Son extremadamente útiles en el momento de cambiarle a un bebé los pañales. También para higienizarnos en un festival, un campamento o en cualquier otra situación en la que se complica el acceso al agua.
Tan prácticas son que nos hemos acostumbrado a utilizarlas incluso cuando no las necesitamos: para limpiarnos las manos después de comer una manzana o para sacarnos el maquillaje.
Y una vez usadas, acabamos tirándolas -casi siempre- al inodoro.
Pero lo que quizá la mayoría nosotros no sabe es que, al hacerlo, estamos causando un daño grave en los sistemas de desagües y en el medio ambiente.
Un informe reciente de una ONG británica afirma que la presencia de toallitas húmedas usadas en las playas británicas aumentó en 50% en el último año.
Según reporta el New York Times, la ciudad de Nueva York ha gastado más de US$18 millones para resolver problemas en sus plantas de tratamiento de aguas a causa de estas toallitas.
Y en Ecuador, por ejemplo, hace ya dos años, una empresa de agua pública pidió a los ciudadanos que no arrojasen las toallas húmedas al inodoro por los problemas que estaban generando en las estaciones depuradoras.
¿Por qué son tan nocivas? Porque, a diferencia del papel higiénico, estos paños no se desintegran con facilidad.
Robustas y duraderas
Los paños húmedos están diseñados para durar.
En contraste con el papel común, cuando están húmedas mantienen su estructura y no se deshacen cuando las restregamos.
Esto quiere decir que no se rompen dentro del sistema de cloacas.
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