Especial - TLC y Ciencia:
¿Un TLC sin ciencia ni tecnología?
Modesto Montoya.
En mis tiempos escolares me llamaba la atención cómo los maestros ponían énfasis en las clases sobre tratados de límites territoriales y las guerras que habían sido necesarias para llegar a ellos.
Pero comprendí mejor el tema al ver cómo los agricultores se enfrentaban entre sí por los linderos de sus chacras, las que les permitían sobrevivir. A muchos no les quedó ni una parcela. Otros apostaron por el estudio y hoy tienen mejores niveles de vida que los que ganaron todos sus juicios sobre propiedad de suelos. ¿Qué pasó? La tierra dejó de tener tanto valor y el conocimiento empezó a mostrar el suyo. La historia de los países ha tenido la misma evolución: varios son ricos porque apostaron a la investigación, y otros son pobres porque escogieron el camino de las materias primas.
Ahora los tratados de moda entre los países son los TLCs, con énfasis en la propiedad intelectual y las patentes. La buena noticia es que los conocimientos no tienen límites. Uno de los primeros países que lo comprendieron fue Estados Unidos. Comprendiendo que el conocimiento es una fuente inagotable de riqueza, EEUU practica una estrategia de atracción de científicos e ingenieros. Parte de esta estrategia la constituyen las becas de posgrado. Los países que no han comprendido el sentido de la historia han dejado o están dejando partir a sus mejores cerebros.
El TLC reconoce y promueve la generación de conocimiento. Es un tratado que favorece a los países que cuentan con laboratorios, científicos, ingenieros y técnicos capaces de generar patentes o materia de propiedad intelectual. Con el TLC, los países que no apostaron al conocimiento empiezan con desventaja.
Sin embargo, como el potencial está en todos los pueblos y el conocimiento no tiene fronteras, el TLC también constituye una oportunidad. Para aprovecharla, hay que empezar por retener o atraer los cerebros, y fortalecer las instituciones creadas para generar conocimiento científico y tecnológico.
En el Perú se han creado instituciones especializadas en la generación de conocimiento científico y tecnológico para atender las necesidades de la comunidad. Entre esas instituciones están la Comisión Nacional de Investigación y Desarrollo Aeroespacial, el Consejo Nacional de Camélidos Sudamericanos, el Instituto Antártico Peruano, el Instituto Geográfico Nacional, el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, el Instituto del Mar del Perú, el Instituto Geofísico del Perú, el Instituto Geológico Minero y Metalúrgico, el Instituto Nacional de Becas y Crédito Educativo, el Instituto Nacional de Estadística e Informática, el Instituto Nacional de Investigación y Extensión Agraria, el Instituto Nacional de Investigación y Capacitación de Telecomunicaciones, el Instituto Nacional de Recursos Naturales, el Instituto Nacional de Salud del Perú, el Instituto Peruano de Energía Nuclear, el Instituto Tecnológico Pesquero del Perú, el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología y el Servicio Nacional de Sanidad Agraria, que conforman el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, encabezado por el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica.
Sin embargo, las prohibiciones de nombramiento de personal, establecidas por las sucesivas leyes de presupuesto, no permiten ni siquiera reemplazar a los cesantes, a pesar de que los científicos e ingenieros dedicados a la investigación y desarrollo constituyen hoy menos de la mitad del personal. Para evitar la extinción de las instituciones de ciencia y tecnología por disminución crítica del número de investigadores, debe crearse el Grupo Ocupacional Científico y Tecnológico (GOCYT) en los institutos del Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología (SINACYT), y dotarlo de las mismas posibilidades de nombramiento con las que cuentan los militares, los policías, los diplomáticos, los jueces, los médicos y los docentes.
¿Es tan difícil comprender lo que nos conviene?
Fuente:
La República