cuerpos.
El papel de la religión en la esclavitud femenina es relevante y ya hemos escrito de ello profusamente aquí. La ilegalidad del aborto pertenece a los residuos de esa esclavitud. Es el cinturón de castidad de antaño, ese deseo de gobernarnos y de negarnos el derecho a resolver nuestras vidas como si fuéramos niñas incapaces de tomar una decisión madura e informada sobre nosotras mismas. Hillary Clinton dijo una vez que en todos sus viajes por el mundo, jamás conoció una mujer que fuera pro aborto. Todas las que desean su legalización lo único que ansían es el poder de tomar una decisión. La idea no es obligar a abortar, no somos fanáticos dementes como tantos creyentes. Si usted desea tener once hijitos, pues está en todo su derecho si puede usted sostenerlos, si no es el caso, entonces es una muy cruel e ignorante libertad, la misma que tiene para usar un sinnúmero de tratamientos anticonceptivos, incluyendo el aborto, para cuando todo lo demás falla; si es que desea sacar la cabeza de la arena religiosa y usar la razón.
Por ello insto a leer de nuevo la faena de la hembra primate Homo sapiens. Considere bien toda la energía, las limitaciones y el riesgo de su propia vida que ella invierte en una cría, las transformaciones a las que la selección natural la ha sometido y las muchas formas en que puede quedarse sola criando a sus hijos. Si ha entendido bien la magnitud de la labor de estas primates femeninas, entonces le dará usted el derecho a elegir sobre su cuerpo. Eso es, en mi opinión, ser una persona racional y darle uso a ese enorme cerebro que hemos desarrollado y que tanto le ha costado a mamá traer al mundo y cuidar, desde que se enderezó e, irreversiblemente, se apeó de las ramas.Fuente:
Sin Dioses